¿Fue Dios Alabado Hoy en el Servicio de la Iglesia?

Resumen

La meta de la adoración no es el entretenimiento, la socialización o la exhibición, sino es la exaltación de Dios.

El predicador nos puede hacer reír, y las canciones nos pueden hacer llorar. El compañerismo puede animar nuestro espíritu, y la comunión puede hacernos sentir escalofríos. Pero si no hemos alabado a Dios en la adoración, entonces nuestro servicio ha fallado.

La meta de la adoración es exaltar a Dios “sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria” (Deuteronomio 26:19). Debemos alabar “a Jehová, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza” (Salmos 147:1).

Si las rocas pudieran hablar, alabarían a Dios. Si las estrellas pudieran cantar, su canción fuera en honor a Dios. Si los animales pudieran escribir, sus palabras formarían nuevas alabanzas a su Creador. “Alábenle los cielos y la tierra, los mares, y todo lo que se mueve en ellos” (Salmos 69:34).

Se usa la palabra “alabar” (en varias formas) algo de 270 veces en la Escritura. En el tiempo del Antiguo Testamento, el pueblo del Señor consideró la alabanza a Dios muy seriamente. Se realizó tanta alabanza durante ese tiempo que se dijo que Dios habitaba “entre las alabanzas de Israel” (Salmos 22:3).

La alabanza estuvo constantemente en las mentes de los descendientes de Abraham. Lea se regocijó en el nacimiento de su hijo y dijo: “Esta vez alabaré a Jehová” (Génesis 29:35). Así que llamó a su hijo “Alabanza” (“Judá”). David organizó un grupo completo de levitas “para que recordasen y confesasen y loasen a Jehová Dios de Israel” (1 Crónicas 16:4). Ezequías nombró turnos de sacerdotes y levitas “para que diesen gracias y alabasen dentro de las puertas de los atrios de Jehová” (2 Crónicas 31:2). En algunos tiempos durante el periodo del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios vistió “manto de alabanza” (Isaías 61:3—LBLA), y “Su gloria [de Dios] cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza” (Habacuc 3:3).

En los primeros días del periodo del Nuevo Testamento, la alabanza a Dios se intensificó. Después de nueve meses de silencio, cuando se le devolvió la voz a Zacarías, sus primeras palabras fueron de alabanza a Dios (Lucas 1:64).

Cuando Jesús nació, los ángeles superiores y los pastores humildes alabaron a Su Padre (Lucas 2:13,20). Cuando murió, un centurión “dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:47), y luego Sus discípulos continuaron “siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios” (Lucas 24:53). Durante el periodo intermedio a estos dos eventos, dondequiera que Jesús iba, la gente fue guiada a alabar al Señor (Mateo 21:15; Lucas 18:43; 19:37; 24:53; Juan 9:24). No es una casualidad que Jesús viniera de Judá, la tribu cuyo mismo nombre significa “alabanza” (Génesis 49:10).

Desde que Jesús ascendió al Padre, Sus seguidores han continuado dándole “gloria en la iglesia en Cristo Jesús” (Efesios 3:21). La iglesia antigua alabó a Dios y tenía favor para con todo el pueblo (Hechos 2:47). En una profecía hermosa, se dice que la iglesia tiene muros llamados “Salvación” y puertas llamadas “Alabanza” (Isaías 60:18).[1]

¿QUIÉNES ALABAN A DIOS?

Las huestes celestiales alaban a Dios (Lucas 2:13). Las ovejas de Su prado alaban a Dios (Salmos 79:13). Los reyes paganos alaban a Dios (Daniel 4:37), como también los justos (2 Crónicas 8:14). Los ricos alaban a Dios (1 Reyes 3:4); los pobres y necesitados también Le alaban (Salmos 74:21). Los rectos alaban a Dios (Salmos 119:7); los humildes alaban a Dios (Salmos 22:26); aquellos de corazones atentos alaban a Dios (Salmos 5:7). Los padres alaban a Dios (Isaías 38:19; 64:11); las madres alaban a Dios (1 Samuel 1:19); los “niños” (nepios, figurativo, “una persona de mente simple, un cristiano que todavía no ha alcanzado madurez espiritual”) y “los que maman” alaba a Dios (Mateo 21:16). La generación antigua alaba a Dios para que la generación nueva pueda aprender a alabar a Dios (Salmos 45:17). Así que, “Alabad al Señor todos los gentiles, y magnificadle todos los pueblos” (Romanos 15:11). Sí, “Todo lo que respira alabe a [Jehová]” (Salmos 150:6).

¿CUÁNDO SE DEBERÍA ALABAR A DIOS?

En los siglos V y VI había una orden de monjes en el este de Europa que era llamada “Los desvelados”. Ellos cantaban el Oficio Divino en relevos, por ende garantizando un servicio de alabanza a Dios sin interrupción.

Ellos estaban reflejando en una manera pequeña lo que sucede en el cielo. El libro de Apocalipsis describe a 24 ancianos y cuatro criaturas celestiales que cantan día y noche sin parar, “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 4:8). Ellos no lo hacen en turnos ya que no necesitan descansar. Su canción nunca cesa. ¡Un día nos uniremos a la canción eterna!

Esto ilustra que Dios merece ser alabado todo el tiempo: “Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová” (Salmos 113:3). Charles Wesley, quien escribió 6,000 himnos, dijo: “¡Oh, que miles de lenguas canten la alabanza al gran Redentor!”. Si naciéramos dando alabanza y tuviéramos una lengua que nunca cesara, todavía no podríamos exaltar demasiado el nombre de Dios.

