¿Cuántos Estándares de Autoridad Religiosa Tenemos?
Todos los que nos identificamos con el nombre “cristianos” estamos de acuerdo que la Biblia es autoritativa en asuntos religiosos (vea “Pinedo”, 2010). Uno de los versículos bíblicos más conocidos en el mundo religioso es 2 Timoteo 3:16-17. En este versículo, el apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Ya que la Biblia es inspirada por Dios, este Libro contiene, no sólo Sus palabras, sino también Su autoridad. Por medio de la Biblia, Dios manda, gobierna, promulga leyes e impone obediencia.
Pero ¿es la Biblia, y específicamente el Nuevo Testamento, la única fuente de autoridad religiosa? ¿Ha revelado Dios Su autoridad por otros medios? ¿Y qué acerca de hoy? ¿Revela Dios Su autoridad hoy a través de diferentes medios aparte de la Biblia?
El mundo religioso está muy dividido en cuanto a este punto. Algunos sugieren que la autoridad religiosa se expresa en los sentimientos aparte de la Biblia. Otros dicen que debemos seguir nuestras conciencias. Otros sugieren que debemos seguir la decisión de la mayoría. Otros alzan libros, documentos conciliares, artículos de fe, credos, etc., y sugieren que estos documentos tienen autoridad religiosa comparable a la de la Biblia. Y otros afirman que la Biblia es la autoridad religiosa absoluta. ¿Quién tiene la razón? Analicemos estos enfoques.
¿Debemos Dejar que Nuestros Sentimientos Sean Nuestro Estándar en Asuntos Religiosos?
Los sentimientos tienen un rol muy importante en nuestra adoración religiosa. Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37, énfasis añadido). En Juan 4:24, Jesús amonestó a Sus discípulos a adorar a Dios en “espíritu y en verdad” (énfasis añadido). No hay duda que Dios desea que involucremos nuestros sentimientos en la adoración. Dios desea que le amemos, no solamente porque Su Palabra nos manda a hacerlo, sino porque nuestro corazón siente el deseo de amarle debido a las cosas que Él ha hecho por nosotros (cf. Juan 3:16; Efesios 2:1). Dios desea que le adoremos, no solamente porque Su Palabra nos manda a hacerlo, sino porque nuestro corazón siente el deseo de adorarle según Su voluntad.
Sin embargo, aunque los sentimientos son importantes para agradar a Dios (cf. Mateo 6:5-8), no constituyen una guía confiable en asuntos religiosos. No debemos someter nuestra vida religiosa a los pies de nuestros sentimientos, sino debemos someter nuestros sentimientos a la voluntad de Dios. El sabio Salomón escribió: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). El profeta Jeremías añadió: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (17:9). Y después de contemplar la destrucción catastrófica que el Diluvio produjo en el hermoso mundo que había creado, Dios declaró: “[E]l intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21).
En el tiempo antiguo, algunos padres traían a sus pequeños bebés para ser sacrificados a los ídolos (cf. Levítico 18:21; Jeremías 32:35). Ellos lo hacían porque sentían que ese era el camino que conducía a una adoración verdadera, pero estaban equivocados. Lo cierto es que no debemos dejar que nuestro corazón o nuestros sentimientos sean nuestra autoridad final en religión ya que, muy a menudo, nuestro corazón está más propenso a escoger el camino equivocado que el correcto.
¿Debemos Dejar que Nuestra Conciencia Sea Nuestro Estándar en Asuntos Religiosos?
No existe duda que es importante, como Pablo señaló en Hechos 24:16, procurar “tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. En su carta a Timoteo, Pablo amonestó a que los diáconos “guarden el ministerio de la fe con limpia conciencia” (1 Timoteo 3:9). Ciertamente, una conciencia renovada es característica de aquel que ha nacido de Dios (1 Pedro 3:21).
No obstante, la conciencia no tiene la capacidad de ser una medida absoluta para determinar la verdad. La conciencia está sujeta a la enseñanza; cuando aprendemos más la verdad, nuestra conciencia se desarrolla más. En este sentido, nuestra conciencia es el producto de la enseñanza. Nuestra conciencia es moldeable. Diferentes personas tienen diferentes niveles de conciencia. Algunos creen que no se debe mentir en absoluto, mientras que otros creen que la mentira es aceptable en algunas circunstancias. Por ende, no debemos moldear nuestra vida religiosa según los designios de nuestra conciencia.
Considere también que algunos tienen conciencias malas. El escritor de Hebreos exhortó: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura (10:22). Sin duda a usted no le gustaría arriesgar su destino eterno al ser guiado por una conciencia mala.
