“¿Eres Tú el que Turbas a Israel?”

Resumen

En nuestro mundo de confusión moral y religiosa, a veces el impío se levanta con orgullo y acusa de impiedad al justo.

Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel? Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales (1 Reyes 18:17-18).

Vivimos en un mundo confuso donde hay muchos que frecuentemente “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo” (Isaías 5:20). Incluso hay algunos que aborrecen lo bueno y aman lo malo (Miqueas 3:2; cf. vs. 9). En este mundo de confusión moral y religiosa, a veces el justo llega a ser acusado de injusticia, y en muchos casos es el mismo “impío [quien] asedia al justo” (Habacuc 1:4).

El relato en 1 Reyes 18 ilustra claramente esta situación. Acab fue el séptimo rey de Israel durante el periodo del reino dividido. Aunque se describe al primer rey de Israel, Jeroboam, como alguien que hizo lo malo sobre todos los que habían sido antes de él (1 Reyes 14:9) y se usa su nombre como punto de referencia para la impiedad del linaje real (e.g., 1 Reyes 15:26,34; 22:52), la inspiración describe a Acab como el rey que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él [lo cual incluye a Jeroboam]” (1 Reyes 16:30, énfasis añadido).

Teniendo en cuenta esta descripción infame, es interesante notar que el mismo Acab, el rey más impío de Israel, fuera quien acusara a Elías, un profeta fiel (1 Reyes 19:10), de “turbar al pueblo de Dios” (1 Reyes 18:17). Desde luego, esta acusación no tenía fundamento; de hecho, era verdad lo contrario. Acab era quien había turbado a Israel al dejar los mandamientos de Dios (vs. 18). Ya que los impíos todavía no conocen los pensamientos de Dios, ni entienden Su consejo (Miqueas 4:12), no debería ser una sorpresa que también hoy los que se adhieren a los mandamientos de Dios sean acusados de injusticia.

Por ejemplo, considere la moralidad y la adoración. La impiedad moderna que fomenta las perversiones morales como el adulterio, la poligamia, la fornicación, la homosexualidad, el lesbianismo y el aborto frecuentemente acusa a los justos de ser “intolerantes”, “críticos”, “insensibles”, “hipócritas” y “entrometidos”. Pero son los impíos quienes turban a la sociedad al desechar los mandamientos de Dios (cf. Mateo 19:9; Génesis 4:19; Apocalipsis 21:8; Romanos 1:26-27; Proverbios 6:17).

En cuanto a la adoración cristiana, el liberalismo y la falsa doctrina que fomentan las innovaciones teatrales, el entretenimiento, como también los ritos, ceremonias y prácticas del sistema abolido de la ley antigua frecuentemente acusan a los justos de ser “dogmáticos”, “santurrones”, “legalistas” u “obstaculizadores”. Pero son los liberales y los falsos creyentes quienes turban al cristianismo al dejar los mandamientos de Dios (cf. Juan 4:24; Colosenses 3:17; Colosenses 2:14).

En medio de tal confusión, los cristianos no debemos permitir que las acusaciones tergiversadas de la impiedad confundan nuestro entendimiento de “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).