Los Pecadores No Tienen una Oración
Resumen | Cuando se trata de la salvación, los pecadores no tienen una oración, pero Dios tiene algunas cosas mejores para ellos. |
Cuando se trata de la salvación, los pecadores no tienen una oración. Sí, Dios les ama (Juan 3:16), pero ellos no tienen una oración. Sí, Jesús murió por ellos (Romanos 5:6-8), pero ellos no tienen una oración. Sí, el Espíritu Santo todavía empuña Su espada (Efesios 6:17), pero ellos no tienen una oración. Sí, las puertas del cielo están completamente abiertas (Mateo 11:28), pero ellos no tienen una oración.
Oh, los pecadores pueden ir al cielo, pero no pueden hacerlo por medio de la “Oración del Pecador”. No permita que el predicador de la TV o el folleto que dejaron en su puerta le convenza de lo contrario. Dios tiene un plan de salvación—pero esto no incluye una oración hecha por hombre para pedir que Jesús venga al corazón de una persona. ¿Intrigado? Estudiemos la Biblia juntos.
LOS PECADORES NO TIENEN UNA ORACIÓN, PERO TIENEN ALGUNAS COSAS MEJORES
Los pecadores tienen la omnisciencia de Dios.
Dios conoce cuando un pecador está listo para venir a Él. Nada escapa a Su omnisciencia, así que Él ve un corazón abierto a Su verdad como un botánico ve una flor a punto de brotar (cf. 1 Samuel 16:7). El hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22) habló al corazón de su hijo en cuanto al corazón: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás” (1 Crónicas 28:9). Ninguna criatura pasa desapercibida ante Dios—ya que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Los pecadores tienen el plan de salvación de Dios.
Desde luego, el Dios omnisciente conoce cuando el pecador ora (Hechos 10:4,31), pero no concede salvación en respuesta a esa oración (Hechos 11:14). Él salva a los pecadores según las promesas de Su pacto.
Justo antes de ascender de regreso a casa, Jesús dio la Gran Comisión a Sus discípulos (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-16), lo cual incluye el plan de salvación de Dios. El plan de salvación de Dios guiará al pecador de la Tierra al cielo, pero no dice nada en cuanto a orar para obtener salvación al pedir a Jesús que entre al corazón. En cambio, dice: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16).
Cuando los apóstoles y hombres inspirados predicaron, enseñaron que los pecadores debían hacer eso (Hechos 2:38; 8:35-40; 10:48; 18:8). Jesús estaba tan comprometido con este método y mensaje que rechazó decir a Saulo de Tarso los requisitos de la salvación cuando le habló en el camino a Damasco (Hechos 9:3-5). Cuando Saulo preguntó qué debía hacer para ser salvo, Jesús simplemente le dijo que entrara a la ciudad y que allí se le diría lo que debía hacer (9:6). En armonía con la Gran Comisión, Jesús envió a un cristiano llamado Ananías para que le dijera: “Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). Saulo rápidamente se levantó y fue bautizado (Hechos 9:18; 22:16).
Para ese tiempo, Saulo había estado orando por tres días—y el Señor declaró que sabía que lo estaba haciendo (Hechos 9:9,11), pero no le salvó por medio de la oración. Después de tres días de oración, Saulo todavía tenía pecados que debían ser lavados.
Los pecadores tienen el amor de Dios.
El amor es la fuerza más poderosa en el mundo, y Dios posee el grado más alto del amor, así que los pecadores están en una posición favorable. Dios instruyó a Su profeta a decir al Israel antiguo: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío… Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11). Hoy Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Por tanto, Dios es “paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Los pecadores tienen la ayuda providencial de Dios.
Considere la ventaja de Dios: “Desde los cielos miró Jehová; vio a todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra” (Salmos 33:13-14). Piense en cuanto a una situación que se repite muchas veces a través del mundo. Dios ve que un pecador desea la salvación, mientras escucha a uno de Sus hijos que ora cerca: “Guíame a un alma hoy”. ¿Puede Dios hacer providencialmente que ambas personas se encuentren? Sí. De hecho, Jesús prometió: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).
