¿Es la Biblia Inspirada por Dios? [Parte 2]

Para leer la primera parte de este artículo, haga clic en Parte 1.

Sabemos que la frase “inspirada por Dios” significa “soplada o dada por aliento de Dios”. También sabemos que la perspectiva correcta en cuanto a la inspiración es que Dios reveló Su Palabra de una manera verbal y plenaria. Pero, ¿cómo podemos estar seguros que la Biblia es realmente inspirada por Dios?

Mucha gente en el mundo considera la Biblia como un libro común. Otros creen que la Biblia es un libro especial debido a las enseñanzas morales que contiene, pero ellos no están dispuestos a reconocer que es la Palabra de Dios. Lo cierto es que el engañador, el padre de mentira (Juan 8:44), quiere que el hombre crea cualquier cosa—menos que la Biblia es inspirada por Dios. De hecho, él tuvo este objetivo desde el principio de la historia humana. En Génesis capítulo tres, se acercó a la mujer e introdujo su engaño con la siguiente frase: “¿Conque Dios os ha dicho…?” (3:1). Con esta frase el engañador sembró duda en el corazón humano con respecto a lo que Dios había dicho.

El truco satánico no ha cambiado desde entonces; él todavía siembra duda en el corazón humano moderno con respecto a la Palabra escrita de Dios. Irónicamente, el corazón humano continúa siendo susceptible al engaño del maligno, y lamentablemente, muchos hoy han caído en su antigua trampa.

EVIDENCIAS DE LA INSPIRACIÓN BÍBLICA

Existen dos fuentes principales para probar la inspiración bíblica: (1) La evidencia interna y (2) la evidencia externa. La evidencia interna tiene que ver con la estructura misma de las Escrituras. Es decir, es la evidencia que se puede obtener del mismo texto bíblico. Algunos escépticos han sugerido que no se puede usar la Biblia misma para sostener su inspiración; sin embargo, como Dickson ha señalado, “esta opinión realmente es injusta. Nadie tiene el derecho de negar la autenticidad de un documento sin considerar el documento mismo. Nosotros no negaríamos la autoría de las obras de Shakespeare sin primero considerar su texto” (1997, p. 328). Además, si los críticos de la Biblia pueden usar el texto bíblico para presentar supuestas contradicciones bíblicas, nosotros podemos usar el mismo texto bíblico para establecer la inspiración de la Biblia.

El segundo tipo de evidencia, la evidencia externa, tiene que ver con los campos seculares independientes que confirman el texto bíblico. Parte de esta evidencia incluye la confirmación histórica, arqueológica y geográfica de los eventos, lugares o circunstancias bíblicas.

Dentro de la evidencia interna y externa, podemos presentar varios argumentos para establecer la inspiración bíblica.

1. La Reclamación Bíblica de Inspiración

La reclamación de inspiración no es una práctica común. Muchos libros han reclamado cierta clase de honra o autoridad, pero pocos libros han reclamado inspiración divina para sus escritos. Kenny Barfield ha señalado en su libro, Por qué la Biblia es Número 1, que existen alrededor de siete documentos en todo el mundo que reclaman abiertamente inspiración divina (1997, p. 186).

En contraste, la Biblia está llena (de principio a fin) de reclamaciones implícitas de inspiración divina. Las expresiones como, “El Señor dice”, “Vino palabra de Jehová”, “Así ha dicho Jehová”, etc., son comunes y abundantes en la Biblia (e.g., Éxodo 7:17; Jueces 6:8;  1 Samuel 15:10; 1 Reyes 6:11; Isaías 7:7; 28:16; 48:17; 1 Timoteo 4:1). De hecho, aquellos que han tratado de contar estas y otras expresiones similares, han calculado que sólo en el Antiguo Testamento hay algo de 2,600 reclamaciones de inspiración (Morris, 1974, p. 157). Estas expresiones confirman que la Biblia reclama tener su origen en Dios.