Los ángeles Le alaban constantemente (Isaías 6:3). Si pudiéramos hablar con la lengua de ángeles, todavía no pudiéramos alabarle como merece ser alabado. Cada siervo debería alabar a Dios cada día (Salmos 145:2). Alguien Le alabó dos veces al día—en la mañana y en la tarde (1 Crónicas 23:30). Otro Le alabó siete veces al día (Salmos 119:164). Pero la ambición de otro fue incluso más grande: “te alabaré más y más” (Salmos 71:14). Pablo y Silas cantaron alabanzas a Dios “a medianoche” (Hechos 16:25).

Teniendo en cuenta el propósito de este estudio, se debe alabar a Dios en la adoración pública: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré” (Hebreos 2:12). “Alabad a Dios en su santuario” (Salmos 150:1; cf. 111:1; 149:1; cf. 1 Corintios 3:17). “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza” (Hebreos 13:15).

¿CÓMO DEBEMOS ALABAR A DIOS?

Se debe alabar a Dios con todo el corazón (Salmos 138:1). Debemos mostrar entusiasmo, aunque no desorden (1 Corintios 14:40). La palabra de los judíos para “alabanza” (halal—de la cual se deriva “aleluya”, “alaba a Jehová”) significa literalmente “clamar”. Los levitas, de los hijos de Coat y los hijos de Coré, se paraban “para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz” (2 Crónicas 20:19; cf. Esdras 3:11; Lucas 19:37). Los justos deben gloriarse en las alabanzas (Salmos 106:47), lo cual significa literalmente “dirigirse en voz fuerte” (shabac).

Ya que debemos alabar a Dios por medio del canto (“Cantaré salmos a Jehová”, Jueces 5:3; cf. Éxodo 15:1; 32:18; Efesios 5:9; Colosenses 3:16), ¿qué revela esto en cuanto a la persona que tiene miedo de que otros le oigan tanto que solamente habla dentro de su boca? Donald Hustad comentó: “De alguna manera, parece que alrededor del cuarenta por ciento de los que van a la iglesia tiene la idea de que ‘cantar es para los cantantes’. Lo cierto es que ‘cantar es para los creyentes’. La pregunta no es, ‘¿Tiene buena voz?’, sino, ‘¿Tiene una canción?’”[2] (Salmos 81:1; 95:1; Santiago 5:13).

Si la canción procede del corazón, suena bien para Dios (Salmos 28:2; Isaías 40:9; 58:1). Digamos con el salmista: “Yo alabaré a Jehová en gran manera con mi boca, y en medio de muchos le alabaré” (109:30).

¿POR QUÉ DEBERÍAMOS ALABAR A DIOS?

Es nuestro trabajo.

Los cristianos somos adoradores (Salmos 9:11; 33:2; 67:3; Hebreos 13:15). Dios nos ha adoptado para alabarle. Pablo escribió de los “adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo,…para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:5-6; cf. Jeremías 13:11). Se puede resumir el mismo propósito de nuestras vidas de la siguiente manera: “[P]ara que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9; cf. Isaías 43:21). Jan Van Ruysbroeck remarcó: “El que no alaba a Dios aquí en la tierra, será mudo en la eternidad”.

Como cristianos, se nos manda a “pensar en” la alabanza (Filipenses 4:8), lo que incluye pensar en las razones para alabar a Dios. Luci Shaw oró: “Haz de nuestros corazones un campo que produzca tu alabanza”. No deberíamos usar las mismas repeticiones en nuestras oraciones de alabanza. Hay muchas razones para alabar a Dios tanto que podemos fácilmente variar de oración a oración y de canción a canción.

Es nuestro gozo.

Cuando llegamos a conocer a Dios, naturalmente Le alabamos por lo que Él es. Es tan normal maravillarse de Dios como lo es maravillarse de una montaña inmensa o una tormenta de verano—aunque es menos empírico pero más mental. Los que han aprendido de Dios están de acuerdo con el siguiente enunciado: “Porque grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, y de ser temido sobre todos los dioses” (1 Crónicas 16:25). Un versículo favorito que los jóvenes cantan dice: “Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos” (2 Samuel 22:4).

Disfrutamos de la alabanza porque buscamos un medio de expresar nuestra gratitud por las bendiciones de Dios. Cuando intentamos enumerar nuestras muchas bendiciones (Santiago 1:17), esto nos motiva a alabar.

El corazón ingrato detiene la alabanza. Cuando el siervo antiguo de Abraham fue a buscar pareja para Isaac, creó un plan para determinar quién era la joven que el Señor aprobaba. Cuando se le dio la señal, con un corazón agradecido, “se inclinó, y adoró a Jehová” (Génesis 24:26,48,52).

Un hermano de una villa, considerado “pasado de moda”, visitó una congregación en una ciudad grande. Mientras el predicador elocuente presentaba algunas verdades grandes, el hermano campesino alzó la voz y dijo: “¡Alabado sea el Señor!”. Alguien se le acercó, le tocó en el brazo y le susurró: “Guarde silencio. Usted no puede ‘alabar a Dios’ en esta iglesia”.

Aunque nosotros podemos no expresar nuestra alabanza de esa manera, nunca debemos realizar un servicio en el cual Dios no sea alabado.

Referencias

[1] Vea Hailey, Homer (1985), Un Comentario Sobre Isaías [A Commentary on Isaiah] (Grand Rapids: MI: Baker), pp. 490-491.

[2] Hustad, Donald (1981), Júbilo II: La Música Eclesiástica en la Adoración y la Renovación [Jubilate II: Church Music in Worship and Renewal] (Carol Stream, IL: Hope), p. 120.