También hay algunos que tienen conciencias cauterizadas. Pablo advirtió en 1 Timoteo 4:1-3 que algunos se apartarían de la fe a causa de la hipocresía de mentirosos que tenían conciencias cauterizadas. La palabra “cauterizada” en 1 Timoteo 4:2, viene del verbo griego kausteriazo, que significa “quemar con un hierro de cauterizar” (Vine, 1999, 2:151). Esto alude “al efecto de aplicar un hierro caliente a la piel. La parte cauterizada llega a ser rígida y dura, y queda desprovista de toda sensibilidad” (Barnes, 1847, p. 162). Algunos contaminan sus conciencias con falsas enseñanzas y prácticas pecaminosas a tal punto que llegan a ser insensibles a la verdad. No hace falta decir que no nos gustaría ser guiados por tales conciencias.
Finalmente, algunos tienen conciencias “buenas”, pero ignorantes. Antes de conocer el Evangelio, Saulo había vivido “con toda buena conciencia…ante Dios” (Hechos 23:1); sin embargo, había perseguido a la iglesia del Señor. En 1 Timoteo 1:13, Pablo admitió: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad”. Pablo no quiso decir que su conciencia “buena”-pero-ignorante le hizo acepto ante Dios, sino quiso decir que su conciencia “buena” fue un elemento positivo en su disposición a recibir la verdad. Pero él no fue acepto ante Dios sino hasta que conoció la verdad y dejó de actuar por ignorancia. La ignorancia no nos lleva a ningún lado excepto al fracaso. La ignorancia no pasa un examen universitario, no consigue un trabajo decente y ciertamente, no será una excusa válida en el Día del Juicio (cf. Romanos 1:18-21).
Las conciencias malas no son buenas consejeras; las conciencias cauterizadas no son sensibles a la verdad; y las conciencias “buenas” necesitan ser instruidas bajo una autoridad religiosa absoluta y objetiva. Nuestra conciencia no debe ser nuestro estándar en religión.
¿Debemos Dejar que la Opinión Mayoritaria Sea Nuestro Estándar en Asuntos Religiosos?
Los seres humanos estamos acostumbrados a pensar y hacer decisiones colectivamente. Cuando salimos a pasear en grupo, escogemos un lugar que sea conveniente y agradable para la mayoría. Cuando es hora de comer, escogemos el restaurante de acuerdo al gusto de la mayoría. Incluso cuando nuestro país convoca a elecciones, la decisión final se basa en la voluntad escrita de la mayoría de personas electorales. Aunque hacer decisiones en estos casos, basados en la opinión mayoritaria, puede no afectar nuestro destino negativamente, proceder de la misma manera en asuntos religiosos puede ser extremadamente peligroso.
La Biblia nos muestra que desde el alborear de la historia humana, la opinión o conducta mayoritaria no ha sido la adecuada. Tan temprano como en Génesis 6:12, la Biblia nos informa que “miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”. De hecho, en el Diluvio, solo ocho personas se salvaron (1 Pedro 3:20). ¿Cuál fue la opinión mayoritaria? Según lo que Jesús indicó en Mateo 24:37-39, la opinión parece haber sido: “Comamos, bebamos y seamos feliz ya que Dios realmente no enviará ningún castigo sobre nosotros”. Pero si usted ha estudiado los primeros capítulos de Génesis, sabrá que esta conclusión fue equivocada.
La opinión mayoritaria no había cambiado para el tiempo del ministerio de Jesús. Después de algunas lecciones duras, “muchos de sus discípulos [de Jesús] volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66, énfasis añadido). ¿Fue la decisión de esos “muchos” la correcta? Desde luego que no. Ellos decidieron dar la espalda a Aquel que tiene “palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Jesús mismo señaló la triste situación de la mayoría de gente en el mundo. Él dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14, énfasis añadido).
Dios amonestó en el Antiguo Testamento: “No seguirás a los muchos para hacer mal” (Éxodo 23:2). No debemos basar nuestra religión en la opinión mayoritaria ya que a menudo la mayoría ha estado, y está, en el camino equivocado. La autoridad final en asuntos religiosos no está sujeta a la opinión mayoritaria, sino a la voluntad de Dios. ¡Realmente Dios es la mayoría!
¿Debemos Dejar que las “Revelaciones Adicionales” Sean Nuestro Estándar en Asuntos Religiosos?
Muchos en el mundo religioso moderno declaran que Dios sigue revelando Su voluntad a través de diferentes medios, pero este concepto es equivocado y muy peligroso. Este concepto abre las puertas a los credos humanos, las tradiciones de los hombres, los artículos de fe, los nuevos evangelios y una infinidad de documentos que reclaman autoridad religiosa. Socava la naturaleza perfecta y suficiente de las Escrituras.