Pero la Biblia no solamente contiene expresiones implícitas de inspiración, sino reclama explícitamente que sus escritos son inspirados. Moisés escribió en Números 36:13: “Estos son los mandamientos y los estatutos que mandó Jehová por medio de Moisés a los hijos de Israel”. Pablo escribió en 2 Timoteo 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”. Y Pedro agregó: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21; cf. 1 Corintios 2:13; 14:37; Hebreos 4:12; 5:12; Apocalipsis 1:1). No existe duda que la Biblia reclama inspiración divina.

Ahora, alguien puede estar pensando, “Bueno, esto realmente no prueba que la Biblia sea inspirada. Es decir, el hecho que un libro reclame ser inspirado por Dios no prueba que lo sea”. Esta lógica es correcta. Pero el punto es que no podemos defender la inspiración de un libro que no reclama ser inspirado por Dios. Si la Biblia no reclamara ser inspirada por Dios, entonces sostener su inspiración no tuviera sentido. Como John Gerstner anotó, “[a]unque la reclamación [de inspiración—MP] puede no ser un argumento a su favor, la ausencia de esta reclamación ciertamente sería un argumento en contra” (citado en Dickson, 1997, p. 330). Por tanto, no se pretende usar la reclamación de inspiración para sostener la inspiración bíblica, sino se usa como un punto de partida para su estudio y entendimiento.

2. La Unidad Bíblica

La unidad bíblica es una de las evidencias internas más fuertes a favor de la inspiración de la Biblia. La Biblia está compuesta de 66 libros individuales. Fue escrita en un periodo aproximado de 1,600 años, por algo de 40 hombres diferentes que vivieron en tiempos y lugares diferentes, que tuvieron lenguajes y culturas diferentes, que escribieron sobre temas diferentes, pero que sin embargo, escribieron con unidad armoniosa que desafía toda explicación naturalista.

La Biblia es un libro unificado de principio a fin. Por ejemplo, Josué 1 verifica Deuteronomio 34. Primera y 2 Crónicas confirman los eventos que se narran en 1 y 2 Reyes. Daniel hace referencia a Jeremías (cf. 9:2). Ezequiel hace referencia a Daniel (cf. 28:3). Mateo, Marcos, Lucas y Juan se complementan perfectamente. Pedro hace referencia a los escritos de Pablo (2 Pedro 3:15-16). El libro de Santiago lleva el mismo espíritu del Sermón del Monte (cf. Mateo 5-7). Y Judas confirma 2 Pedro 2. Ciertamente, el trabajo armonioso entre estos escritores no se pudiera haber logrado sin ninguna clase de Guía sobrenatural.

La Biblia muestra unidad ejemplar en el desarrollo de su tema central. Desde Génesis hasta Apocalipsis, el tema es el Salvador Jesucristo. La promesa, consolación y esperanza en un Salvador abarca cada libro de la inspiración sagrada. Al plasmar en tinta y papel el tema divino, los libros de Génesis a Malaquías exclaman, “El Salvador está viniendo” (cf. Génesis 3:15; Malaquías 4:2); los libros de Mateo a Juan exclaman, “El Salvador está aquí” (cf. Mateo 1:21; Juan 20:30-31); y los libros de Hechos a Apocalipsis exclaman, “El Salvador regresará” (cf. Hechos 1:11; Apocalipsis 22:7,12,20). Como Geisler y Nix han señalado, “es más que un accidente o una casualidad que la Biblia posea unidad asombrosa de tema—Jesucristo. El problema—el pecado—y la solución—el Salvador, se unifican en sus páginas desde Génesis hasta Apocalipsis” (1968,1986, p. 194).

