El caso de la existencia de Dios
Resumen | Los seres humanos racionales podemos usar nuestros ojos y mentes para considerar el universo y concluir que Dios existe. |
Una de las preguntas más básicas que el hombre puede considerar se relaciona a la existencia de un ser supremo llamado Dios: «¿Realmente existe?». Además, si existe, ¿cómo podemos saber que existe? No se puede probar la existencia de Dios de manera empírica; es decir, no podemos hacer ningún experimento físico que pruebe directamente la existencia de Dios. Ya que Dios es un ser espiritual (Juan 4:24) y ahora escoge hablarnos únicamente por medio de Su Palabra escrita (Hebreos 1:1-2), entonces no podemos verlo, oírlo, olerlo, gustarlo y/o tocarlo.
Sin embargo, esto no quiere decir que sea imposible probar la existencia de Dios. De hecho, nosotros podemos considerar el orden creado y llegar a la conclusión lógica, ineludible e irrefutable de que Dios existe. El salmista señaló: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmos 19:1). Luego añadió: «Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien» (Salmos 139:13-14). Consideremos la evidencia que la creación brinda para la existencia de Dios.[1]
La causa y el efecto
Una premisa fundamental de la ciencia y un suceso universal en la naturaleza es la ley de la causa y el efecto. Específicamente, esta ley declara que «todo efecto material debe tener una causa adecuada que lo anteceda».[2] El concepto es simple y práctico, e incluso los niños no tienen problemas en entenderlo y usarlo frecuentemente. Un niño puede preguntar de dónde vino una manzana. Su madre puede responder que vino del manzano. Él entonces querrá saber de dónde vino el manzano. A una edad temprana, el niño entiende que una manzana es un efecto —no puede autocrearse—, y que por ende necesita una causa que explique su existencia.
Si aplicamos el principio de la causa y el efecto al universo completo, podemos preguntar: «¿Tiene el universo una causa?». Solamente hay tres respuestas posibles para esta pregunta:
El universo es eterno; es decir, siempre ha existido y siempre existirá.
El universo no es eterno, sino se creó a sí mismo.
El universo no es eterno ni se creó a sí mismo, sino algo (o Alguien) superior lo creó.
Exploremos estas alternativas.
¿Es eterno el universo?
La ciencia revela claramente que la materia no es eterna, y el universo en que vivimos es una entidad material. El universo no puede ser eterno ya que es afectado constantemente por entropía creciente, un suceso que se conoce como la segunda ley de la termodinámica. En palabras sencillas, esta ley indica que el universo se está «desgastando» y haciéndose más desordenado; la energía está llegando a ser menos disponible. Todos atestiguamos diariamente este hecho universal: el fuego se extingue, las edificaciones necesitan reparación en pocos años, y la gente envejece y muere. Todo en el universo se desgasta y envejece. Esto simplemente significa que «la ciencia moderna niega la existencia eterna del universo, sea en el pasado o en el futuro».[3]
¿Se creó el universo a sí mismo?
Pero el universo no solo carece de eternidad, sino tampoco pudo haber originado su propia existencia. Una vez más, la ciencia ha demostrado que «[n]inguna cosa material puede crearse a sí misma».[4] Adicionalmente, la creación de algo de la nada es una idea ilógica e indefendible. Si yo no hubiera escrito nada en esta lección, usted no estaría leyendo nada de esto ahora. De igual manera, el universo no pudo haberse creado de la nada ya que la nada carece de poder creativo. Trate de comprar algo con nada, alimentar a un hambriento con nada, construir algo con nada, calmar su sed con nada o hacer explotar algo con nada, y notará el disparate de la proposición que sugiere que algo puede surgir de la nada. Lo cierto es que alguien puede hacer miles de experimentos con la nada, y al final tendrá nada.[5]
¿Fue creado el universo?
Si el universo no es eterno y no pudo autocrearse, entonces, según el principio de la causa y el efecto, debe tener una causa adecuada que lo anteceda. La respuesta de muchos que no creen en el concepto de Dios es la teoría de la gran explosión. Ellos sugieren que «toda la materia y energía observada actualmente en el universo estaba condensada inicialmente en una masa muy pequeña e infinitamente térmica. Luego, una explosión inmensa, conocida como la gran explosión, dispersó materia y energía que se expandió en toda dirección».[6]
Lamentablemente para la comunidad atea, esta teoría no satisface las demandas de la causa y el efecto ya que no propone un origen adecuado para el universo. Sin importar cuán pequeña y condensada sea, la materia o la energía simplemente no puede aparecer de manera espontánea. Además, una masa diminuta de materia y energía que explota sin razón y propósito no es una explicación adecuada para nuestro inmenso universo lleno de complejidad y orden evidente.
La conclusión ineludible a la cual la ley de la causa y el efecto nos guía en cuanto al universo es que su causa debe ser superior al mismo universo, anterior al mismo universo, y diferente en naturaleza al mismo universo. Solo Dios satisface las demandas de esta ley universal: Él es superior al universo mismo (cf. 1 Reyes 8:27; 1 Crónicas 29:11; 2 Crónicas 2:6; 6:18), tiene existencia anterior y eterna (cf. Salmos 90:2; Isaías 40:28), y es de naturaleza espiritual (cf. Génesis 17:1; Juan 4:24; Salmos 139:1-12). Por ende, Él es la única Causa pura, principal y absoluta que no necesita ninguna otra causa para explicar Su propia existencia.
