Cosas que Mi Padre Me Enseñó

En muchos respectos, Milton Webster fue un hombre sencillo. Creció siendo pobre en Sand Mountain, Alabama; fue el segundo de cuatro hijos. Cursó la secundaria, tuvo un trabajo manual y nunca viajó más de 1,000 millas del lugar donde nació. Su tiempo de vida fue solamente 66 años (1944-2010).

Sin embargo, su influencia ha perdurado. Así como un arquero puede lanzar una saeta donde no puede ir, un padre puede enviar a sus hijos donde no puede ir—al futuro (Salmos 127:1-5). Mi padre hizo eso con nosotros. Aunque hizo mucho bien con su vida, su mayor trabajo todavía puede estar realizándose. Tal vez observar la intimidad de la función interna del hogar de ese padre dará una perspectiva más amplia a aquellos que todavía escuchan el sonido de los pasos de los pies pequeños alrededor de la casa.

¿Qué enseñó Milton Webster a sus hijos?

El matrimonio es para toda la vida.

“Hasta que la muerte nos separe” fue un voto que mis padres consideraron seriamente—y que finalmente lograron (cf. Mateo 19:4-6; Romanos 7:1-4). Cuarenta y seis años es un tiempo largo pero también corto (Santiago 4:14). No siempre fue fácil o simple; se reemplazó el toque de las manos en una noche llena de estrellas con el mecer de una cuna de bebé a las tres de la mañana, y finalmente con las noches en el hospital pensando en las frases antiguas: “en salud y enfermedad”. Pero ellos se aferraron mutuamente cuando muchos matrimonios se separan.

Ellos se casaron justo después de terminar la secundaria (la semana después de la graduación de mi madre), y tuvieron su primer hijo (¡yo!) 11 meses después. Durante los años, ocuparon cuatro casas (todas en el mismo distrito y dentro de 15 millas la una de la otra). Compraron 16 vehículos (mi padre conducía una camioneta Chevrolet, usualmente azul), y usó algo de doce podadoras. En un tiempo u otro, tuvieron alrededor de 37 perros, 40 vacas, 100 conejos, cientos de pollos y cuatro ponis, pero no gatos.

Sobrevivieron a dos incendios, tres cambios de trabajo, conflictos políticos y la pérdida de sus padres y alrededor de una tercera parte de sus hermanos. Plantaron 45 huertas y enlataron, congelaron y repartieron suficientes vegetales como para llenar una pequeña tienda. Arreglaron y repararon bienes hasta que pudieran costear algo mejor. Alimentaron, vistieron, dieron vivienda, entrenaron, disciplinaron, bautizaron, educaron y amaron a tres hijos. Sobrevivieron a las tres bodas de sus hijos y engrieron a 12 nietos, quienes pensaban que tenían los mejores abuelos del mundo. Adoraron fielmente a Dios por algo de cuatro décadas.

Provee la satisfacción de las necesidades de tu familia.

Mi padre condujo un camión del servicio postal por 32 años. Trabajó arduamente, manejando un aproximado de 200 millas por día. Su camión comenzaba lleno en el día y regresaba vacío en la noche, frecuentemente después de la puesta del Sol. Sus brazos levantaban cada caja a su destino. Trabajaba bajo el sol de junio que calentaba tanto su camión que si lo tocara se quemaría. Trabajaba en enero cuando el hielo en el camino hacía que fuera peligroso cargar las cajas a las puertas de las casas. Trabajaba en la lluvia y la tempestad, y cuando estaba enfermo o lesionado. Le vi trabajar cuando tenía su tobillo morado e hinchado hasta el punto que no podía atar sus zapatos, y muchas veces cuando estaba débil o tenía gripe.

¿Por qué lo hizo? Él creía firmemente que era la responsabilidad del hombre proveer por aquellos que Dios puso bajo su cuidado. Su Biblia decía: “[S]i alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8). Él creía: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10).

Mejora la vida para la próxima generación.

