Premio a la humildad
Se cuenta que había una iglesia que solía premiar a sus miembros por casi todo. Ellos premiaban al miembro que había traído más gente al lugar de reunión en el año, al miembro que tenía la mejor voz, al miembro que dirigía la mejor oración, al miembro que había asistido sin falta por todo un año, y al miembro que había participado en más programas de la iglesia.
Un día, los líderes de la iglesia pensaron que era hora de premiar al miembro más «humilde» de la congregación. La persona escogida fue un hombre que vestía muy modestamente y que cada domingo entraba silenciosamente a tomar su asiento en la parte trasera del local. Cuando llegó el domingo, ellos anunciaron su elección del «miembro más humilde de la congregación». Le pidieron que pasara al frente, y pusieron en su cuello una medalla de honor a la humildad.
Al siguiente domingo, la congregación quedó sorprendida al ver que el «miembro más humilde» entraba suntuosamente, con una camisa elegante y desabotonada en la parte superior que le permitía lucir su medalla de honor a la humildad.
—Autor Desconocido; adaptado