El diseño en el universo
A comienzos del siglo XIX, el apologista y filósofo William Paley llegó a ser muy conocido por su argumento en cuanto a la existencia de Dios que se basa en el diseño de la naturaleza. Paley argumentó que, así como la complejidad y el diseño de un reloj demandan la existencia de un relojero, la complejidad y el diseño en el universo demandan la existencia de un diseñador: Dios.[7]
Otra vez, el argumento es sencillo. Lógicamente, cuando vemos una casa, reconocemos que debió haber tenido un constructor; cuando admiramos una pintura, reconocemos que debió haber tenido un pintor; y cuando leemos un libro, reconocemos que debió haber tenido un escritor, incluso cuando nunca hayamos visto al constructor, pintor o escritor. La complejidad, el orden y el diseño de la casa, la pintura y el libro claramente evidencian la existencia de inteligencia, plan y propósito.
Al aplicar este principio en forma lógica al universo, se puede declarar:
Si el universo evidencia diseño planeado, debe haber tenido un diseñador.
El universo sí evidencia diseño planeado.
Por ende, el universo debe haber tenido un diseñador.
Consideremos un par de ejemplos de este diseño planeado.
El diseño en el espacio
Se debe reconocer que el universo está lleno de complejidad y orden remarcable que demanda un diseñador, incluso cuando no lo hayamos visto. El universo funciona y se conserva al seguir una «programación» rigurosamente exacta, más exacta y compleja que la de cualquier reloj en existencia. La tierra está a la distancia perfecta del sol (93 000 000 de millas). Sin embargo, ni la posición de la tierra ni del sol es estática. La tierra rota continuamente en su eje a 1000 millas por hora, y se traslada en su órbita alrededor del sol a 67 000 millas por hora, mientras que el sol y su sistema solar se mueven en una órbita incomprensiblemente inmensa a una velocidad de 500 000 millas por hora. En esta carrera espacial interminable, la tierra debe mantener su distancia promedia del sol; solamente un 10% de desvío en su órbita alrededor del sol condenaría la vida en la tierra.[8] ¿Quién fijó a la tierra, al sol y a todos los cuerpos celestes en sus órbitas para realizar tales hazañas exactas y consistentes día tras día y por miles de años?
El diseño en el cuerpo humano
Pero el espacio no es el único lugar donde se puede detectar diseño impresionante. El hombre solo debe considerar su propio cuerpo para quedar asombrado. Por ejemplo, el astrónomo y físico de la NASA, Robert Jastrow, indicó que el «ojo es un instrumento maravilloso, pareciéndose a un telescopio de la más alta calidad, con lentes, enfoque ajustable, diafragma variable que controla la cantidad de luz, y corrección óptica para la aberración esférica y cromática». Luego añadió que «parece que el ojo ha sido diseñado; ningún diseñador de telescopios pudo haber hecho un mejor trabajo».[9] Si se admite que un telescopio regular tiene un creador inteligente, entonces también se debe admitir que el «telescopio de más alta calidad» (el ojo) debe tener un Creador inteligente. Charles Darwin escribió en cuanto a este «telescopio» impresionante:
Yo confieso libremente que suponer que el ojo —con todas sus partes inimitables para ajustar el enfoque a diferentes distancias, admitir diferentes cantidades de luz, y corregir la aberración esférica y cromática— pudo haberse formado por medio de la selección natural [el mecanismo de la evolución], parece absurdo en el sentido más alto.[10]
Sin embargo, a pesar de lo absurdo de tal suposición, Darwin continuó promoviéndola. En realidad, la única proposición sensata en cuanto a la función de este órgano humano increíble es que «[e]l oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová» (Proverbios 20:12).
Se pudiera llenar volúmenes detallando el diseño en el universo completo, desde la célula más simple hasta los organismos más complejos. Sin embargo, los ejemplos aquí listados son suficientes para concluir que «toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios» (Hebreos 3:4).
Conclusión
La causa y el efecto y el diseño en la naturaleza cumplen roles principales en demostrar la existencia de Dios. Aunque algunos han escogido ignorar la evidencia de estos principios y declarar obstinadamente que no hay Dios (cf. Salmos 14:1), los seres humanos racionales y sensibles podemos usar nuestros ojos y mentes para considerar el mundo y el diseño arriba de nosotros, alrededor de nosotros y dentro de nosotros, y concluir que solamente un Dios eterno, inteligente y poderoso es la explicación adecuada del orden creado.
[1] Algunas ideas y puntos de esta lección se basan en el libro de Bert Thompson y Brad Harrub, Investigando evidencias cristianas [Investigating Christian evidences] (Montgomery, AL: Apologetics Press, 2003), 3-108.
[2] Henry Morris, Muchas pruebas infalibles [Many infallible proofs] (Green Forest, AR: Master Books, 1974), 110.
[3] Robert Jastrow, Hasta que el sol muera [Until the sun dies] (Nueva York: W. W. Norton, 1977), 30.
[4] George Davis, La evidencia de Dios en un universo que se expande [The evidence of God in an expanding universe] (Nueva York: G. P. Putnam’s Sons, 1958), 71.
[5] Vea Moisés Pinedo, «La “nada” y la evolución», EB Global, 2014, http://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/la-nada-y-la-evolucion.
[6] Academia Nacional de Ciencias, Ciencia y creacionismo [Science and creationism], 2da ed. (Washington, D. C.: National Academic Press, 1999), 3.
[7] Vea William Paley, Teología natural [Natural theology] (Londres: Wilks and Taylor, 1802).
[8] Thompson y Harrub, Investigando, 44; se ha actualizado las cifras.
[9] Robert Jastrow, El telar encantado [The enchanted loom] (Nueva York: Simon and Schuster, 1981), 96-97.
[10] Charles Darwin, Sobre el origen de las especies [On the origin of species] (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1859), 170; se ha añadido el texto en corchetes.
Publicado el 3 de julio de 2023 en www.ebglobal.org.