La Biblia también muestra unidad en el desarrollo de su plan. El plan divino, concebido antes de la fundación del mundo (cf. Efesios 1:4; 1 Pedro 1:18-20), es la redención del hombre a través de la sangre de Cristo. Cuando el hombre decidió desobedecer a Dios y colocar su alma en el camino a la condena irreversible (cf. Génesis 3:6), Dios comenzó Su viaje de esperanza en el camino al Calvario (cf. Génesis 3:15). Su Palabra registra el desarrollo ininterrumpido del plan de redención divino para la salvación humana. Génesis 3 al 12 revela el trasfondo de la redención; Génesis 12 a Malaquías 4 revela el progreso de la redención a través de los descendientes de Abraham; Mateo 1 a Juan 21 revela la consumación de la redención; Hechos 1 al 28 revela la apropiación de la redención; Romanos 1 a Judas revela la perpetuación de la redención; y Apocalipsis 1 al 22 revela la victoria final de los redimidos (vea Chesser, 2004). Como Frank Chesser declaró conmovedoramente en su libro, El Retrato de Dios, “[a]lguien pudiera leer desde Génesis 3:6 a Apocalipsis 22:21 y pinchar cualquier libro con un alfiler figurativo, cualquier capítulo en cualquier libro, cualquier versículo en cualquier capítulo, cualquier palabra en cualquier versículo y cualquier letra en cualquier palabra, y esta derramaría la sangre de Cristo—la respuesta de Dios para el pecado” (2004, p. 287).

Finalmente, la Biblia muestra unidad singular en su doctrina. Aunque los escépticos sostienen que algunas enseñanzas y narraciones bíblicas son contradictorias, lo cierto es que no se ha encontrado ninguna contradicción legítima en la Biblia (vea Lyons, 2003 y 2005). Considere la armonía en las doctrinas tales como, la naturaleza del amor de Dios (e.g., Génesis 18:26-32; Oseas 11:1; Lucas 11:42; Romanos 8:38-39; 2 Tesalonicenses 3:5; Judas 21; 1 Juan 4:8), la creación del Universo (e.g., Génesis 1-2:3; Éxodo 20:11; Salmos 8:3; 19:1; Juan 1:3; Hechos 17:24; Colosenses 1:16; Hebreos 1:10; 3:4), la gracia de Dios (e.g., Romanos 4:16; 11:6; Efesios 2:5-8; Tito 2:11), la obediencia de fe (e.g., Génesis 6:22; Éxodo 40:16; Romanos 1:5; 6:16; 2 Tesalonicenses 1:6-9; Hebreos 11), la singularidad de Dios (e.g., Deuteronomio 6:4; Juan 10:30; 14:9-11; 17:21) e incluso la misma inspiración bíblica (e.g., Éxodo 20:1; Números 1:1; 1 Samuel 3:11; Isaías 1:1-2; Romanos 9:1; 1 Corintios 2:10; Gálatas 1:12; 1 Tesalonicenses 4:15; 2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:20-21; Apocalipsis 1:1).

3. La Brevedad y Omisión Bíblica

Tal vez pocos considerarían la brevedad y omisión bíblica como parte de la evidencia para su inspiración, pero estas son algunas de las características más sobresalientes que distinguen la Biblia de cualquier obra humana.

Como habíamos visto, la Biblia se centra de principio a fin en la persona de Cristo. Al considerar que los judíos habían esperado por casi 2,000 años la llegada del Mesías profetizado, es fácil entender la presión que sentirían los que tuvieron la ardua labor de escribir los detalles en cuanto a la vida del Mesías. Qué escribir y qué no escribir, qué incluir y qué no incluir, serían las preguntas más difíciles de responder en las mentes de los escritores del evangelio. De manera interesante, aparte de la mención de algunos pocos eventos relacionados al nacimiento de Jesús, y una referencia a Jesús a la edad de 12 años (Lucas 2:41-52), los escritores del evangelio pasaron por alto los primeros 30 años de la vida del Mesías. ¿Qué escritor humano, al escribir una biografía de un personaje influyente, omitiría los primeros 30 años de su vida? Además, aunque el mundo religioso está lleno de descripciones de la apariencia física de Jesús, los escritores del evangelio no incluyeron ni siquiera una simple característica física clave para formarnos una idea de la apariencia externa del Salvador. La narración y descripción de los evangelistas en cuanto al Salvador desafía la explicación humana. Parece que los escritores del evangelio escribieron bajo la dirección (en este caso la limitación) de un Ser que trasciende la curiosidad humana.

Considere también la muerte del primer apóstol, Jacobo (Hechos 12:2). En crudo contraste a las descripciones prolongadas que caracterizan a los escritos humanos, Lucas empleó menos de diez palabras para describir la muerte de uno de los personajes más prominentes de la iglesia naciente. Los hombres han escrito infinidad de libros extensos para abordar las muertes de personajes individuales tales como la Princesa Diana, el Presidente John F. Kennedy y Juan Pablo II. La contención con la cual los escritores de la Biblia escribieron es impresionante.

