“Los Deseos de la Carne, los Deseos de los Ojos, y la Vanagloria de la Vida”
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo (1 Juan 2:16).
Vivimos en un mundo plagado de pecado; “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). El maligno usa todo medio disponible para que sus “dardos candentes” de pecado (Efesios 6:16) inflamen la mente del cristiano. El apóstol Juan advirtió en cuanto a los peligros del campo espiritual de batalla—el mundo. En su primera epístola (2:16), dividió las seducciones mundanas en tres categorías.
- Los deseos de la carne es todo aquello que apela al apetito carnal o físico. Aunque los deseos naturales del cuerpo no son inherentemente malos (e.g., la necesidad de comida, bebida y satisfacción sexual), el diablo puede usar estas cosas lícitas (lícitas dentro de sus límites) para esclavizar al hombre (cf. 1 Corintios 6:12). En esta categoría de tentación, el maligno usa los deseos internos lícitos para producir pasiones carnales ilícitas (e.g., la glotonería, la fornicación). Los israelitas sucumbieron a este tipo de tentación cuando se “sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar” (1 Corintios 10:7; cf. Éxodo 32:6). El diablo trató de tentar a Jesús por medio de los deseos de la carne cuando le propuso que convirtiera piedras en pan (Mateo 4:3).
- Los deseos de los ojos es todo aquello que apela a las demandas insaciables de la vista (Eclesiastés 1:8). En esta categoría de tentación, el maligno usa la atracción externa (inherentemente buena, como el deseo de una casa o un auto, o mala, como el deseo de la mujer del prójimo) para generar codicia. Eva (Génesis 3:6) y Acán (Josué 7:21) sucumbieron a este tipo de tentación cuando codiciaron lo prohibido. El diablo trató de tentar a Jesús por medio de los deseos de los ojos cuando “le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:8-9).
- La vanagloria de la vida es todo aquello que apela a la jactancia, arrogancia, orgullo o soberbia. En esta categoría de tentación el maligno usa la contemplación del logro personal (e.g., la popularidad, el éxito académico) para generar una actitud anárquica autosuficiente. Cuando la persona cae presa de la vanagloria de la vida, ya no existe lucha contra la carne; el maligno ha ganado la batalla sensual e intelectual. Los israelitas sucumbieron a este tipo de tentación cuando “fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon [los] mandamientos” de Dios (Nehemías 9:16). El diablo también trató de tentar a Jesús por medio de la vanagloria de la vida cuando “le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo” y le sugirió que desafiara a Dios (Mateo 4:5-7).
Mientras lidiamos diariamente con las atracciones de este mundo, recordemos que “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
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