La Manera de Amar a Alguien que Odia
Algunos tienen problemas con el prejuicio y el perdón. Tal vez usted es uno de ellos. Algunos han desarrollado amargura y necesitan lidiar con tal sentimiento antes que les destruya.
Aunque era inocente, Anatoly Shcharansky pasó nueve años en campos de trabajo en la Unión Soviética. A la edad de 38 años, se le incluyó en un intercambio de prisioneros entre el Oriente y el Occidente, y se le permitió migrar a Israel en febrero de 1986. Después de dos meses de libertad, dijo: “En la Unión Soviética me acostumbré a vivir por muchos años en un mar de odio. Ahora tengo que acostumbrarme a vivir en un océano de amor”.
Se ha diseñado a la iglesia para ser un “océano de amor”, pero eso no significa que siempre es fácil que los miembros de la iglesia practiquen el amor. Jonathan Swift, autor satírico de Los Viajes de Gulliver, dijo, “Tenemos suficiente religión para hacernos odiar, pero no tenemos suficiente religión para hacernos amar”. Es trágico si el amor que era tan básico para Cristo no es una característica de Su pueblo.
¿Cómo se restaura el amor una vez que se lo ha perdido? Es difícil. El sabio Salomón dijo que es mejor no ofender. “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar” (Proverbios 18:19).
Es posible restaurar el amor. Pablo y Juan Marcos tuvieron una discusión y no hubo acuerdo, pero luego Pablo requirió que Marcos estuviera con él, ya que era “útil para el ministerio” (2 Timoteo 4:11). José perdonó a sus hermanos (Génesis 45:5-15). Moisés perdonó a María y Aarón (Números 12:1-13). David perdonó a Saúl (1 Samuel 24:9-22). El padre perdonó al hijo pródigo (Lucas 15:20-24).
¿CUÁLES SON LOS INGREDIENTES NECESARIOS PARA RESTAURAR EL AMOR?
Debe haber arrepentimiento.
Es pecado ser odioso. Esto viola la ley de Dios (Romanos 13:8), el ejemplo de Cristo (Mateo 9:36) y la Regla de Oro (Mateo 7:12). Juan escribió: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (1 Juan 2:9). También dijo, “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Y continuó:
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano (1 Juan 4:20-21).
Si una persona no reconoce su pecado y admite que Dios no salvará a alguien que carece de amor, no tomará pasos para restaurar su relación con su prójimo. El arrepentimiento significa que nos sentimos dolidos por las cosas que hemos dicho o hecho que fueron equivocadas (2 Corintios 7:10), e incluye tratar de hacer una corrección—restauración—del daño que hemos causado (cf. Mateo 3:8). El perdón no es un asunto opcional para nosotros. No podemos escoger perdonar a alguien y no perdonar a otro. Jesús dijo, “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35). La persona que dice, “Nunca podré perdonarle por…”, aparentemente no se da cuenta del peligro en que está poniendo su propia alma. Este es un asunto de vida o muerte.
Debe haber humildad.
Se requiere humildad para ir a otra persona y decir, “Estuve equivocado. Lo siento”. Pero eso es lo que se requiere para restaurar una relación quebrantada. La iglesia en Corinto tenía problemas internos serios. Algunos estaban yendo tan lejos como para demandar a sus hermanos en las cortes (1 Corintios 6:1-7).
Ellos eran orgullosos (1 Corintios 4:6-19). Estaban “envanecidos” (1 Corintios 5:2; 8:1). Se jactaban de sí mismos y humillaban a otros. La palabra griega perpereuomai en 1 Corintios 13:4 no se usa en ningún otro lugar en el Nuevo Testamento; significa “hablar con presunción; jactarse con el fin de auto-exaltarse”.
Ellos eran arrogantes en vez de penitentes; se jactaban en vez de lamentarse. No hace falta decir que carecían de amor. El amor reemplaza la auto-exaltación con el deseo de promover a otros. La arrogancia expande el ego; el amor expande el corazón. El orgullo es para el alma lo que el veneno es para el cuerpo (Proverbios 6:16-17; 8:13; 11:2; 13:10; 16:18; 29:23; Daniel 4:37; Abdías 1:3-4; Mateo 5:3; 23:12; Romanos 12:16; Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5-6).