Finalmente, considere la brevedad de la información acerca del más allá. La narración más detallada de la vida después de la muerte se encuentra en Lucas 16; sin embargo, esta narración todavía es insuficiente para satisfacer el apetito carnal de la curiosidad humana. La brevedad bíblica en cuanto al más allá se encuentra en cruda oposición a las descripciones de otros libros que reclaman inspiración. Por ejemplo, el Corán abunda en descripciones materialistas del más allá, pero la Biblia ofrece solo lo suficiente para no abrumar al lector con un enfoque carnal de la vida después de la muerte (vea Miller, 2005, pp. 199-209).

Después de dar un vistazo a la brevedad y omisión bíblica, se puede concluir, como Wayne Jackson lo ha hecho, que la Biblia carece de algunas cosas que “sin duda hubieran estado allí si los documentos hubieran sido guiados por voluntad humana” (2005, énfasis en original). No hay duda que la brevedad y omisión de temas que satisficieran el apetito de los lectores demuestra que los escritores no estuvieron tratando de atraer la atención del lector por medio del sensacionalismo, sino que estuvieron tratando de satisfacer la voluntad de un Ser que opera en un ambiente ajeno a la curiosidad humana.

4. La Profecía Bíblica

Si Dios inspiró la Biblia, y si Él es omnisciente (Salmos 139:1-4), i.e., tiene el conocimiento completo de todas las cosas—incluyendo el futuro, entonces, se debe esperar que la Palabra que Dios inspiró contenga profecía predictiva que haya su cumplimiento exacto mucho tiempo después de ser predicha. La Biblia contiene innumerables ejemplos de esta clase de profecía, y en efecto, la profecía predictiva es una de las pruebas principales que la Biblia tiene un origen divino (Jeremías 28:9; cf. Deuteronomio 18:22).

La Biblia contiene profecía predictiva acerca de naciones. Por ejemplo, en cuanto a Nínive, el profeta Nahum detalló que la ciudad sería destruida por una inundación (2:6-8), y quemada (1:10; 2:13); sus riquezas serían saqueadas (2:9-10); sus defensores serían embriagados al aproximarse la guerra (1:10; 3:11); sus líderes serían muertos (3:10,18); permanecería en ruinas por siglos (1:14; 3:7); y el pueblo asirio desaparecería (1:14; 2:13). La historia registra que esto sucedió exactamente como Nahum lo predijo (vea Barfield, 1995, pp. 59-64).

Ezequiel profetizó la caída de Tiro en gran detalle. Mencionó que Nabucodonosor haría estragos en la ciudad (26:7-8); muchas naciones se levantarían contra Tiro (26:3); la ciudad sería dejada como una peña lisa (26:4); la madera, piedras y polvo de la ciudad serían arrojados al mar (26:12); el lugar llegaría a ser tendederos de redes (26:5); y la ciudad nunca sería reedificada a su gloria antigua (26:14). Otra vez, la historia atestigua a favor de esta profecía (vea Thompson, 1999, pp. 41-42).

La Biblia también contiene profecías acerca de individuos. En 1 Reyes 13:2, un profeta de Dios predijo la obra del Rey Josías (e incluso le mencionó por nombre) algo de tres siglos antes de su nacimiento. Isaías también proveyó proféticamente el nombre de Ciro, futuro rey de Persia, y reveló algunas de sus obras reales alrededor de un siglo y medio antes del nacimiento del rey (44:28; 45:1).

Aunque los ejemplos anteriores, y muchos otros como estos (e.g., Isaías 19; Jeremías 50), muestran que una Mente omnisciente inspiró la Biblia, la evidencia profética para la inspiración de la Biblia alcanza su cenit en las predicciones antiguas en cuanto al Mesías venidero.

