Conduciendo Distraídamente en el Camino Estrecho y Angosto
Los relatos del evangelio registran ocho veces que Jesús aceptó una invitación para cenar. Una de ellas fue en la casa de Marta (Lucas 10:38-42), un lugar donde Jesús, Quien no tenía dónde recostar Su cabeza (Mateo 8:20), Se sintió cómodo (Mateo 21:17; Juan 11:1-5; 12:1-2). Tal vez Jesús Se sintió más cómodo allí que en Su hogar de infancia en Nazaret, ya que todos Sus hermanos no creían en Él en ese tiempo (Juan 7:5). Aparte de los Doce, Jesús no tenía amigos más cercanos que esta familia poco tradicional en Betania. “Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11:5).
Sin embargo, esta visita no fue tan buena como debería haber sido ya que Marta perdió su compostura. Ella se molestó con su hermana, involucró a Jesús, y recibió una reprensión vergonzosa del Maestro en su propia casa.
Tal vez Marta sea el mejor ejemplo de una “conducción” distraída en el camino estrecho y angosto. ¿Qué podemos aprender de ella?
Marta se distrajo debido a la responsabilidad.
Para apreciar el contexto, imagine a usted mismo en Betania ese día. Jesús Se presentó, probablemente sin anuncio. Sin teléfonos celulares, correos electrónicos, mensajes de texto o sistema postal, ¿cómo pudiera Él haber informado a Marta que estaba yendo a su casa? Incluso hubiera sido difícil planear una visita ya que Jesús caminaba a pie y frecuentemente Se detenía en el camino para ayudar a otros.
Como hermana mayor y propietaria de la casa, Marta fue la anfitriona. Mostrar hospitalidad era muy importante en la cultura judía (remontándose a la hospitalidad de Abraham para con los ángeles en Génesis 18). En ese tiempo se valoraba especialmente a la mujer por su fertilidad, pero parece que Marta no tenía esposo ni hijos. Así que su éxito como anfitriona era su oportunidad de recibir honor que hubiera significado mucho para ella (Stack, 2000, pp. 36-41). Independientemente de eso, Marta no hubiera querido nada menos que lo mejor para Jesús.
Marta tenía que dar hospitalidad a Jesús y a Sus doce apóstoles. Tradicionalmente, la hospitalidad era una estadía de dos noches, incluyendo la comida y el lugar para descansar. Esta era la estación de lluvia en Palestina, haciendo que el espacio interior fuera lo único disponible para hacer acomodaciones—algo que no era fácil cuando se trataba de un grupo grande que probablemente entraba con ropas mojadas y pies lodosos. La casa judía regular en Jerusalén tenía solamente 600 pies cuadrados. Incluso si la casa de Marta hubiera tenido el doble de espacio, 15 personas o más hubieran estado muy apretadas.
Como Clovis Chappell ha sugerido, si hubiera preguntado ese día en Betania quién era la mejor mujer en la villa, pronto se le hubiera dicho que toque la puerta de Marta. El vino, los hombres o la música no distraían a Marta. Una noche de perversión en el pueblo no era algo atractivo para ella. Ella era una mujer buena que hacía cosas buenas.
¿Cuál era el “vicio” de Marta? Ella era esclava de lo que tiene segunda importancia. Estaba muy ocupada haciendo cosas buenas que pasó por alto hacer lo mejor. Su gesto era generoso, pero equivocado. Preparar comida para el predicador era bueno, pero había algo que era mejor. Ese día, Jesús no quería comida; quería comunión. Quería enseñar, no comer. Cuando el Pan de Vida está en el menú, otra clase de comida no es tan apetitosa (Mateo 4:4). Marta estaba haciendo su trabajo de administrar su casa (1 Timoteo 5:14), así que no fue su servicio lo que provocó la reprensión de Jesús, sino su fracaso en no aprovechar la oportunidad espiritual.
Hoy muchos son como ella. No es la diferencia entre lo bueno y lo malo lo que les abruma. Sus ojos distinguen claramente el bien del mal; pueden ver los tonos grises. Pero tienen problemas con los tonos del color blanco. Su dificultad es no saber escoger entre lo que es bueno y lo que es mejor.
Como Marta, podemos permitir que las responsabilidades materiales interfieran con nuestro crecimiento espiritual. Los “afanes de este siglo” y “las codicias de otras cosas” pueden ahogar la Palabra (Marcos 4:19). Una vez una familia (incluyendo a adolescentes) pidió ser restaurada. Ellos escribieron una nota que decía: “Mientras la iglesia continuaba su camino, nosotros nos quedamos fuera del reino, ocupándonos en lo que no importa mucho”.
Marta se distrajo debido al resentimiento.
Cuando Jesús llegó, desató una cadena de actividad. Se debía preparar comida, se debía preparar algo que tomar, se debía alistar la mesa.
Imagine a Marta en esa cocina caliente; ésta carecía de las conveniencias modernas. Todo se debía preparar desde cero; todo tomaba tiempo; todo requería esfuerzo. Cuanto más Marta trabajaba, más se resentía con María, su hermana, ya que ella estaba solamente sentada con el invitado. Ken Gire nos ayuda a imaginar la escena:
Sus manos amasan vigorosamente el pan, mientras el sudor se forma debajo de su mentón y comienza a correr por su frente. Ella limpia el sudor de su frente y mentón con un trapo, y sopla la pequeña gota de sudor que se acumula en la punta de su nariz.