Dios coordinó una reunión con Felipe y el eunuco (Hechos 8), y Él puede hacer esto por los pecadores y santos hoy. Esa reunión involucró un milagro, pero el Dios omnipotente puede lograr tal reunión sin hablar directamente al santo o al pecador. Llamamos “providencia” a esto. Por definición, “providencia” es la obra “anónima” de Dios—detrás de la escena. Esto difiere de los tiempos en que escogió obrar “directamente” por medio de los milagros del Nuevo Testamento. Su providencia es evidente en las vidas de José y Ester en el Antiguo Testamento (Génesis 37-50; Ester 1-10), como también de Pablo en el Nuevo Testamento (cf. Romanos 8:28; Filemón 15-16).
Wayne Jackson señaló la manera en que funcionó la providencia en los viajes misioneros de Pablo. Por ejemplo, considere cuando Pablo y Silas viajaron hacia el oeste a través de Asia Menor en el tercer viaje misionero (Hechos 16).
Después de parar en Derbe y Listra, donde Timoteo se reunió con ellos, prosiguieron a Frigia y Galacia. Aunque la gran comisión les decía que predicaran el evangelio a toda criatura en todas las naciones (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-16), por alguna razón el Espíritu Santo les prohibió predicar en la provincia romana de Asia. Así que ellos pasaron por el borde de Misia intentando entrar a Bitinia. Otra vez, el Espíritu de Jesús (i.e., el Espíritu Santo) les prohibió hacerlo… (Hechos 16:6-7).[1]
Pronto Pablo llegó a Troas, donde en una visión en la noche, vio a un hombre macedonio que le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Concluyendo que era la voluntad de Dios que fueran a evangelizar en Europa, Pablo, Silas y Timoteo, y Lucas—quien se unió al grupo en Troas (cf. vea el pronombre en Hechos 16:10), cruzaron el Mar Egeo y finalmente llegaron a Filipos en Macedonia. La conversión de Lidia y su casa, juntamente con el carcelero y su familia, fueron los frutos maduros de esta área.
Claramente, Dios sabía que aquellos en Europa estaban listos para el Evangelio, así que hizo arreglos para que un mensajero llevara Su mensaje.
Pablo y Silas tuvieron que enfrentar persecución severa para encontrarse con uno de esos candidatos antiguos. Cuando el carcelero salió de su casa ese día, nunca pensó que llegaría al cristianismo. Él simplemente estaba yendo al trabajo. Al llegar, se le encargó que cuidara de dos “forajidos” religiosos. Él puso los pies de ellos en el cepo y escuchó despreocupadamente cuando cantaban y oraban en la noche, hasta que finalmente cayó dormido.
El gran terremoto despertó al carcelero. Al ver que el terremoto también había abierto las puertas de la prisión, tomó la decisión apresurada de quitarse la vida, sabiendo que sus superiores le culparían por la huida de los prisioneros. Pablo le detuvo, diciendo: “No te hagas ningún mal”.
El encuentro cercano del carcelero con la muerte le guio a considerar la vida más allá de la tumba. Quiso saber de esa nueva religión que Pablo enseñaba. Se le dijo que creyera en Jesús, se le enseñó el Evangelio, y él llegó a ser cristiano antes de la mañana (Hechos 16:29-34).
Considere esta reunión “circunstancial” entre Pablo y el carcelero. Hubiera sido poco probable que Pablo hubiera conocido al carcelero bajo circunstancias de libertad. Ellos tenían diferentes trasfondos; vivían en diferentes círculos; tenían diferentes intereses; probablemente nunca se hubieran cruzado en el camino; y si se hubieran encontrado, tal vez el carcelero no hubiera estado interesado en escuchar a un extraño hablar de religión.
Sin embargo, note que Dios pudo usar las intenciones malas de los enemigos de la cruz (quienes pusieron a Pablo y Silas en una prisión) para lograr que otra persona experimentara el poder salvador del Evangelio.
Mark Bass de Grove City, Ohio, me contó la historia de un cristiano con el cual se encontró en un viaje misionero en India. En 2010, un predicador llamado Rajendra Gouda estaba predicando en una villa hindú cuando algunos de los nativos le golpearon severamente y llamaron a un policía para que viniera y le arrestara. Cuando el policía llegó, golpeó adicionalmente a Rajendra. Le atacó brutalmente, pateándole en la boca y rompiéndole los dientes; luego confiscó su motocicleta y le llevó a la cárcel.
Los hermanos nativos hicieron arreglos para pagar la fianza de Rajendra, y le enviaron a un lugar para esconderse. Algunos días después, el policía llamó a la hermana de Rajendra, preguntándole dónde estaba él. Ella rechazó decirle dónde estaba su hermano. Después de llamadas constantes, Rajendra aceptó reunirse con su perseguidor en un hotel local con otros hermanos presentes.