En el enfoque de Dios, el camino hacia arriba es bajo. Un director de música observó que el instrumento más difícil de tocar en cualquier orquestra no es el piano o la trompeta, sino el “rol secundario”. A nadie le gusta tener el asiento de atrás y pasar desapercibido. A nadie le gusta admitir que se ha equivocado, especialmente si piensa que se le ha juzgado mal, pero el amor pone a otros primero y acepta los errores (Filipenses 2:2-4). El amor verdadero previene que los tumores de la auto-presunción y la arrogancia se esparzan.
Debe haber paciencia.
La paciencia es la piedra angular de la unidad en la iglesia. Se nos enseña a “soportarnos” los unos a los otros (Efesios 4:2). En otros términos, esto significa que debemos tener paciencia con las cosas que no nos gustan de otros. Nosotros somos pacientes con los que amamos, y somos rápidos en crear excusas por los errores de ellos. Soportamos muchos descuidos y otras cosas por ellos.
Parece que aquellos a quienes no amamos no pueden hacer nada para agradarnos. Cristo tuvo paciencia con Pedro, incluso después de las muchas veces que Pedro pecó contra Él y le desilusionó. Poco antes de enfrentar la agonía de la cruz, Sus discípulos egoístas estaban discutiendo sobre quién de ellos era el mayor (Lucas 22:24), pero Él fue paciente con ellos. Jesús amó hasta los límites del amor (Juan 13:1).
El Nuevo Testamento solamente usa 10 veces la palabra griega traducida “sufrido” [o “longanimidad”] (makrothumein) en 1 Corintios 13:4, y literalmente significa, “temperamento largo”. Vine incluye esta definición: “[A]quella cualidad de auto-refrenamiento ante la provocación que no toma represalias apresuradas ni castiga con celeridad; es lo opuesto de la ira y se asocia con la misericordia” (1999, 2:619). La palabra “longanimidad” se relaciona estrechamente a la “paciencia” (jupomone), que, en sus diferentes formas, se encuentra 48 veces en el Nuevo Testamento.
La palabra que se usa aquí siempre describe la paciencia ante la gente, no paciencia ante las circunstancias. Describe a un hombre que es tardo para airarse, y describe a Dios mismo en Su relación con el hombre. Salomón escribió: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32).
Crisóstomo dijo que se usa “longanimidad” (makrothumein) para describir a un hombre a quien se le ha tratado mal y que tiene en su disposición el poder de vengarse pero que no lo hace. El amor está más dispuesto a que se aprovechen de él que a aprovecharse, mucho menos vengarse. El cristiano rechaza pagar mal con mal (Romanos 12:17; cf. Proverbios 10:12), y si se le golpea en la mejilla derecha, dará la otra (Mateo 5:39). Mientras soportaba el dolor de las piedras que golpean su cabeza, las últimas palabras de Esteban muestran interés por sus homicidas en vez de por sí mismo (Hechos 7:60).
La gente impaciente destruye iglesias; la gente paciente las mantiene juntas. Los predicadores deben aprender a ser pacientes con los ancianos; los ancianos deben ser pacientes con los predicadores. Los maestros deben ser pacientes con los padres; los padres deben ser pacientes con los maestros. Los cristianos fuertes deben ser pacientes con los débiles que pueden frecuentemente estar tristes o ser inconstantes (Romanos 14:1; 15:1-5; Lucas 9:51-56). Los cristianos de edad deben ser pacientes con los cristianos jóvenes (Tito 2:2); los cristianos jóvenes deben ser pacientes con los cristianos mayores.
El amor puede esperar que otros crezcan. Alguien dijo, “No se puede lanzar un huevo en un corral y esperar que cacaree mañana”. Toma un poco de tiempo hacer que algo crezca (e.g., un roble, un niño, un cristiano, una congregación). Moisés pasó tiempos difíciles mientras esperaba que Israel creciera. Perdió su paciencia y pecó (Números 20:10-12).