Solamente el Antiguo Testamento contiene cientos de profecías mesiánicas (vea Barfield, 1995, pp. 123-124). Entre otras cosas, el Mesías debía: (1) nacer de una virgen (Isaías 7:14), en Belén (Miqueas 5:2); (2) ser de la tribu de Judá (Génesis 49:10), del linaje de David (2 Samuel 7:12); (3) aparecer en el tiempo del reino romano (Daniel 2:44); (4) ser precedido por un anunciador (Malaquías 3:1); (5) realizar milagros (Isaías 35:5-6); (6) predicar el Evangelio (Isaías 61:1-2); (7) ser rechazado entre los hombres (Isaías 53:3); (8) ser traicionado por un amigo (Salmos 41:9); (9) ser vendido por 30 piezas de plata (Zacarías 11:12); (10) llevar nuestras enfermedades, dolores y pecado (Isaías 53:4-6,11); (11) ser guiado a la muerte sin ofrecer resistencia (Isaías 53:7); (12) sufrir la perforación de Sus manos y pies (Salmos 22:16); (13) ser contado con los pecadores (Isaías 53:12); (14) orar por Sus trasgresores (Isaías 53:12); (15) ser despojado de Sus vestiduras, y Sus vestiduras, repartidas y sorteadas (Salmos 22:18); (16); ser traspasado (Zacarías 12:10); (17) ser sepultado con los ricos (Isaías 53:9); (18) levantarse de los muertos (Salmos 16:10); y (19) ascender al trono de Dios (Salmos 110:1). Todas estas profecías se cumplieron en mínimo detalle (cf. Mateo 1:1,18; 2:1; 3:1-12; 4:23; 26:14-16; 27:57-60; 28:1-10; Marcos 15:13-14; Lucas 2:1-7; 23:34; Juan 19:9-18,34; 20:25,30-31; Hechos 2:29-36; Hebreos 7:14; 10:12).

Los profetas antiguos proclamaron sus predicciones mesiánicas cientos de años antes que el Mesías pisara la Tierra. La Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento hebreo) se completó casi dos siglos antes del nacimiento de Jesús (Nelson, 1977, p. 655). Por ende, la sugerencia que estas profecías se escribieron después de la aparición de Jesús contradice la evidencia. Además, ya que el texto del Antiguo Testamento estuvo completo y traducido al griego mucho tiempo antes del nacimiento del Mesías, es imposible que Jesús hubiera manipulado las profecías para calzar Su vida y actividades—y mucho menos manipulado las circunstancias que estuvieron fuera de Su alcance (e.g., Su nacimiento virginal y el lugar de Su nacimiento).

Algunos matemáticos han calculado la probabilidad que solamente 16 de estas predicciones mesiánicas se cumplieran “por casualidad” en un hombre (e.g., Jesús) como 1 en 1045 (Geisler, 1999, p. 613). Jesús cumplió cada una de las cientos de predicciones mesiánicas. Sería imposible concebir tal probabilidad.

5. La Presciencia Bíblica

Una de las características más singulares y sobresalientes de la Biblia es su conocimiento anticipado de algunos hechos científicos. En las palabras del Dr. Henry Morris,

[h]ay muchas verdades científicas inesperadas que han permanecido escondidas en sus páginas [de la Biblia—MP] por miles de años, y que solamente se han reconocido y apreciado en tiempos recientes. Desde luego, no se expresan estos principios en el estilo técnico moderno, pero sin embargo se presentan de una manera exacta y hermosa, indicando un entendimiento remarcable de la naturaleza,…muy avanzado a su “descubrimiento” gracias a los científicos modernos (1986, p. 11).

El relato de la Creación en el primer capítulo de la Biblia usa repetidamente las expresiones “según su género” y “según su especie” con referencia a la vida (1:11-12,21,24-25). Aunque alguien que lee superficialmente Génesis 1 puede considerar estas expresiones como repeticiones pesadas, lo cierto es que éstas enfatizan un hecho científico irrefutable: toda vida surge de la vida preexistente, y produce según su género. Una ley inquebrantable en la naturaleza es la Ley de la Biogénesis. Esta ley declara que los organismos vivos surgen solamente de organismos vivos de su propio género (Agnes y Guralnik, 1999, p. 146). Aunque esta idea describe un suceso diario común muy obvio para algunos, muchos científicos antiguos (y modernos), especialmente a causa de la influencia del pensamiento evolucionista, creyeron que la vida podía generarse de lo inanimado. Se conoce este concepto erróneo como la “generación espontánea”, y es la base de la teoría de la evolución de las especies. Los estudios profundos de Francesco Redi (1688) y Lazarro Spallanzani (1799) en Italia, Louis Pasteur (1860) en Francia, y Rudolph Virchow (1858) en Alemania desaprobaron la generación espontánea (Thompson, 2005a). Pero ¿cómo pudo Moisés, quien escribió el Pentateuco algo de 3,000 años antes de los estudios de estos científicos, establecer este hecho con tal precisión asombrosa?

