La Madre de Jesús

Jesús no tuvo un padre terrenal, pero tuvo una madre humana. Ella fue una creación, pero tuvo al Creador dentro de su vientre. Dio a luz a Alguien que no tuvo comienzo (Juan 1:1; Hebreos 7:3). Dio vida a “la vida” (Juan 14:6). Sus ojos fueron los primeros en ver al Hacedor de los ojos. Sus oídos fueron los primeros en oír la voz de Quien habló para que el Universo existiera (Salmos 33:6; Juan 1:3).

Sus manos tocaron primero los dedos que formaron a Adán del polvo de la tierra (Génesis 2:1-7). Cambió los pañales del que nunca cambia (Hebreos 13:8). Enseñó verbos al “Verbo” (Juan 1:1-3). Enseñó al Omnisciente cómo contar. Cargó al Omnipotente. Amamantó al Agua de Vida (Juan 4:10; 7:37). Alimentó al Pan del Cielo (Juan 6:35).

Curó las heridas de Aquel que curaría corazones (Lucas 4:18). Mostró al Sanador de cojos cómo caminar (Juan 5:8). Al final ella será juzgada por Él, pero Él primero fue enseñado por ella (2 Corintios 5:10).

¿Qué lecciones podemos aprender de tal persona remarcable?

EL DOLOR DE UNA MADRE

Algunas veces es duro ser madre. No se trata de sonrisas y besos, buenas notas y juegos, buenos novios y matrimonios felices todo el tiempo. Algunas veces los hijos pisan nuestros corazones, como cuando eran niños y pisaban nuestros dedos del pie (cf. Gálatas 6:9; Efesios 3:13).

Diana Allen resumió de manera hermosa el sentimiento de muchas madres en un poema llamado “Renuncio”. Después de explicar las dificultades de la crianza, concluyó:

Hay días en que todavía busco en la Páginas Amarillas el número telefónico de Renuncia Maternal…ya que siento que mi corazón ha sido roto en mil pedazos. Sin embargo, sé algo con seguridad: necesito continuar, estar firme, pelear la buena batalla. Las almas de mis hijos y la calidad de las vidas que tienen en la tierra están en juego—e igualmente su eternidad. Mis hijos son demasiado preciosos como para dejar de perseverar (cf. 1 Corintios 15:58; 2 Tesalonicenses 3:13; Hebreos 12:3).

Cuando María y José trajeron al niño Jesús al templo, Simeón dijo a María: “[U]na espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35). Considere el dolor que María experimentó.

Cuando se descubrió que estaba embarazada, comenzó a sufrir vergüenza y reproche (cf. Lucas 1:39,56; Juan 8:41).

Se malinterpretó su embarazo, y los vecinos comenzaron a hablar mal de ella. Jesús fue considerado un hijo ilegítimo. Las acusaciones persistieron. Incluso en la crucifixión, ella todavía podía sentir las acusaciones. El título arriba de su Hijo decía, “Jesús de Nazaret” en vez de “Jesús hijo de José”. Esto implicaba que los judíos tenían sospechas en cuanto al nacimiento de Jesús.

Cuando los padres de un niño judío no estaban casados nueve meses antes de su nacimiento, el padre no podía reclamar al niño como suyo—lo cual usualmente sucedía a la edad de 12 años. Entonces se conocía al niño con el nombre de la ciudad donde creció. Pilato debe haberse burlado de los judíos al escribir: “Su rey es un hijo ilegítimo”. Desde luego, Dios mismo fue el Padre de Jesús a través del nacimiento virginal.

Sufrió las dificultades de la pobreza.

Estaba casada con José, un carpintero pobre. Se puede ver inadvertidamente su pobreza en varios pasajes. Dio a luz al Señor en un establo (Lucas 2:7). Cuando llegó el tiempo de realizar un ofrecimiento por su Bebé, dio el sacrificio de una mujer pobre (Lucas 2:24; cf. Levítico 12:1-8). Parece que en el tiempo de la crucifixión no tenía una casa (Juan 19:26-27).