En Juan 14:26 y 16:13, Jesús prometió a Sus apóstoles que el Espíritu Santo les recordaría y guiaría a toda la verdad. Jesús no habló de una parte de la verdad, sino de toda la verdad. Los apóstoles enseñaron lo completo de la verdad que Dios quería que se revele al hombre antiguo y moderno. Si los apóstoles revelaron toda la verdad que debía revelarse, entonces, ¿qué porción de la verdad falta revelarse? La respuesta es ninguna. En 1 Corintios 13:8-10, Pablo enfatizó que toda revelación adicional se acabaría cuando viniera lo perfecto (o lo completo). Él indicó que para ese tiempo se conocía “en parte”, i.e., una parte de la revelación divina ya estaba escrita. Pero él también indicó que “en parte” se profetizaba, i.e., se continuaba recibiendo revelación divina. Pero cuando las Escrituras se completaran, las revelaciones adicionales se acabarían. Las Escrituras ya están completas, por ende, lo que fue “en parte” (las profecías o revelaciones adicionales) pasó.
Pablo también indicó en 2 Timoteo 3:16-17 que las Escrituras son suficientes para que “el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Las Escrituras bíblicas son suficientes para que el hombre sea perfecto y para que esté preparado completamente. El hombre no necesita revelación adicional para ser perfecto y completo delante de Dios. Pedro dijo que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas” (2 Pedro 1:3, énfasis añadido). La palabra “vida” en 2 Pedro 1:3, hace referencia a nuestra conducta o manera de vida. La palabra piedad viene del griego eusebeia, una palabra compuesta que significa ser un buen devoto (Vine, 1999, 2:662). Así que Pedro estaba diciendo que las Escrituras bíblicas ya habían provisto todas las cosas necesarias para ser un buen devoto, alguien que agrada a Dios. Si ya se ha provisto todas estas cosas, ¿qué cosa más falta que se provea? ¡La respuesta es nada! Judas también enfatizó esta verdad cuando señaló que la fe había “sido una vez dada a los santos” (vs. 3).
En Su omnisciencia, el Espíritu Santo supo que el hombre se envanecería reclamando inspiración divina para sus escritos humanos. Por ende, el Espíritu Santo no solamente señaló la suficiencia y perfección de las Escrituras, sino también expresó Su indignación para aquellos cuya jactancia no se satisface con la revelación provista. Pablo escribió en Gálatas 1:8-9:
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.
La palabra “anatema” es una expresión de condenación, y ciertamente implica la indignación divina. En 1 Timoteo 4:1-4, el Espíritu Santo calificó a los portadores de “revelaciones adicionales” contrarias a las Escrituras como personas hipócritas y mentirosas, influenciadas por espíritus engañadores, doctrinas de demonios y conciencias cauterizadas. En 1 Corintios 4:6, Pablo amonestó a los corintios a “no pensar más de lo que está escrito”. Y en Apocalipsis 22:18-19, el Espíritu Santo registró la siguiente condenación: “Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro”. Aunque esta condenación se aplica de una manera directa a la adición y substracción de la Escritura apocalíptica, este es un principio que gobierna la inspiración divina de una manera general (cf. Deuteronomio 12:32).
Lo cierto es que no existen revelaciones adicionales que los cristianos necesiten aparte de la Biblia. Si alguna revelación declara algo más que la Biblia, entonces declara demasiado. Si declara menos que la Biblia, entonces declara muy poco. Y si declara exactamente lo que la Biblia declara, entonces no es necesaria.
¿Por Qué Necesitamos un Estándar Absoluto en Religión?
Imagine por un momento que toda persona en este mundo tuviera el derecho de decidir cuán largo es un metro. El metro de alguien pudiera ser tan corto como un lápiz, mientras que el metro de otra persona pudiera ser tan largo como un autobús. Imagine cuán difícil sería comprar tela, medir su estatura o construir una casa. Los seres humanos necesitamos estándares que sean absolutos para tener una vida adecuada. Necesitamos estándares absolutos para pesos y medidas. Necesitamos estándares absolutos para gobernar el tránsito y la nación. Y ciertamente, necesitamos un estándar absoluto para gobernar nuestra religión. Ese estándar es la Palabra inspirada de Dios—la Biblia (2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:21).
Referencias
Barnes, Albert (1847), Notas sobre el Nuevo Testamento: 1 Tesalonicenses-Filemón [Notes on the New Testament: 1 Thessalonians-Philemon] (Grand Rapids, MI: Baker), reimpresión de 2005.
Pinedo, Moisés (2010), “¿Quién o Cual Es Nuestra Autoridad Religiosa?”, EB Global, http://ebglobal.org/inicio/quien-o-cual-es-nuestra-autoridad-religiosa.html.
Vine, W.E. (1999), Diccionario Exhaustivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo (Colombia: Editorial Caribe), reimpresión de 2001.
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