Después que el Diluvio exterminó la mayor parte de la vida en la Tierra, Dios hizo pacto con los humanos que sobrevivieron a esta catástrofe. Dentro de las condiciones del pacto, Dios incluyó la prohibición de comer “carne con su vida, que es su sangre” (Génesis 9:4). Siglos después, cuando Dios dio los mandamientos al pueblo israelita, confirmó Su prohibición del consumo de sangre. Otra vez la razón fue: “Porque la vida de la carne en la sangre está” (Levítico 17:11; cf. vs. 14). Sin embargo, no siempre se aceptó la idea que la sangre es fundamental para la vida. Recién en 1616 se comenzó a entender la naturaleza circulatoria de la sangre, gracias a los trabajos del médico inglés William Harvey (Morris, 1986, pp. 15-16). La idea prevaleciente antes de la investigación de Harvey fue que la sangre era responsable de muchas enfermedades, y que al realizar el procedimiento de sangría (desangrado del paciente), el paciente podía llegar a recobrar la salud. Incluso después de la investigación de Harvey, muchos médicos todavía siguieron practicando el procedimiento de sangría. De hecho, George Washington (1732-1799), el primer presidente de los Estados Unidos, fue desangrado considerablemente cuatro veces hasta que sus fuerzas le abandonaron por completo (vea “George…”, 1995, 29:705-706). ¿Cómo se explica el hecho que la Biblia registre esta verdad médica miles de años antes de su descubrimiento?

Como señal del pacto antiguo, en Génesis 17:12 Dios mandó a Abraham que circuncidara a los recién nacidos varones de edad de ocho días. Este requerimiento divino pasó desapercibido por milenios—hasta que nuevos estudios médicos a comienzos del siglo XX descubrieron hallazgos impresionantes. Las plaquetas, la vitamina K y la protrombina se encargan de la coagulación de la sangre—lo cual es muy importante en cualquier proceso quirúrgico. El recién nacido no comienza a producir vitamina K (vitamina que produce protrombina) en cantidades adecuadas sino hasta el quinto día. Por ende, sería prudente posponer cualquier procedimiento quirúrgico los primeros cuatro días para evitar hemorragia. Aunque este hecho ya es remarcable (a la luz de la revelación bíblica), interesantemente, para el octavo día, el nivel de protrombina se eleva hasta el 110%, haciendo que el octavo día sea el día más seguro en la vida de un varón para la circuncisión (vea McMillen y Stern, 2000, pp. 82-85). ¿Pura casualidad?

La astronomía es un campo de la ciencia en que se han hecho muchos descubrimientos y correcciones. Se han abandonado muchas de las ideas antiguas a la luz de la evidencia nueva. Este es el caso en cuanto a las estrellas. Antes de la invención del telescopio, los astrónomos solían especular en cuanto al número exacto de las estrellas. Por ejemplo, Claudio Ptolomeo (ca. 150 d.C.) contó 1,056 estrellas, Tycho Brahe listó 777 y Johannes Kepler contó 1,005 (Morris, 1986, p. 11). No obstante, la Biblia declaró más de 2,000 años atrás que “no puede ser contado el ejército del cielo” (Jeremías 33:22). El fallecido astrónomo de la Universidad de Cornell, Carl Sagan, una vez sugirió que se ha documentado más de 25 sextillones de estrellas (Thompson, 2005b), pero la cuenta todavía no ha terminado.