En el folclore chino, hay una historia de una familia tan feliz que por nueve generaciones ninguno de sus miembros la había abandonado, excepto las hijas que se casaron habían sido llevadas. La fama de tal felicidad doméstica llegó a los oídos del emperador celestial. Él envió a alguien a descubrir el secreto. El padre anciano de la casa tomó papel y pluma y trazó muchos símbolos. Luego dio sus respuestas al enviado imperial. Cuando el emperador desenrolló el papel, no había nada más excepto el símbolo para la palabra “paciencia” repetido 100 veces. Si una congregación quiere disfrutar nueve generaciones de paz, sus miembros deberán practicar el arrepentimiento, la humanidad y sobre todo, la paciencia.
Se ha contado de la mujer que oró, “Señor, dame paciencia, ¡ahora mismo!”. Esto no funciona de esa manera. La paciencia es el resultado de la buena semilla plantada en un buen corazón (Lucas 8:15), del viaje a través de tiempos de tribulación (Romanos 5:3-4), de ojos que fijamente miran la esperanza futura (Romanos 8:25), de la meditación en las Escrituras (Romanos 15:4) y de la fe puesta a prueba (Santiago 1:3).
¿QUÉ PASOS DEBO TOMAR PARA RESTAURAR UNA RELACIÓN?
Primero, mírese de la misma manera que Dios le mira.
Es más fácil perdonar cuando consideramos la gran manera en la cual hemos sido perdonados. La razón por la cual es difícil perdonar a otros es que hemos olvidado que Dios nos ha perdonado. Si consideramos la gran deuda que se ha pagado por nuestros pecados, las deudas pequeñas que otros tienen con nosotros nos parecerán muy pequeñas. Tome un momento para listar las bendiciones que Dios le ha dado que usted no merece. Piense en el famoso enunciado de Alexander Pope (1688-1744): “Errar es humano, perdonar es divino”. Otra persona dijo, “Nos parecemos más a las bestias cuando matamos; nos parecemos más a los hombres cuando juzgamos; nos parecemos más a Dios cuando perdonamos”.
Además recuerde que otros le han perdonado. Si una persona no se arrepiente, todavía esté preparado a perdonar cuando la persona finalmente lo haga. [NOTA: Incluso Dios no perdona cuando una persona no se arrepiente].
Segundo, hable con la persona que le ha ofendido.
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano (Mateo 18:15-17).
Tercero, piense en que realmente la ofensa puede no haber sido tan grave.
¿Es realmente algo por lo cual merece la pena airarse? ¿O estoy siendo demasiado sensible (cf. 1 Corintios 13:5)? ¿Parecerá un gran problema en un mes como lo parece hoy? ¿Qué tal en un año? Tal vez ha malentendido las palabras o acciones de alguien. Puede darle el beneficio de la duda. Cuente todos los favores que se le han concedido, incluso aquellos que le han herido. Se comienza a crear una perla cuando un grano de arena entra a la concha de una ostra. La ostra toma una situación mala y hace algo bueno de ella.
Cuarto, considere la situación de la otra persona.
Los indios decían que ellos no juzgarán a un hombre hasta que hayan “caminado una milla en sus sandalias”. Un hombre de negocios se sentó en la silla de lustrar zapatos de un niño para obtener un lustrado rápido. Estaba un poco apurado y notó que el niño tomaba un tiempo inusualmente largo. Finalmente el niño terminó el primer zapato, y luego el otro. Cuando el hombre miró sus zapatos, se dio cuenta que estaban manchados, y lucían peor que al principio. Habló bruscamente al niño, mientras que el niño miraba al suelo y golpeaba la tierra con su zapato. Finalmente, el hombre dijo, “¿Qué explicación tienes que dar?”. El niño miró arriba con lágrimas que corrían por sus mejillas. Con voz entrecortada dijo, “Señor, lo siento por sus zapatos. Mi madre murió esta mañana, y yo estoy tratando de conseguir algo de dinero para llevar flores a su tumba. Creo que mi mente no estaba completamente en mi trabajo”. ¡Oh, cuánto el hombre hubiera dado por borrar sus palabras airadas!