Niños inocentes murieron debido a su Hijo (Mateo 2:16-18).

Aunque ella, José y Jesús huyeron de Belén a Egipto para escapar de la espada de Herodes, otros niños no escaparon. Nos preguntamos cómo se habrá sentido María cuando oyó el reporte. Estaba agradecida de que su Hijo estaba a salvo, pero habrá sentido la espada en su corazón cuando pensaba en todas las madres que no tenían bebés que abrazar.

Tuvo que vivir en una cultura extranjera por dos años.

Muchos predicadores serán misioneros, pero ellos, sus esposas o sus familias no entenderán completamente lo que es dejar su tierra para ir a un lugar con un lenguaje y sociedad extraña. ¿Cómo lidió esta joven, quien entonces era una nueva esposa y madre, con los mercados, las costumbres y los patrones egipcios?

Perdió a su Hijo por tres días cuando Él tenía 12 años (Lucas 2:43-49).

Una vez perdí a mi hijo de cuatro años en un parque de diversiones por 10 minutos, y casi no pude soportarlo. José y María perdieron a Jesús, y solamente después de un día de viaje se dieron cuenta que no estaba con ellos. No le encontraron sino hasta el tercer día.

¿Cómo pudo esta madre pasar tres días sin saber que su hijo estaba a salvo? María preguntó con ternura, y tal vez con un toque de impaciencia o amargura: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia”.

Jesús respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”. Ella debería haber sabido dónde encontrarle, ya que Su lealtad principal y suprema no era ante ella sino ante Dios. A pesar de su amor por Él, ella nunca pudo entenderle completamente (Lucas 2:50). Vemos la primera indicación de esta falta de entendimiento aquí, pero esto continuó a través de los años.

Sufrió el dolor de estar afuera, mirando hacia adentro.

Aunque encontró a su Hijo y tuvo el privilegio de tenerle después de ese evento y por algunos años, en un sentido ella nunca Le tuvo de regreso. Por ende, nunca pudo sentir que Él era completamente suyo. El salmista lo declaró muy elocuentemente: “Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre” (Salmos 69:8). En ocasiones hubiera parecido que Él no tenía tiempo para ellos (Lucas 8:19-21).

Esta falta de entendimiento otra vez es evidente en las bodas de Caná (Juan 2). María y Jesús estaban presentes, pero parece que ellos no habían venido juntos. Cuando se acabó el vino, María dijo a Jesús: “No tienen vino”. Su respuesta parece un poco severa. Él respondió: “¿Qué tienes conmigo, mujer?”. Albert Barnes dijo de esta frase:

Algunas veces se usa esta expresión para indicar indignación o desprecio (vea Jueces 11:12; 2 Samuel 16:10; 1 Reyes 17:18; Mateo 8:29), pero no es probable que denote ninguna de estas cosas aquí; puede haber sido una reprensión leve a María por tratar de controlar o dirigirle en su poder de realizar milagros. La mayoría de los antiguos cree que esta fue la intención de Jesús. Las palabras pueden sonar rudas para nosotros, pero pueden haberse dicho de una manera amable, no en un tono de desprecio (Barnes, 2005, 2:191-192, itálicas en original).

Debió haber sentido dolor cuando Jesús predicó Su primer sermón en Su pueblo (Lucas 4:16-29).

Sin duda, toda la familia debe haber estado en la sinagoga esa mañana, ansiosa que su Pariente diera una buena impresión. El nombre de la familia y su fe estaban en juego. Por tanto, cuando escucharon las “palabras de gracia” que Jesús dijo, debieron haberse sentido orgullosos.

