¿Qué Legado Dejaremos?

Si el Señor continúa esperando para Su fiesta final de bodas, ninguno de nosotros permanecerá vivo. Tenemos una cita intransferible e inevitable con la muerte (Hebreos 9:27), cuando esperamos ser llevados por los ángeles al seno de Abraham (Lucas 16:22).

Los ojos llenos de lágrimas mirarán por última vez nuestros cuerpos en el ataúd, y los dolientes solitarios seguirán el camino de lágrimas al lugar solitario donde nuestros cuerpos esperarán el día de la resurrección (1 Corintios 15:42-44). Ellos finalmente continuarán su vida en un ambiente que por primera vez carecerá de la profundidad de nuestra mirada, la fuerza de nuestra personalidad y el sonido de nuestra voz.

Es un deseo casi universal querer dejar un legado digno cuando salgamos de este mundo familiar. Queremos que nuestra familia tenga seguridad financiera—una esposa con una casa e hijos que sonrían al leer el testamento. Aparte de eso, queremos ser recordados por contribuir positivamente a la sociedad; queremos que la iglesia extrañe nuestra influencia. Queremos que nuestros recuerdos continúen en las mentes de nuestros seres queridos mucho tiempo después que no vean nuestra presencia. Queremos que continúen pensando de nosotros en la oficina, cuando se sienten en “nuestra” banca del local de la iglesia, cuando se reúnan a la mesa para dar gracias y cuando él o ella se recueste en la cama que hemos compartido por tanto tiempo. ¿Qué realmente queremos dejar? ¿Qué legado es digno?

Un Elogio Completo

Como sucedió en el caso del funeral de Dorcas (Hechos 9:36-39), ¿recordarán nuestros seres queridos las buenas obras que hicimos? ¿Será el tributo del predicador algo prolongado y completo, o tendrá que rebuscar material bueno? Nos preguntamos qué se habrá dicho en el funeral de Bernabé—realmente se escribió un elogio hermoso en cuanto a él (cf. Hechos 4:36-37; 11:22-30; 13:2; 15:22-31). Cuando los Herodes murieron, la gente se habrá alegrado (Mateo 2:16; Hechos 12:1; cf. Proverbios 28:28); pero cuando los siervos de Dios fallecieron, la gente lamentó las pérdidas por semanas (cf. Génesis 50:3; Números 20:29; 2 Crónicas 35:24). Esperamos que nuestros conocidos recuerden nuestra amabilidad ante las viudas y los huérfanos (Santiago 1:27), la comida que dimos al hambriento (Mateo 25:35), las ropas que dimos al que tenía frío, las visitas que hicimos a los enfermos (Mateo 25:36), las flores que dimos al afligido (Juan 11:19), el consuelo que ofrecimos al que lloraba (Filemón 7) y el ánimo que dimos al desalentado (Hechos 9:27).

Un Buen Nombre

Cuando muramos, ¿podrán ellos decir verdaderamente, “Él era un buen hombre” o “Ella era una buena cristiana”? “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas” (Proverbios 22:1; cf. Eclesiastés 7:1). Los comentarios de Matthew Henry sobre estos versículos son apropiados:

Debemos ser cuidadosos en hacer las cosas por las cuales obtendremos y conservaremos un buen hombre, en vez de adquirir bienes materiales… [L]a reputación de piedad y honestidad es más deseable que todas las riquezas y placeres del mundo (1961, pp. 772,800).

Para tener un buen nombre, debemos ser honestos (cf. Hechos 5:1-2), justos con otros (Romanos 12:17), irreprensibles (1 Timoteo 3:2,7) y moralmente puros (Gálatas 5:19-21).

No se requiere muchas decisiones malas para arruinar un buen nombre. El sabio antiguo que fue dotado de más sabiduría celestial lo declaró de esta manera:

Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable (Eclesiastés 10:1).

Algunos personajes bíblicos grandes ilustran esta verdad. Piense en las mentiras de Abraham, el adulterio y encubrimiento de David y las negaciones de Pedro. Por otra parte, José conservó un buen nombre a través de circunstancias difíciles (Génesis 39:1-10). No es una sorpresa que de todos los personajes del Antiguo Testamento, ninguno sea recordado más cariñosamente que él (Génesis 50:25-26; Éxodo 13:19).

Una Familia Fiel

Dejaremos una familia doliente en ese día triste, pero ¿dejaremos una familia fiel? ¿Estarán nuestros cónyuges, hijos, nietos y bisnietos en su camino a una reunión feliz con nosotros en el cielo? Nosotros no podemos tomar las decisiones por ellos, pero tendremos una gran influencia en ellos, especialmente si comenzamos temprano (cf. Proverbios 22:6).