Cuando el policía llegó al hotel, se agachó y tomó a Rajendra por sus pies y le pidió que le perdonara. Preguntó a Rajendra si podía contarle más acerca de ese Jesús. Rajendra estudió la Biblia con él durante el resto del día hasta el día siguiente en la mañana. En las horas tempranas de la mañana, así como el carcelero, el policía pidió ser bautizado. Rajendra tomó a Madhu, su perseguidor, y le bautizó en Cristo, llegando a ser su hermano.
La corte suprimió todas las acusaciones contra Rajendra, y se le devolvió su motocicleta. Cuando Mark Bass vio a Rajendra en Beeder, India, él estaba luciendo dientes nuevos “cortesía” de los hermanos de los Estados Unidos quienes oyeron lo que había sucedido.
Tal vez Rajendra y el policía también tenían círculos diferentes, intereses diferentes y vivían en mundos diferentes. Sin duda, las intenciones malas de los enemigos del Evangelio hicieron que dos hombres, que tal vez nunca se hubieran conocido, finalmente se contactaran. Ambos ahora pueden ser amigos para siempre—colaboradores ahora, y luego vecinos en la ciudad celestial.
Los pecadores tienen el amor cristiano.
En el plan de Dios, el pecador no tiene que ir a buscar a alguien que le muestre el camino al cielo; alguien vendrá a él (Mateo 16:15). El amor de Cristo nos constriñe, impulsa y envía (2 Corintios 5:14) a contar el mensaje de salvación que liberta a los hombres y que produce gozo en ellos (Juan 8:32; Hechos 8:39; 16:34).
Los pecadores no tienen una oración, pero no necesitan una. Dios tiene algo mejor en mente para ellos.
UNA NOTA SOBRE LUCAS 18:9-14
Algunas veces se presenta la parábola del fariseo y el publicano como evidencia de la oración del pecador. Hay dos razones por las cuales este pasaje no se aplica de esta manera:
El fariseo y el publicano eran judíos, así que ellos ya gozaban del pacto de Dios (Mateo 6:5; 15:7-9). Ninguno de ellos representa a un incrédulo que viene a Dios por primera vez. Un gentil no podía entrar al pacto de Dios bajo la Ley de Moisés al simplemente decir: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Él debía someterse a los mandamientos de esa Ley.
Cuando Jesús contó esta parábola, todavía no había establecido Su iglesia y dado Su plan evangelístico de salvación. Todavía no había establecido el mandamiento de ir a todo el mundo. Usar esta parábola a favor de la oración del pecador es como tomar un versículo del Antiguo Testamento sobre el sacrificio de animales y sugerir que se aplica a los pecadores modernos.
Las palabras de Santiago son apropiadas aquí: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal” (Santiago 4:3). Jesús nunca mandó que los pecadores oraran para recibir salvación. En cambio, dijo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21), y “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Los apóstoles nunca instruyeron a ningún pecador en el libro de Hechos que recitara la oración del pecador para ser salvo (cf. Hechos 2:38; 16:31; 22:16). Ningún versículo bíblico instruye que los pecadores reciten una oración como esta: “Padre celestial, sé que soy un pecador y que merezco ir al infierno. Creo que Jesucristo murió en la cruz por mis pecados. Ahora Le recibo como mi Señor y Salvador personal. Prometo servirte lo mejor que pueda. Por favor, sálvame. En el nombre de Jesús, Amén”. A los pecadores no se les concede el privilegio de escuchar a sus oraciones, lo cual es condicional (Isaías 59:1-2; Juan 9:31; Santiago 1:6-7; 1 Pedro 3:12; 1 Juan 3:22; 5:14). Después de llegar a ser un hijo de Dios al obedecer el plan de salvación, Dios quiere que oremos por el resto de nuestras vidas.
Referencia
[1] Jackson, Wayne (sine data), “¿Prueba el Caso de Cornelio la doctrina de la ‘Oración del Pecador’?” [“Does the Case of Cornelius Prove the ‘Sinner’s Prayer’ Doctrine?”], Christian Courier, https://www.christiancourier.com/articles/660-does-the-case-of-cornelius-prove-the-sinners-prayer-doctrine.
Derechos © 2018. Traducción por Moisés Pinedo. Título original en inglés, “Sinners Don’t Have a Prayer”, por www.housetohouse.com; folleto.