Pero la “música” pronto cambió. Como si hubiera buscado la controversia, Jesús dijo a la congregación que tiempo atrás cuando Dios necesitaba un lugar para mantener a un profeta, no pudo encontrar uno entre los judíos, sino tuvo que buscar a una mujer que vivía en la tierra de Jezabel. Él les dijo que aunque Dios podía sanar a leprosos, el único hombre en el tiempo de Eliseo que tenía fe para ser sanado fue un hombre extranjero llamado Naamán. Después de ese discurso, la congregación se transformó en una multitud airada, y el predicador en un fugitivo.

Debió haber sentido dolor profundo por el rumor persistente que sugería que Jesús estaba loco (Mateo 12:24; Lucas 11:15-20).

Parece que la familia había sido avergonzada por esto en una ocasión y trató de llevarle a casa (Mateo 12:46-47). Pensaron que no había nada que ellos podían hacer excepto llevarle a casa y evitar vergüenza adicional a Él y ellos.

Ellos no tenían problemas en encontrarle. Él estaba siempre en medio de la multitud. Al no poder acercarse a Él, enviaron a decir que Su madre y Sus hermanos estaban esperándole. En vez de salir, rechazó verles (Marcos 3:22-32). Este último evento pudo haber sido suficiente para Sus hermanos.

En la cruz, María sufrió viendo la manera en que Él murió.

Estuvo cerca de la cruz, aunque pudo haber tenido que discutir con sus otros hijos para estar allí—parece que ninguno de ellos estuvo allí. ¿Cómo se hubiera sentido? Su Hijo murió en público, crucificado entre dos ladrones, tratado como un criminal.

A cada madre le interesa la vestimenta de sus hijos, especialmente cuando sus hijos están en público. Las ropas en la cultura judía no solamente portaban los propósitos usuales de comodidad y modestia, sino frecuentemente también eran simbólicas. Barclay explica que los hombres judíos usualmente tenían cinco prendas: una prenda para la cabeza, el calzado, una túnica, una faja y una prenda interior. La prenda para la cabeza era algo como un turbante que mantenía el cabello fuera del rostro. El calzado generalmente era un par de sandalias. La túnica hasta los tobillos tenía aberturas en ambos lados y una arriba. La faja era un cinturón y mantenía a la túnica exterior en su lugar. La prenda interior era una túnica suave hasta las rodillas. Juan la llama quiton, que era la túnica de un sumo sacerdote, sin costuras—de una sola pieza (Juan 19:23).

Es posible que María hubiera hecho la túnica de Jesús. Alguien se había tomado el trabajo de tejerla. Tiene sentido pensar que fue María. Era la costumbre que las madres dieran túnicas que habían hecho para sus hijos cuando ellos salían del hogar. En un sentido esta túnica simbolizaba la esperanza y los sueños de una madre para su hijo.

Uno de los beneficios de los soldados romanos a quienes se les asignaba el deber de la crucifixión era que ellos podían quedarse con las pertenencias del hombre ejecutado. Normalmente, ellos repartían todo en partes iguales, lo cual significaba que en este caso la túnica de Jesús sería cortada en cuatro pedazos. Los soldados acordaron tener todo o nada. El soldado que ganó el juego no tenía idea cuán preciosa era esa túnica. Tal vez una lágrima corrió por el rostro de María cuando el soldado reclamó la túnica que a ella le tomó meses tejer.

Muchos caminaron cerca para insultar a Jesús. Él no fue crucificado en una calle escondida, sino fuera de la puerta principal donde multitudes pasaban. ¡Imagine el horror de María mientras miraba a su Hijo, desnudo (o casi desnudo) ante el mundo entero! (Juan 19:26). ¡Cómo hubieran lastimado los insultos el corazón de María! Debió haberse mordido la lengua para no defender a su Hijo. Mientras Jesús estaba colgado en la cruz, y ella miraba, los corazones de ambos deben haber sido quebrantados juntamente.

Tal vez su mente se remontó a esa noche tres décadas atrás en un establo. Ella tenía muchas esperanzas para su Hijo que había nacido milagrosamente. Incluso antes de Su nacimiento, ella “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2:19). Debió haber pensado miles de veces en las palabras de los pastores, las profecías del templo y las palabras de los sabios.