Cada cristiano necesita desarrollar un corazón entendido (Proverbios 8:5; 1 Reyes 3:9,12). Siempre hay una razón por la cual una persona actúa descortésmente. El estrés emocional puede convertir a alguien tranquilo en un gruñón. El dolor físico constante puede causar que alguien tenga dificultad en ser amable con otros. Una vida en un mal hogar puede alterar a una persona y hacer que actúe peor que nunca. Los adultos pueden comportarse inmaduramente debido a las cicatrices emocionales que experimentaron en su infancia. Jesús nos perdona porque conoce nuestra situación (Hebreos 4:15).
Quinto, ore honestamente por la persona que le ha hecho daño.
Pida a Dios ayuda y dele gracias por el perdón que le ha mostrado. Realmente dígalo en serio. Use parte de la oración modelo e incluya a la persona que le ha ofendido: “Perdóname mis deudas [ofensas] como perdono a [incluya el nombre] sus deudas [ofensas]” (Mateo 6:12).
Sexto, busque alguna oportunidad de ayudar a su ofensor.
Cultive la gracia de la misericordia y la compasión (Mateo 5:7; 18:33; Santiago 2:13). Hable a otros de una manera amable acerca de la persona que le ha tratado mal o injustamente.
Batsell Barrett Baxter cuenta la historia de la vez que viajaba en un avión al costado de un hombre ciego que era un ejecutivo. Cuando Baxter le preguntó qué causó su ceguera, el hombre respondió que un competidor suyo contrató a un gángster para arrojar ácido en su rostro. Baxter preguntó si sabía quién fue. “Sí, pero no pude probarlo en la corte”, respondió el hombre. Cuando le preguntó si sentía gran resentimiento, el hombre dijo, “Lo sentí por años, pero me di cuenta que yo era el que me estaba haciendo daño. Perdoné a ese hombre y realmente le hice algunos favores en los años recientes”.
Séptimo, realmente trate de olvidar lo que se le hizo.
Dios lo hace (Jeremías 31:34). El corazón implacable tiene tres barreras:
- La venganza: “¡Me voy a desquitar!”.
- El resentimiento: “¡Continuaré enojado!”.
- El recuerdo: “¡Nunca olvidaré!”.
Debemos vencer estos tres obstáculos. Como los elefantes de los cuales se dice que nunca olvidan nada, algunas personas recuerdan todos los detalles de una ofensa años después del suceso. ¡Ellos incluso recuerdan cosas que nunca pasaron!
Dos mujeres estaban hablando; la primera dijo, “¿Recuerdas años atrás cuando esa persona cometió un pecado horrible?”.
La segunda respondió, “Recuerdo muy bien que olvidé eso”.
Nosotros también debemos cultivar la habilidad de tener una memoria “olvidadiza”. Pablo dijo, “…olvidando ciertamente lo que queda atrás” (Filipenses 3:13). Un maniaco denunció, disparó y casi mató a William J. Gaynor, ex alcalde de Nueva York. Mientras yacía en el hospital, luchando por su vida, dijo, “Cada noche, perdono todo y a todos”.
Cuando perdonamos, debemos enterrar todo. Spurgeon dijo, “Perdone y olvide; cuando entierra a un perro loco, no deja su cola fuera de la tierra” (1889, p. 175). No debemos tener un sistema de registro para recordar todas las ofensas contra nosotros (cf. Hebreos 8:12; 10:17). Tampoco debemos ser contenedores de rencilla. La rencilla, la amargura, el odio y la desconfianza constituyen una vida miserable (Marcos 11:25-26; 1 Corintios 14:20; Efesios 4:32; Colosenses 3:13).
Moisés escribió, “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (Levítico 19:18). Santiago dijo, “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (5:9).