Ella piensa: “No puedo creer que María no esté aquí ayudándome”. Marta golpea la masa. “Ella debería estar aquí”. Otra vez la golpea. “Nosotras pudiéramos terminar esto en la mitad del tiempo. A mí también me gustaría escuchar lo que Él tiene que decir, pero alguien debe preparar la comida”. Luego sus pensamientos se enfocan en Jesús. “No puedo creer que Él le esté permitiendo que se quede sentada allí. Yo estoy aquí, en la cocina, sudando, trabajando duro… ¿No Le importa eso?”.
Finalmente Marta pone la masa a un lado, y entra a la sala. Marta no habla a María directamente. Ella habla con tono exasperado, y podemos ver que tiene una intención doble. Por una parte, acusa a Jesús de falta de interés y preocupación. Por otra parte, acusa a María de indolencia (1998, pp. 207-208).
Marta debía haber elogiado a María, pero en cambio la criticó. Cuando pensamos que tenemos demasiado que hacer, podemos sentir autocompasión y podemos criticar a otros. Cuando alguien hace algo bueno, ¿le elogio o me quejo? (Romanos 12:10). ¿Tengo resentimiento ante mi hermano (Juan 13:34) o cónyuge (Efesios 5:25,33)? Debería regocijarme con ellos (Romanos 12:15).
Marta derramó su resentimiento sobre Jesús. Ella implicó: “Maestro, tú me estás tratando injustamente ya que permites que mi hermana tenga privilegios especiales”. Ya que Dios nos da diferentes personalidades, habilidades y oportunidades (cf. 1 Corintios 12:4-5,20; Colosenses 1:29), deberíamos tener cuidado de no quejarnos mucho en cuanto a las nuestras.
Marta aprendió su lección, ya que después recibió a las mismas personas sin quejarse (Juan 12:1-2). Marta sirvió; María ungió; ¡qué día tan maravilloso!
Marta se distrajo debido a la vista corta.
Piense en Marta cuando es una mujer de edad, después de un cuarto de siglo, en la misma cocina, recordando ese día. Jesús ya había regresado al cielo hace muchos años, pero ella todavía puede ver Su sonrisa silenciosa cuando cierra los ojos. Ella piensa en el otoño de 32 d.C. Jesús estaba acercándose al fin. Entonces ella no sabía que en seis meses Él estaría muerto, y que dentro de siete meses estaría de regreso al cielo.
¡Oh, cuánto quisiera escuchar Su voz otra vez! Sentarse con Él y escuchar un sermón más…, pedir Su consejo…, expresar gratitud por Su muerte. Pero tales oportunidades han pasado. ¡Cuán profundamente debió haber lamentado ese día hace mucho tiempo cuando Él vino a visitarle pero ella se quedó en otro cuarto—cuando ella Le llamó la atención por no mandar que María cometiera el mismo error que ella estaba cometiendo! ¡Oh, cuánto quisiera cambiar ese día!
La visita de Jesús era un privilegio raro; solamente pocas personas en la Tierra tuvieron ese privilegio. Marta dio la bienvenida a Jesús y luego Le desatendió. Ella había estado a 10 pies al otro lado de la pared, pero no estuvo “con Él”.
María estuvo presente. Ella se sentó a Sus pies—en tal momento, prestando atención. Escogió la comunión con los amigos, la familia y el Padre en vez del trabajo de la cocina.
La gente del siglo XXI se parece a Marta. Vive según una lista de recordatorios. Los esposos trabajan arduamente para proveer para sus familias. Ellos salen temprano y regresan tarde—hasta que un día descubren que los años han pasado, y que sus esposas e hijos se han marchado.
Algunas veces nos ocupamos demasiado “trabajando por Jesús” que olvidamos pasar tiempo con Él. Como Marta, podemos estar en la casa con Él, pero no adorar debido a la distracción de las preocupaciones y la mundanidad. Mostramos nuestro amor al servir a Jesús y permitir que Jesús nos sirva (Mateo 20:28). Lo que hacemos con Cristo es más importante que lo que hacemos “por Cristo”. “[S]eparados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Nuestra actividad más importante es sentarnos a los pies del Maestro (Deuteronomio 33:3).
Necesitamos las manos de Marta y el corazón de María. ¿Cuál era “lo necesario” que Jesús mencionó? “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).
¿Ha escogido esa buena parte? Oremos: “Amado Señor, ayúdanos a salir de la cocina y sentarnos a Tus pies”.
Referencias
Gire, Ken (1998), Momentos con el Salvador [Moments with the Savior] (Grand Rapids, MI: Zondervan).
Stack, Debi (2000), Marta al Máximo [Martha to the Max] (Chicago, IL: Moody).
Derechos en español © 2013 por www.ebglobal.org. Traducción por Moisés Pinedo. Título original en inglés, “Distracted Driving on the Strait and Narrow Way”, por www.housetohouse.com.