Debió haber quedado despierta en la noche recordando cuando su Hijo confundía a los eruditos judíos a los 12 años de edad. Debió haber recordado el milagro en las bodas y la profecía en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lucas 4:18-19). ¿Cuántos sermones le habría escuchado predicar? ¿Cuántas de Sus obras maravillosas habían visto sus ojos?

Ahora todo había terminado. Él había sido golpeado, odiado y victimizado. Su última posesión en la Tierra fue simplemente el trofeo para un apostador. Mientras los minutos pasaban ese viernes, las palabras proféticas de Simeón en cuanto a Jesús llegaron a ser verdaderas como nunca antes (Lucas 2:33-35).

LA PERSEVERANCIA DE UNA MADRE

En la edición del 31 de diciembre de 1989 de Chicago Tribune, los editores imprimieron las fotos de la década. Una de ellas, que Michael Fryer tomó, capturó la imagen de un bombero y paramédico angustiado que cargaba a una víctima de un incendio fuera de la escena del fuego. El incendio en Chicago en diciembre de 1984 primero pareció ser una simple rutina. Luego los bomberos descubrieron los cuerpos de una madre y cinco niños acurrucados en la cocina de un departamento.

Fryer dijo que los bomberos supusieron:

Ella pudo haber escapado con dos o tres de los hijos, pero no pudo decidir a quién escoger. Escogió esperar con todos hasta que los bomberos llegaran. Todos ellos murieron por la inhalación del humo. Simplemente hay tiempos en que alguien no puede dejar a aquellos que ama.

Las madres están allí cuando nadie más está. En los Juegos Panamericanos, se preguntó a un clavadista campeón de los Estados Unidos cómo podía lidiar con la tensión de la competencia internacional. Él respondió que subía a la tabla, tomaba aire profundamente y pensaba: “Incluso si echo a perder este salto, mi madre todavía me amará”.

Cuando llegan los tiempos malos, las madres usualmente son las últimas en alejarse de nosotros. Alguien lo declaró de esta manera:

¿Les diré el lugar y el momento
De la batalla de más renombre?
No la encontrará en su pensamiento,
Pero fue peleada por la madre del hombre—
Sin cañones y sin disparos,
Sin espada o plumas de escritores;
Ni con enunciados claros
De las bocas de grandes oradores.
En lo profundo del corazón maternal—
De una madre que no se da por vencida,
Que hizo su parte con valor descomunal—
¡He aquí el lugar de la batalla más reñida! (Miller, s.d.)

Pedro fue un apóstol, pero Jesús le dijo la noche que fue arrestado: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces” (Mateo 26:34). Después que Pedro cumplió esta profecía triste, “se acordó de las palabras de Jesús… Y saliendo fuera, lloró amargamente” (Mateo 26:75). Hasta donde sabemos, ni Pedro, Jacobo, Andrés, Tomás, Lázaro, María y Marta o Felipe estuvieron en la crucifixión. Pero María, la madre de Jesús, estuvo allí.

Un artículo de la National Geographic presentó una descripción increíble de la perseverancia de una madre. Después de un incendio forestal en el Parque Nacional de Yellowstone, los guardaparques subieron a una montaña para calcular los daños. Un guardaparques encontró a un ave que literalmente estaba petrificado por las cenizas, parado esculturalmente en el suelo cerca de un árbol. Impresionado por el evento extraño, tumbó al ave con una rama, y tres pequeños polluelos salieron de debajo de las alas de su madre muerta. Al darse cuenta instintivamente del peligro inminente, la madre había llevado a sus polluelos al pie del árbol y les había acurrucado en sus alas. Podía haber volado y ser libre, pero rechazó abandonar a sus bebés. Cuando el calor del fuego quemó su pequeño cuerpo, ella permaneció firme, dispuesta a morir para que sus bebés bajo sus alas pudieran vivir (Goodard, 2009, p. 132).