Mi padre siempre quería que nosotros, sus hijos, tuviéramos una educación para que pudiéramos conseguir un mejor trabajo que el suyo. Él construyó dos casas completas y aprendió a ser un hombre de muchos oficios (plomero, electricista, carpintero, mecánico, agricultor, jardinero, reparador, carnicero y ganadero). Le pregunté en cuanto a esto en sus últimos años, y él dijo en su manera sencilla: “Pensé que podíamos tener un mejor estándar de vida si yo hacía el trabajo por mí mismo”. Y desde luego, lo tuvimos.

Como David proveyó a Salomón lo que necesitaría para tener un buen comienzo en una vida exitosa (2 Crónicas 2:7), así mi padre nos proveyó entrenamiento, motivación, confianza y educación para tener éxito en nuestras vidas. Quería que fuéramos a la universidad, e hizo sacrificios para ver que eso sucediera. Nunca insistió en que fuéramos a la universidad, pero siempre nos animó a hacerlo. Él estuvo feliz en cada graduación.

Pasa tiempo con tus hijos.

Después de trabajar 50 a 60 horas a la semana, mi padre pasaba la mayor parte del día sábado con nosotros. Frecuentemente nos levantábamos antes del amanecer para ir de pesca (en la primavera y el verano) o cazar (en el otoño y el invierno). Aprendimos a poner un insecto, lombriz, pececito o pedazo de queso en el anzuelo tanto que nuestros dedos olían mal por días. Aprendimos a pescar con lombrices de plástico y señuelos, quitarle el nudo al sedal, hacer un nudo, iniciar un motor y sacar agua de un bote con agujero. Aprendimos a quitarle la piel a un pez y limpiarlo antes de llegar a casa—incluso cuando estábamos completamente cansados (no se nos permitía desperdiciar nada debido a la pereza de prepararlo) [cf. Proverbios 6:6-8; Mateo 25:20].

Cuando llegaba la estación de cacería, íbamos a los campos de maíz para cazar palomas (principalmente preocupados de que el hombre al otro lado nos disparara si un ave volaba enfrente de nosotros). Cuando llegaba la estación de cazar conejos, seguíamos a los perros esperando que nos guiaran a su presa. Luego era tiempo de cazar ardillas. Era más fácil si teníamos un perro, ya que esos roedores con colas largas no tenían miedo de un padre con sus dos hijos que hacían mucho ruido.

¿Por qué tantas horas en el río o en el bosque? Mi padre pensaba que era una buena forma de enseñarnos en cuanto a la vida. Aprendimos mucho en cuanto a lo que era importante en la vida mientras estábamos allí observándole hacer, decir y ser. Sin duda, mi padre creía en Deuteronomio 6:6-7: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”. Frecuentemente citaba Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

Conocíamos una familia que asistía a los servicios de la iglesia con nosotros de vez en cuando. Mi papá siempre se incomodaba cuando veía que el padre iba solo a pescar cada semana, dejando a sus hijos en casa. Él mencionaba eso cuando veía su camión y bote bonito cerca. Ahora que pienso en eso, sospecho que ese hombre quería beber cerveza en ese bote, pero no quería que sus hijos le vieran (¡Qué vergüenza escoger el alcohol en vez de a los hijos, y el pecado en vez de la justicia! [Proverbios 20:1]). La familia de ese hombre no prosperó. Ambos de sus hijos se divorciaron, dejaron la iglesia y sufrieron problemas de adicción. Tal vez algunas horas en ese bote pudieran haber marcado una diferencia en sus vidas. Eso sucedió en nuestro caso.

Conserva la pureza de la iglesia y guarda los senderos antiguos.

Mi padre sirvió como anciano en dos congregaciones en tiempos diferentes. Asumió esa responsabilidad fielmente y felizmente por muchos años. De hecho, murió en ese oficio. Pudo llegar a cada reunión de ancianos hasta el último mes de su vida.

Él tomó el rol de pastorear seriamente (Hechos 20:28-32; Hebreos 13:7,17), ya que amaba al Príncipe de los pastores y a todas Sus ovejas (1 Pedro 5:1-4). Amaba a la iglesia intensamente (1 Pedro 2:17) y aborrecía cada camino de mentira (Salmos 119:128). Nunca buscó popularidad. Aunque disfrutaba del respeto de la congregación y era muy querido por los miembros, no se preocupaba de lo que otros pensaran de él cuando la verdad estaba en juego. Hubiera permanecido solo contra el mundo si eso hubiera sido lo que Dios quería (Efesios 6:13-14). Al menos para mí, él ejemplificó las palabras de Pablo: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).