En Isaías 40:22, el escritor hizo referencia al “círculo de la tierra”. El término hebreo que Isaías empleó para “círculo” es chuwg, que “denota un círculo, esfera o arco” (Barnes, 1847, 2:70, itálicas en original)—a diferencia de algo plano. Aunque ahora la circunferencia de la Tierra es un asunto de conocimiento común, esta idea no fue común para el tiempo que Isaías escribió su libro (ca. 700 a.C.) y por algunos siglos después.

Hace 3,000 años atrás, Salomón describió el ciclo del agua cuando escribió que “[l]os ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo” (Eclesiastés 1:7). Pero la idea del ciclo del agua no llegó a entenderse completamente sino hasta el siglo XVI y XVII (Thompson, 1999, p. 48).

Estos ejemplos de presciencia bíblica (y otros, e.g., Job 38:16; Salmos 8:8; 102:25-26; Jeremías 31:37) muestran que los escritores de la Biblia no pudieron haber sabido estos hechos mediante el estudio, la experimentación o el conocimiento natural. Solo una Mente guiadora puede explicar estas “anomalías” bíblicas.

6. La Exactitud Bíblica

Por siglos, los escépticos han tratado de desacreditar la fidelidad con la cual la Escritura registra los eventos bíblicos. De hecho, las “contradicciones bíblicas” es un campo creciente en los escritos de los escépticos. Sin embargo, la exactitud bíblica es uno de los aspectos más impresionantes y sobresalientes del texto sagrado.

La Biblia menciona a los hititas (heteos) más de 40 veces, y tan temprano como en el tiempo de Abraham (cf. Génesis 15:20). Pero hace más de un siglo atrás, no existía evidencia histórica de la existencia de este pueblo. Este hecho guió a muchos eruditos y críticos de la Biblia a mofarse de las historias bíblicas que hacían referencia a los hititas. Esas burlas se desvanecieron cuando a finales de 1800, A.H. Sayce descubrió inscripciones en Siria que finalmente designó como hititas. También se desenterró los restos de la capital hitita, Hattusa, con sus enormes palacios y templos. Estos descubrimientos han causado que los historiadores reconozcan que “[d]e un pueblo llamado hitita se tiene conocimiento desde hace mucho tiempo gracias a la Biblia. Personajes con este nombre aparecen y desaparecen de la escena en algunos dramas conocidos del Antiguo Testamento” (Hicks, 1995, 1:9, énfasis añadido).

La Biblia relata que mientras Abraham estaba en Egipto, Faraón le dio muchos presentes, incluyendo camellos. Por mucho tiempo los críticos declaraban que el registro bíblico de la existencia de camellos domesticados en el tiempo de Abraham (ca. 2000 a.C.) era erróneo (vea Cheyne, 1899, 1:634; Cansdale, 1970, p. 66). Pero ahora existe evidencia suficiente para concluir que estos críticos han estado equivocados por mucho tiempo, y que otros han ignorado la evidencia debido al prejuicio contra el registro bíblico. [Para un estudio detallado sobre la existencia de los camellos para el tiempo de Abraham, vea Smith y Lyons, 2006].

La Biblia también registra la presencia de los filisteos tan temprano como en el tiempo del patriarca Abraham (Génesis 21:32,34). Por algún tiempo, los críticos consideraron este registro como un anacronismo (un error que consiste en atribuir detalles a una fecha que no le corresponde) insertado posteriormente en el relato mosaico (Burrows, 1941, p. 277). Esta acusación se generó debido a la suposición infundada que los filisteos fueron una nación grande para el tiempo del patriarca. Pero la Biblia no sostiene tal idea (vea Lyons, 2007). De hecho, la palabra “filisteo” fue un término genérico que se usó para hacer referencia a la “gente del mar”. Harrison señala que la evidencia arqueológica “sugiere que es un error considerar la mención a los filisteos en las narraciones patriarcales como un anacronismo” (1983, p. 362).