EL ELOGIO A UNA MADRE

Después que los soldados romanos dividieron las ropas de Jesús en Juan 19, Jesús miró a Su madre. ¿Recordó los días de Su infancia cuando Su madre hacía Sus ropas? Nunca lo sabremos, pero lo que sabemos es que en ese momento Él previó el cuidado de Su madre.

Jesús honró a Su madre en el Calvario en tres maneras:

  • Primero, la honró al reconocerle en frente de esa multitud. Juan registra:
Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Juan 19:26-27).

María debió haber sonreído pensando en esta escena pasada. Aunque Él estaba sufriendo y aunque tenía una gran carga en Su mente, no la ignoró.

  • Segundo, la honró al hacer referencia a ella con una palabra de respeto: “mujer”. Esta fue una manera educada de dirigirse a ella, como se puede ver en otros ejemplos (Mateo 15:28; Juan 2:4; 20:13,15).
  • Tercero, la recompensó al asegurarse que no sufriría en sus años futuros. Jesús no tenía posesiones valiosas terrenales para dar a nadie (cf. Mateo 8:20; 17:27). Los soldados tomaron las últimas cosas que Él tuvo en la Tierra—Sus ropas. ¿Qué podía dar a María? Le dio a Juan, quien inmediatamente la llevó a su propia casa y cuidó de ella (Juan 19:27). La tradición dice que ella continuó viviendo con él en Judea hasta el tiempo de su muerte, lo cual probablemente ocurrió alrededor de 15 años después de la muerte de Jesús.

¿Por qué escogió a Juan? Él pudo haber tenido una mejor posición económica que los otros apóstoles (cf. Juan 18:16). Jesús sabía que Su madre se sentiría sola, así que le dio al discípulo que amaba mucho (Juan 13:23; 20:2; 21:7,20,24). Darle a Su discípulo como hijo adoptivo garantizaba Su gran amor por ella.

¿Por qué José no cuidó de ella? La mayoría de eruditos de la Biblia cree que él ya había muerto para ese tiempo. Las Escrituras no registran su muerte, pero nunca se le menciona después del episodio del templo cuando Jesús tenía 12 años (Lucas 2:49-52; cf. 4:22; Mateo 13:53-58).

Ya que no se habla de él, entonces José pudo haber abandonado a su familia o pudo haber muerto. Ya que José era un hombre de gran fe (cf. Mateo 1), la última opción tiene más sentido. La mayoría de eruditos piensa que él murió cuando Jesús era un adolescente.

¡Trate de imaginar la escena! Jim Bishop imaginó que pudo haber pasado de la siguiente manera:

El Mesías llamó a Juan con la cabeza desde la cruz. El apóstol notó la señal a través de sus ojos llenos de lágrimas y no supo si debía acercarse solo o llevar a la madre del Mesías con él. Después de un momento, decidió acercarse con María.
Los soldados les vieron acercarse y dos se pusieron delante con lanzas, pero el centurión les ordenó que no hicieran problemas. Los soldados se sentaron en una roca y observaron. María y Juan caminaron hasta quedar casi al frente de Jesús. Lo que vieron causó que María sollozara y bajara la cabeza.
Jesús no quería causarle lástima. Tenía un mensaje para ambos. Su padre adoptivo había estado muerto por algún tiempo, y ahora Él estaba muriendo; ¿quién cuidaría de María en sus últimos años? Él se esforzó en levantar Su cuerpo al enderezar Sus pies para poder hablar. Apretó Sus dientes por el dolor hasta que Sus rodillas estuvieron rectas otra vez y pudo respirar.
Luego, usando pocas palabras, dijo: “Madre, he ahí tu hijo”. Y María miró a Juan. Jesús miró a Juan firmemente, y dijo: “Hijo, he ahí tu madre”. El apóstol Juan puso su brazo más fuertemente alrededor de María. Miró a los ojos de su Mesías y movió la cabeza. Entendió lo que quería decir.
Voltearon y regresaron donde los demás estaban. Este fue un momento trágico para el Hijo del Hombre. Él miraba la espalda de Su madre, su cabeza cubierta con el velo que colgaba hasta su cintura. Mientras ella se apartaba de Él, el brazo de Juan estaba donde Él quería que Su brazo estuviera (Bishop, 1996).