Robert E. Lee (1807-1870) se casó con la bisnieta de Martha Washington, y se le considera uno de los verdaderos genios militares de todos los tiempos. Él dirigió a los ejércitos de la Confederación durante la mayor parte de la Guerra Civil. Finalmente se rindió en el Juzgado de Appomattox, Virginia, el 9 de abril de 1865.
Después de la guerra, Lee visitó el hogar de una mujer sureña, quien le llevó a su huerta donde había un tocón destrozado de lo que una vez había sido un árbol hermoso. Ella explicó amargamente que las tropas de la Unión habían venido y destruido su propiedad. Esperando lástima, se sorprendió al escucharle decir, “Señora, solamente córtelo y olvídelo”.
¿Tenemos algo que simplemente necesitamos “cortar y olvidar”? Recuerde que el perdón produce gozo (Salmos 32:1).
Octavo, determine ganar la batalla del corazón.
Mientras se acercaba el tiempo de su jubilación, el poeta Edwin Markham descubrió que el hombre a quien le había confiado sus inversiones había gastado cada centavo. El sueño de Markham de una jubilación cómoda se desvaneció en un instante.
Desde luego, él se enfureció; y con el tiempo su amargura creció grandemente. Un día, Markham estaba tratando de calmarse, dibujando círculos en un pedazo de papel. Al mirar otra vez los círculos que había dibujado en el papel, Markham encontró la inspiración para escribir las siguientes líneas:
Él dibujó un círculo para dejarme afuera,
Hereje, rebelde, algo para despreciar;
Pero el amor y yo tuvimos el ingenio para ganar;
Dibujamos un círculo y le incluimos en él.
Hoy estas son las palabras más famosas de Markham entre sus cientos de poemas. Pero lo más importante de sus logros profesionales fue la libertad del odio que experimentó al ofrecer perdón al hombre que le robó sus ahorros de todo una vida (Jeremiah, 2005).
¿CÓMO PODEMOS SABER SI HEMOS PERDONADO A ALGUIEN?
Alguien pudiera decir, “Creo que he perdonado a mi enemigo, pero no estoy seguro. ¿Cómo puedo saber?”. Wendell Winkler ha listado algunas preguntas que podemos hacernos. Si responde a alguna de estas preguntas con un “sí”, entonces todavía no ha perdonado verdaderamente:
- ¿Me gozo secretamente cuando oigo de alguna desgracia que ha experimentado mi ofensor?
- ¿Evito su presencia?
- ¿Hablo con tal persona solamente cuando estoy obligado a hacerlo?
- ¿Recuerdo frecuentemente el daño que me hizo?
- ¿Alguna vez me siento en silencio y medito en lo que hizo?
- Si alguna vez tal persona me pidiera que orara a su favor, ¿lo hiciera con recelo?
- ¿He evitado oportunidades para hacerle algún favor? (adaptado).
Thackeray y Dickens, dos grandes expertos literarios ingleses del siglo XIX, se convirtieron en rivales. Después de años de odio, se vieron accidentalmente en Londres. Se hablaron fríamente, y luego voltearon para irse. Llevado por un impulso, Thackeray volteó y tomó la mano de Dickens. Dickens se conmovió por el gesto, y ellos se apartaron sonriendo y poniendo fin al antiguo celo.
Después de pocos días, Thackeray murió; la próxima vez que Dickens le vio, Thackeray estaba en una tumba. Al relatar la historia, un escritor señaló, “¿No cree que es bueno buscar el perdón ahora?”.
Referencias
Jeremiah, David (2005), “Devocional Diaria de Cambio” [“Turning Point Daily Devotional”], 17 de noviembre, [En-línea], URL: http://lineone.net/~andrewhdknock/StoriesA-H.htm.
Spurgeon, C.H. (1889), Los Saleros [The Salt-Cellars] (Nueva York: A.C. Armstrong and Son).
Vine, W.E. (1999), Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo (Colombia: Caribe).
Derechos © 2011. Traducción por Moisés Pinedo. Título original en inglés, “How to Love Someone You Hate”, por www.housetohouse.com; folleto.