Sara dejó un esposo piadoso que lloraba (Génesis 23:2); Abraham dejó a hijos fieles (cf. Génesis 18:19; 25:8). La señora y señor “Zebedeo” dieron al mundo a Jacobo y Juan. Loida enseñó a Eunice, quien luego moldeó a Timoteo (2 Timoteo 1:5; 3:15).

Si queremos dejar este tipo de legado, debemos comenzar ahora, ya que vendrán los años en que ellos pueden no escuchar (Eclesiastés 12:1). Si queremos darles a Jesús, debemos comenzar haciéndoles “sentar” sobre Él cuando son niños (Mateo 18:1-3; 19:13-14). Trácese la meta de que ellos nunca falten a un servicio del domingo o a la clase de los miércoles (y a las campañas evangelísticas y eventos especiales). Nunca permita que ellos disfruten una comida sin dar gracias a Dios por eso. Nunca permita que vayan a la cama sin leer la Biblia y orar. Enséñeles versículos de memoria. No permita que las excusas insignificantes estorben el poder de estos buenos hábitos.

Luego, mientras madura, permítales ver cómo anda con Cristo la milla final del camino cristiano. No podemos dejar ningún legado más grande a nuestra descendencia que la fe en Dios y la fidelidad a Su iglesia.

Una Iglesia Fuerte

Cuando haya ido a recibir mi recompensa, ¿tendrá mi congregación un asiento vacío, dos manos ocupadas, menos, dos oídos abiertos, menos, una expresión de alabanza, menos, un maestro, menos, una lengua que anima, menos, y dos rodillas que oran, menos? ¿Podrán decir ellos, “Le extrañamos—él realmente ayudó en el desarrollo de esta iglesia”, o “Ella no tiene reemplazo en nuestra escuela bíblica”? Piense lo que se debe haber dicho en el funeral de Pedro, cuando él finalmente se quitó su armadura llena de marcas de guerra después de servir como apóstol y anciano (Mateo 10:2; 1 Pedro 5:1). ¿Qué acerca de Priscila y Aquila, quienes siempre fueron una pareja clave para la iglesia que frecuentemente se reunía en su casa (Hechos 18:2,18,26; Romanos 16:3-4; 1 Corintios 16:19; 2 Timoteo 4:19)? ¿Cuánto extrañó la congregación en Colosas a Filemón, Apia y Arquipo (Filemón 1-2; Colosenses 4:17)? Algunos de los siervos más grandes de Dios fueron “solamente miembros de la iglesia” que vivieron fielmente hasta la muerte (Apocalipsis 2:10). Esperamos que se pueda decir esto en nuestros funerales.

Almas Salvadas

Cuando Pablo fue finalmente a casa, el diablo debe haber suspirado y dicho, “Finalmente”. De todos los que han seguido al Señor, ¿qué hombre fue más incansable en su alcance a los perdidos que el apóstol Pablo que comenzó su vida cristiana un poco tarde (1 Corintios 15:8; cf. Romanos 9:1-3; 10:1-3; 1 Corintios 9:20-22; 2 Corintios 11:23-33)? Su tumba pudo no haber estado rodeada de sus hijos espirituales (1 Timoteo 1:2), pero con seguridad ellos se reunirán alrededor de él en el cielo (e.g., Hechos 16:15,33; 18:8).

¿Habrá alguien cerca de nuestra tumba que dirá, “Le debo todo; soy cristiano a causa de él; o “Yo hubiera estado perdido si él/ella no me hubiera hablado en cuanto a mi alma”? ¿No sería maravilloso conocer a alguien en el cielo que dijera, “¡Estoy aquí gracias a usted!”? ¡Planee esto ahora mismo!

Mientras el día de nuestra partida se acerca, esperamos poder decir con Pablo:

Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:6-8).

No es la cantidad de días en nuestras vidas lo que importa, sino la cantidad de vida en nuestros días. Aunque Matusalén vivió más de 350,000 días, la Biblia no registra nada que hiciera excepto tener hijos. Se pudiera decir que, de todos los personajes bíblicos, él vivió el tiempo más largo y logró menos (Génesis 5:26-27). En contraste, Jesús vivió solamente 33 años, pero hizo que esos 12,000 días valieran la pena. Es mejor ir por el sendero corto y productivo de Jesús que por el camino largo y vagabundo de Matusalén.

Dejemos la clase de legado que hará de este mundo un lugar mejor.

Referencia

Henry, Matthew (1961), El Comentario de Matthew Henry [Matthew Henry’s Commentary] (Grand Rapids, MI: Zondervan).