En Sus últimos minutos, mientras Su sangre salía de Su cuerpo, Sus pensamientos estaban enfocados en el cuidado de la mujer que había cuidado de Él. Sus pensamientos se enfocaban en la mujer que Le había alimentado, enseñado, vestido y creído en Él. Como Su madre había puesto Sus necesidades por encima de las suyas, Jesús puso Su dolor a un lado y se enfocó en proveer la satisfacción de las necesidades de ella. Así como Su madre había provisto para Él cuando era joven, en Sus minutos finales Él proveyó para ella cuando ella era mayor.

Jesús cumplió lo que Pablo dijo que se espera de las familias cristianas (1 Timoteo 5:2-4). Jesús actuó como un miembro responsable de Su familia. En ese momento no estuvo cumpliendo la función como Hijo de Dios. No estuvo actuando como un ciudadano judío. No estuvo enseñando a Sus discípulos a sanar a los enfermos. En cambio, estuvo actuando como un hijo responsable.

Jesús era miembro de una nación que magnificaba la vida familiar. Ellos consideraban la familia como una institución divina (Génesis 2:24; Salmos 68:6); creían que un niño llegaba a ser principalmente lo que sus padres le enseñaban (Proverbios 22:6). No es una sorpresa que el primer mandamiento con promesa fuera, “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).

Es interesante que encontremos a María al comienzo del libro de Juan (capítulo 2) y al final (capítulo 19), pero no en los capítulos intermedios. Estos dos incidentes tienen comparaciones interesantes:

  • En Juan 2, María asistió a una boda y se involucró en la felicidad de la fiesta. En Juan 19, se involucró en los dolores de una ejecución y una sepultura.
  • En Juan 2, el Señor mostró Su poder y gloria cuanto convirtió el agua en vino. En Juan 19, nuestro Señor murió en debilidad y vergüenza mientras bebía la copa de dolor.
  • En Juan 2, María habló a Jesús y Le sugirió que ayude a solucionar un problema vergonzoso. En Juan 19, María guardó silencio.

No obstante, Barclay señaló que su silencio tiene mucho significado, ya que su testimonio pudo haber salvado a Jesús de la cruz. Todo lo que ella tenía que hacer es decir a las autoridades: “Yo soy su madre. Yo le conozco mejor que nadie más. Lo que Él dice en cuanto a ser el Hijo de Dios no es verdad; por ende, por favor déjenle en libertad”. Las autoridades hubieran apreciado la oportunidad de mostrar que Jesús era un engañador. Pero ¡María guardó silencio! Su silencio es testimonio de que Jesucristo era el Hijo de Dios.

Ya que era la madre de Jesús, María experimentó dolor, perseverancia y honor. Fue una mujer de carácter fuerte, una mujer que enseñó obediencia y compasión a su Hijo. Tal vez Jesús recordó el cuidado y la compasión de María cuando Se comparó a una gallina que cuida de sus polluelos en Mateo 23:37. Tal vez usted ansía experimentar esa clase de protección. ¿Está seguro debajo de las alas de Jesús?

Referencias

Barnes (2005), Notas de Barnes: Los Evangelios [Barnes’ Notes: The Gospels] (Grand Rapids, MI: Baker).

Bishop, Jim (1996), El Día que Cristo Nació y el Día que Cristo Murió [The Day Christ Was Born and the Day Christ Died] (Nueva York: Galahad).

Goddard, William (2009), Solamente Digalo [Just Say the Words] (Bloomington, IN: Xlibris)

Miller, Joaquin (sine data), “Maternidad” [“Motherhood”], http://user.xmission.com/~tssphoto/mom/trib.html.