Lidiando con la Tentación Sexual

Hay momentos en que una fracción de tiempo puede mejorar o desequilibrar el balance de nuestras vidas. Una decisión que tomamos en el calor de la batalla o el calor del momento puede cambiar el curso de nuestras vidas para siempre. Nuestra preparación para esos momentos es un factor decisivo. Si hemos entrenado nuestras mentes adecuadamente y desarrollado nuestros caracteres, podremos tomar decisiones sabias y vivir sin lamentaciones (2 Corintios 7:10).

El momento crucial de David llegó en 2 Samuel 11. Esa tarde tomó un camino del cual, en un sentido, nunca regresó. Comenzó a caminar como el santo más respetado en la Tierra—el rey del pueblo de Dios, un hombre rico, popular, poderoso y feliz, con varias esposas e hijos. Pero terminó el camino como un adúltero, homicida, mentiroso e hipócrita.

Como era su costumbre, caminaba sobre el terrado en la briza del día. Desde ese lugar vio a una mujer hermosa, Betsabé, que se bañaba. La codició y envió a traerla para compartir su cama. Cuando ella luego envió una nota diciendo que estaba embarazada, David trató de esconder su pecado. Sus decisiones erróneas mancharon su grandiosa vida. De esta historia aprendemos varias lecciones valiosas en cuanto a la manera de no lidiar con la tentación sexual.

David no volteó su rostro cuando debió haberlo hecho.

David vio el cuerpo expuesto de una mujer. Esto no era un suceso inusual para un hombre que tenía varias esposas, pero esta mujer no era su esposa. Él pudo haber hecho lo que probablemente hubiera hecho en situaciones similares muchas veces antes: simplemente voltear su rostro y mirar hacia otra dirección. Pudo haber dejado de caminar en el terrado y regresar a sus actividades, o incluso pasar algo de tiempo a solas con una de sus esposas. Pero no lo hizo; continuó mirando, “disfrutando”, pensando y deseando. El resto de la historia se parece a un artículo de un periódico sensacionalista.

¿Cómo se aplica esto a nosotros? Los hombres en todo el mundo viven en el “terrado de David”. Hay mujeres expuestas alrededor de ellos todo el tiempo y en todo lugar. Ellos no caminan por las calles, trabajan en el jardín frontal de sus casas o van al trabajo (tal vez incluso a la iglesia) sin ver suficiente piel para ocasionar en ellos deseos impuros.

Mire alrededor de usted ahora mismo. Es probable que esté dentro del alcance de la tentación en este mismo momento. Si está en un lugar público, y permite que sus ojos vaguen, probablemente podrá ver pantalones apretados, faldas muy cortas, escotes bajos y blusas que acentúan la figura.

Si está en la oficina, probablemente el ratón de la computadora está al alcance de su mano. Si es así, está solamente a pocos clics del territorio prohibido. De hecho, las búsquedas inocentes en el Internet frecuentemente muestran más de lo que queremos ver, y los anuncios que aparecen automáticamente promocionan la pornografía—a pesar de lo diligente que seamos al tratar de evitarlos.

Si está en su casa y la televisión está funcionando, entonces está a solamente tres minutos de un comercial que muestra mujeres con ropa escasa (usted sabe, el “sexo vende”) o un personaje en un programa que hace muchas insinuaciones, muestra su cuerpo o algo peor—tal vez algo mucho peor.

¿Qué deberíamos hacer? ¿Qué lecciones deberíamos aprender del Rey David? Primero, ¡voltee su rostro! Jesús dijo:

Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5:27-28).

Debemos vigilar nuestra “vigilancia”. David “vio” (2 Samuel 11:2) antes de “dormir con ella” (2 Samuel 11:4), lo cual es el orden natural. Si podemos evitar lo primero, entonces nunca llegaremos al siguiente paso. Recordar que Dios está mirando nos ayudará a vigilar nuestros ojos. Él ve el esfuerzo que hacemos por voltear nuestros rostros—y sabe cuando no lo hacemos (Salmos 139:1-12; Proverbios 15:3; Romanos 1:27; Gálatas 5:19-24; Efesios 2:3; 2 Timoteo 2:22; 2 Pedro 2:14,18). A Él Le gusta que oremos: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Salmos 51:10).

Un predicador escribió en un boletín en cuanto a un anciano que dijo: “Solía tener fiestas de piscina en mi casa, pero dejé de hacerlo cuando tomé tiempo para observar la manera en que los hombres estaban mirando a las mujeres. No quise tener parte en esto”.

También otro cristiano dijo: “Hasta algunos años atrás simplemente no estaba convencido de que hubiera algo malo con la natación mixta pública”. ¿Qué es lo que le hizo cambiar su modo de pensar? Él y su esposa fueron con otra pareja al lago. Cuando él vio a la esposa de su amigo en ropa de baño, llegó a tener pensamientos impuros que nunca antes había tenido cuando la había visto vestida adecuadamente. Pasó el resto de la tarde volteando su rostro para evitar los pensamientos malos. Se dijo una y otra vez a sí mismo: “Esto es lo que los predicadores han estado tratando de decirme, y yo no les creía” (Lyons, 1998).

Segundo, manténgase ocupado en actividades saludables. Cuando llegaba la primavera, era el tiempo en que los reyes iban a la guerra, pero ese año el gran guerrero David se quedó en casa. Los antiguos nos decían que “la mente desocupada es el taller del diablo”. David puede dar cuenta de esta verdad. Si él hubiera estado en el campo de batalla, no hubiera estado en el terrado del palacio. ¿Cuándo hay más posibilidad que seamos tentados—cuando estamos ocupados en una tarea o cuando tenemos tiempo de sobra? ¡El diablo tiene más dificultad en dar en el blanco de un objetivo en movimiento!