Como anciano, le importaba lo que llamamosel “deslice de la fe” (Hebreos 2:1-3)—tomar pasos pequeños lejos del camino que es correcto (Salmos 33:4; cf. Proverbios 14:12; Jeremías 10:23). Creía que los senderos antiguos eran los correctos, y que ningún atajo conducía a un buen lugar (Jeremías 6:16). Su última carta para mí (leída después de su muerte) fue una exhortación para permanecer en la verdad y conservar la pureza de la iglesia (Judas 3; Efesios 5:27). Quería que la iglesia creciera, pero no a costa de la fidelidad. Salomón resumió su actitud: “Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23).

Él era un cristiano que demandaba “libro, capítulo y versículo”, pero no se oponía a las maneras nuevas escriturales de cumplir la voluntad de Dios. Ayudó a dirigir un plan intenso de trabajo que incorporaba maneras anuales nuevas para evangelizar a los perdidos, edificar a los salvos y ayudar a los necesitados. Ayudó a comenzar y dirigir tales obras en la hermandad como De Casa a Casa/De Corazón a Corazón, El Refinamiento del Púlpito y el Retiro Matrimonial de las Grandes Montañas Humeantes en Tennessee, programas que eran innovaciones, pero que también eran escriturales, prácticos y doctrinales—verdades antiguas con ropas nuevas.

Ama a Dios y a las almas.

Al final de la vida, es fácil ver la profundidad del carácter de una persona. Es más simple organizar las prioridades cuando se cuenta la vida en días en vez de años. Cuando el cáncer debilitó a mi padre tanto que no podía caminar, y cuando se requería esfuerzo extremo solamente para hacer tales cosas simples como alistarse y entrar al auto, él tuvo que priorizar lo que valía la pena hacer de lo que no era importante.

Ahorraba su energía cada semana para una cosa—llegar a los servicios de adoración. Intensamente quería estar con los santos en el día del Señor (Hebreos 10:25; Apocalipsis 1:10). Se levantaba temprano para vestirse; pacientemente esperaba que le vinieran a recoger; usaba su bastón—y luego su silla de ruedas (cuando su lado izquierdo llegó a estar paralizado). Debido al tumor en su cerebro, el esfuerzo le causaba ataques; frecuentemente tenía uno mientras estaba en el servicio de la iglesia o poco después de regresar a casa (y algunas veces durante los siguientes días). Sin importar eso, para él valía la pena reunirse en la casa de Dios en adoración.

Las conversaciones cambiaron durante los últimos meses mientras me sentaba al lado de él en su cama. Antes hablábamos de la pesca, la construcción, las huertas, los restaurantes, las fotografías, los trabajos y las vacaciones, pero luego hablábamos de la gente. Hablábamos en cuanto a la gente cercana—como el cuidado de mi madre y los consejos para los nietos, y en cuanto a los perdidos. Supongo que les sorprendiera a muchos cuánto él hablaba de ellos en sus últimos días. Hablaba de los miembros cuya asistencia era esporádica y de familiares con los cuales quería hablar una vez más en cuanto al Evangelio (Marcos 16:15-16). Hablaba de los jóvenes en la iglesia de quienes pensaba que tenían gran potencial como predicadores, y de las jovencitas que podían llegar a ser grandes siervas de Dios. Por ejemplo, cuando no podía llegar al servicio de los miércoles, preguntaba quién estuvo allí, y qué joven dirigió los cantos y quién llegó a ser miembro de la iglesia. Esas eran las cosas que importaban al final.

“[M]uerto, aún habla” (Hebreos 11:4). Algunas veces abro mi boca para hablar a mis hijos, y sus palabras salen. Y hoy encendí mi computadora y oprimí una tecla, y uno de sus sermones apareció en la pantalla.

Te extraño, papá.