Familias disfuncionales en Génesis: Creados para trabajar
Resumen | El trabajo produce dignidad, lo cual viene de Dios. Si se desprecia el trabajo, entonces la consecuencia será el caos. |
Recientemente mi esposa y yo vimos un restaurante de comida rápida que tenía un letrero que decía: «¿Nadie necesita empleo?». Este letrero representa nuestro tiempo. La combinación de la pandemia y la política económica terrible del gobierno ha creado escasez laboral en toda industria. ¿Por qué trabajar si el gobierno paga más por quedarse en casa? Nuestra nación necesita los mandamientos de Dios; uno de esos mandamientos es trabajar. Tal mandamiento se remonta al principio.
El trabajo refleja la naturaleza de Dios ya que este es el primer aspecto de Su carácter que vemos en el principio. Con Sus palabras poderosas, Dios trabajó para crear todo lo que existe. Esta actividad divina tuvo un propósito. Dios llenó y moldeó la tierra para adecuarla a la habitación humana. El primer trabajo de Dios fue un acto de servicio, y todo acto de servicio es una expresión de amor.
Luego Dios trabajó al crear a los seres humanos a Su imagen (Génesis 1:26). Como nuestro Creador y Soberano, Dios delegó dominio sobre Su creación a los humanos. El dominio humano sobre la creación requiere trabajo. Dios diseñó el cuerpo humano, la mente y el corazón para el trabajo. Cuando Dios hizo al hombre, lo colocó en el huerto del Edén para que «lo labrara y lo guardase» (Génesis 2:15-17). Esto hace referencia al trabajo. Por ende, cuando trabajamos, actuamos como Dios, y el trabajo también nos ayuda a enfocarnos en Él. Glorificamos a Dios a través del trabajo bueno y honesto. El trabajo humano refleja parte de la imagen de Dios en nosotros.
Cuando pienso en la ética buena de trabajo, también pienso en el patriarca José. Aunque José creció en una familia disfuncional, uno de los valores que su padre Jacob inculcó en él, como también en sus otros hijos, fue el trabajo arduo. La ética de trabajo de José lo ayudó a lidiar con el rechazo y la soledad que experimentó como esclavo y prisionero. Su historia enfatiza que Dios estaba con José y lo bendecía en todo lo que hacía. Su trabajo incluso causó que se ganara el respeto de su amo y del jefe de la prisión. Ya que Dios estaba con José, el éxito de él llegó a ser el éxito de ellos (Génesis 39:3-6,20-23).
Así como lo hizo en la creación, Dios trabajó para ordenar el mundo caótico de José. José aseguró a sus hermanos de que Dios encaminó a bien los hechos malos contra él, con el fin de «mantener en vida a mucho pueblo» (Génesis 50:20). Dios obra en nuestras vidas de la misma manera: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28).
Siglos después muchos cristianos en el Imperio romano sufrieron bajo el yugo de esclavitud (el trabajo forzado sin pago). Pablo les enseñó la manera de lidiar con esta situación al considerar su trabajo de una manera diferente. Él escribió: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Colosenses 3:23-24).
A través de las tareas apropiadas para cada edad, los padres pueden usar el ámbito familiar para enseñar a sus hijos el valor de la buena ética de trabajo. Ellos también pueden aprender cooperación, trabajo en equipo y perseverancia. Ellos luego transmitirán tales valores a sus propios hijos. Además, deben aprender que el pago sin trabajo (los privilegios inmerecidos y el mantenimiento gubernamental incondicional y perpetuo) también causa deshonra, así como la esclavitud. Pablo instruyó a los tesalonicenses: «Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma» (2 Tesalonicenses 3:10).
El punto es que el trabajo produce dignidad, lo cual viene de Dios. Si se desprecia el trabajo debido a la política humana, entonces la consecuencia será el caos (individual, familiar y nacional). Dios nos creó para trabajar.
Publicado el 28 de noviembre de 2022 en www.ebglobal.org. Traducido por Moisés Pinedo. Publicado originalmente en Familia Cristiana, 6.4 (2021): 3.