Betsabé estaba bañándose donde David podía verla (2 Samuel 11:2-3).

La Biblia no indica si Betsabé deliberadamente se bañó a la vista pública. Al menos, a ella no le importaba exhibirse. Tal vez sabía de los hábitos de “paseo” del rey, y deliberadamente se bañó donde él podía verla y desearla en su harén.

Los cristianos no deben vestirse inmodestamente o actuar coquetamente. Algunas mujeres se exhiben en un esfuerzo calculado de seducir al sexo opuesto (Efesios 4:19). Los que deliberadamente visten para producir lascivia son tan culpables como los que codician. Otras mujeres son simplemente ingenuas o descuidadas en sus vestimentas y acciones. Pero el resultado final es el mismo. “Lo que él piensa es su problema” no es la actitud de una persona cristiana. Jesús dijo:

Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar (Mateo 18:6).

La Biblia muestra perspicacia remarcable en cuanto a la personalidad humana cuando advierte específicamente a los hombres del adulterio mental (Mateo 5:28) y a las mujeres de la vestimenta inmodesta (1 Timoteo 2:9). Es igualmente equivocado que las mujeres codicien como que los hombres vistan inmodestamente, pero el peligro es mayor en la manera que la Biblia lo declara. Los expertos dicen (como si no fuera conocimiento común) que los hombres son nueve veces más susceptibles al estímulo sexual por lo que ven que las mujeres. Seamos precavidos cuando escojamos nuestra vestimenta para ir a la escuela, la iglesia, el trabajo o los eventos deportivos. Vistamos para agradar a Dios, no al hombre.

El adulterio es un crimen terrible (2 Samuel 11:4-5).

El séptimo mandamiento de Moisés dice: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Este mandamiento se repite en el Nuevo Testamento (Romanos 13:9; Santiago 2:11). Cada uno de los Diez Mandamientos protegía algo de valor. El séptimo principio protegía el hogar. De todos los pecados comunes que se puede cometer contra un matrimonio, el adulterio es el peor. Es un pecado contra Dios (2 Samuel 11:27), el cónyuge (Mateo 19:6), la otra persona (1 Corintios 6:9) y el mismo cuerpo (1 Corintios 6:18). Es el único pecado que puede disolver escrituralmente el matrimonio (Mateo 19:9). También tiene otras consecuencias terribles (2 Samuel 11:5).

Un pecado frecuentemente guía a otro (2 Samuel 11:6-27).

Para cubrir su pecado, David trató de engañar a Urías (2 Samuel 11:6-11). Este intento falló, así que él le emborrachó (2 Samuel 11:12-13; cf. Habacuc 2:15). David finalmente llegó tan lejos como para conspirar el asesinato de su súbdito fiel (2 Samuel 11:14-25). Envió la carta de muerte de Urías por medio de Urías mismo, e involucró a Joab en su pecado.

¿Pudiera suceder esto hoy? ¿Alguna vez un joven ha ido a bailar con una chica, la ha codiciado, se ha sumergido en la fornicación, ha concebido a un hijo, ha llegado a odiar a la madre del bebé por “causar” tal problema, ha mentido a sus amigos y familia y ha forzado a la joven a matar al bebé por medio del aborto?

¿Alguna vez un esposo ha perdido la cabeza por causa de la codicia y concebido a un bebé no-querido o ha sido chantajeado para mantener en secreto sus acciones vergonzosas? Esto sucede en algún lugar del país cada semana. La mayoría de cristianos adultos enfrenta una tentación fuerte al menos una vez en sus matrimonios, y algunas veces más frecuentemente. ¿Cuántas veces muchos han comenzado a coquetear con un compañero o compañera de trabajo y han terminado con sus corazones y hogares rotos?

No se puede cubrir o barrer el pecado debajo de la alfombra (Números 32:23; Romanos 6:23; Gálatas 6:7). Como el cáncer maligno, el pecado es progresivo (cf. Salmos 1:1). El pecado sexual todavía da a luz los mismos pecados que David cometió: la mentira, el encubrimiento, la hipocresía, el homicidio (el aborto, el suicidio) y también otros pecados (como el abuso de niños y la violencia).

No debemos subestimar el poder de las tentaciones, o decir: “Esto nunca me pasará”. David era un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), y esto le pasó a él. ¿Cree que David pensó que esto le pasaría a él? Pero luego vino Betsabé. Si David no fue lo suficientemente fuerte como para mirar y todavía resistir, entonces esforcémonos para no caer (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11-12). Esto muestra cuán rápido puede caer un hombre. En un momento de descuido, el poder del pecado sexual puede arruinar nuestras vidas. Esta tentación no hace acepción de personas, no hace acepción de niveles teológicos y no hace acepción de posiciones de liderazgo.

Las pérdidas son muchas. Los altos costos son los corazones y hogares rotos. Aunque el adulterio es un pecado perdonable—siempre y cuando lo abandonemos (cf. 1 Corintios 6:9-11), pocos adúlteros se arrepienten y regresan a Dios (1 Corintios 6:9-10; Apocalipsis 21:8,27; 22:15).

Para escapar del calor eterno, prepárese para el calor del momento.

Referencia

Lyons, Cliff (1998), “El Vestido Inmodesto—¿Quién Está Mirando?” [“Immodest Dress—Who’s Watching?”], Glad Tidings of Good Things, 23 de febrero, Iglesia de Cristo en Jacksonville, AL.