Por mucho tiempo se cuestionó la fidelidad del libro de Hechos. Incluso “los teólogos eruditos más conservadores pensaban que el plan de defensa más sabio para el Nuevo Testamento como un todo era decir lo menos posible acerca del libro de Hechos” (Ramsay, 1915, p. 38). William Ramsay, un erudito que cuestionaba la fidelidad de este libro, dirigió una expedición arqueológica en el Asia Menor con el fin de desaprobar completamente la veracidad de Hechos. Pero después de años de excavación, concluyó que Lucas (el escritor de Hechos) fue un historiador excepcional. Lucas menciona aspectos geográficos e históricos con precisión extraordinaria.

Al considerar los errores que se pueden encontrar en los documentos de los escritores antiguos (e.g., Horacio, Herodoto, Tácito, Aristóteles, Josefo), y al considerar el hecho que “errar es humano”, es completamente sorprendente que los escritores de la Biblia registraron sus escritos con tal precisión y fidelidad. [Para un estudio adicional en cuanto a la exactitud bíblica, vea Jackson, 1999]. Hasta el momento, no se ha encontrado ninguna contradicción legítima en el registro bíblico (Lyons, 2003 y 2005).

7. La Preservación Bíblica

Al considerar las diferentes condiciones desfavorables que han amenazado la Biblia durante los siglos, realmente es asombroso poseer en nuestras manos copias fieles del texto sagrado original. Considere el hecho que para preservar las Escrituras, los escribas tuvieron que copiar a mano (una y otra vez) los textos originales y copias. Esta fue una labor inmensa. Pero como Lightfoot ha señalado, “la cantidad de documentos textuales que se disponen para la Biblia, incluyendo los manuscritos y versiones, es tan vasta que prácticamente desafía el cálculo. Un cálculo conservador sería a lo menos 20,000” (1963, p. 203). De esta cantidad, más de 5,700 documentos pertenecen al Nuevo Testamento. Incluso esta última cantidad supera por miles cualquier otra cifra de manuscritos que se han preservado de escritos históricos antiguos (vea McDowell, 1996, p. 48).

Considere también que durante los siglos, muchos incrédulos han realizado esfuerzos descomunales para destruir la Biblia por completo. En 303 d.C., el emperador romano, Diocleciano, publicó un edicto que promovió la persecución a los cristianos. La persecución incluyó el castigo a quienes se reunían secretamente para adorar, la prisión, esclavitud y tortura de los cristianos, y la búsqueda y quema de Biblias (McClintock y Strong, 1867-1880, 2:805-806). Irónicamente, alrededor de un par de décadas después, el emperador romano, Constantino, comisionó a Eusebio para elaborar 50 copias de las Escrituras cristianas (Geisler y Nix, 1968,1986, p. 447).

Voltaire, un incrédulo francés notable (1694-1778), se jactó que 100 años después de su época el cristianismo sería borrado por completo, y que el único lugar donde se encontraría una Biblia sería en un museo. Voltaire ha pasado a la historia; muy pocas personas en el mundo poseen una copia de alguno de sus escritos; pero la Biblia sigue siendo el libro favorito de la mayor parte de las familias en el mundo. Sobre la jactancia de Voltaire en cuanto a la “extinción” de la Biblia, Geisler y Nix señalaron que “solamente cincuenta años después de la muerte de éste, la Sociedad Bíblica de Génova usó la misma prensa y casa de él para producir montones de Biblias” (citado en McDowell, 1996, p. 23).

Finalmente, considere los esfuerzos que se han realizado en países comunistas para destruir el cristianismo y su libro sagrado. Algunos de esos esfuerzos todavía no han cesado, pero la Biblia continúa siendo el libro más vendido y leído en el mundo entero.

En Marcos 13:31, Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Pedro declaró: “La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:24-25). Aunque las condiciones desfavorables y los ataques impíos han sido muchos y crueles, en cada intento y ataque, Dios ha provisto protección sobrenatural a favor de la Biblia, para que Su Palabra “permanezca para siempre”.

CONCLUSIÓN

Se puede extender la lista de evidencias para la inspiración de la Biblia—desde su canonización hasta su influencia moderna. Pero los ejemplos que se incluyen en este artículo son suficientes para concluir que no se puede explicar el origen de la Biblia por medios naturales. Ciertamente, en cada palabra, cada versículo, cada capítulo y cada libro, la Biblia muestra que es el producto de una Mente divina.  En las palabras del apóstol Pedro, “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

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