¿Puedo Cambiar?

Casi todos sentimos vergüenza de nosotros mismos en algún momento. Decimos algo que luego parece estar fuera de lugar, que suena humillante o lamentable. El enojo nos puede hacer actuar como “locos”. Tal vez nos “jactamos” un poquito cuando tenemos oportunidad. Tal vez tenemos la tendencia de sacar ventaja de alguien cuando tal persona no está mirando (o cuando no puede hacer nada al respecto). Tal vez sentimos timidez, inferioridad o frustración, o que no podemos expresarnos muy bien. O tal vez no podemos enfocarnos en nada por más de dos segundos. Nos quejamos de nosotros mismos: “¿Por qué actúo de esa manera? ¡Desearía no hacer eso!”.

¿Puedo cambiar? La respuesta es “Sí”—dentro de los límites, con el tiempo, con la ayuda correcta, y si realmente quiere hacerlo.

Sabemos que Jesús fue “transfigurado” (Mateo 17:1-13), ¡pero podemos no saber que se usa la misma palabra en Romanos 12:2 y 2 Corintios 3:18 en cuanto al cambio que los cristianos experimentan! Este proceso comienza en la conversión, se acelera con nuestras elecciones y continúa por el resto de nuestras vidas. Podemos “transfigurarnos” con el poder de Dios y Su Evangelio (Romanos 1:16). Estos son principalmente cambios de personalidad.

La Biblia implica que podemos cambiar al declarar que podemos llegar a ser “nuevas” personas.

Podemos llegar a ser nuevas personas en Cristo (Colosenses 3:10; Tito 3:5). La Escritura habla mucho acerca de “cosas nuevas”. Dios llamó a la segunda mitad de la Biblia el “nuevo pacto” (Mateo 26:28; Hebreos 8:13). Jesús fue sepultado en un “sepulcro nuevo” (Mateo 27:60). Nos abrió un “camino nuevo” (Hebreos 10:20), y nos dio un “mandamiento nuevo” (1 Juan 2:8) y un “nombre nuevo” (Apocalipsis 2:17). Los predicadores deben enseñar de los tesoros de la Palabra, “cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13:52). Jesús hizo “de los dos un solo y nuevo hombre” (Efesios 2:15). Debemos vestirnos del “nuevo hombre” (Efesios 4:24) y esperar “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pedro 3:13) y “la nueva Jerusalén” (Apocalipsis 3:12) donde cantaremos “un cántico nuevo” (Apocalipsis 14:3).

Dios es el Maestro principal de cambio. Él prometió, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas… Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15). Él manda a los cristianos a continuar limpiándose de la “vieja levadura, para que seáis nueva masa” (1 Corintios 5:7).

Los pecadores tienen la posibilidad (y responsabilidad) de llegar a ser santos. (¡Imagine esto!). El prodigo puede dejar la hacienda de cerdos, viajar por el camino de penitencia, regresar a la casa del Padre y ponerse vestidos nuevos, zapatos nuevos y recibir un anillo antes de la noche (Lucas 15:20-24). Pablo llamó a este proceso “la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2; cf. 1 Samuel 16:7; Proverbios 23:7; Mateo 15:19). Dios dice constantemente a Sus hijos lo que Salomón dijo al suyo: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26).

Se le preguntó a Henry Wadsworth cómo hacía para conservar una vida feliz. Al señalar a un manzano, el escritor remarcó: “El secreto del manzano es que hace crecer un poco de madera nueva cada año. Eso es lo que yo trato de hacer” (“Buenas Nuevas”, 2008, p. 8). Podemos cambiar gradualmente nuestras personalidades al “hacer crecer un poco de madera” cada año. Esto no pasará de la noche a la mañana, pero con Dios y Su gracia (1 Corintios 15:10; Efesios 3:7) podemos llegar a ser “nuevas criaturas”.

La Biblia implica que podemos cambiar al mandarnos que “maduremos”.

Dios quiere que Sus bebés crezcan, que Sus soldados desarrollen sus habilidades y que Sus obreros mejoren sus hábitos. Pablo lo declaró concisamente: “[C]uando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:11; cf. 14:20). Debemos crecer “en la gracia” (2 Pedro 3:18), lo cual implica que nuestras personalidades deben tomar nuevas características, y que esas características deben llegar a ser más prominentes con el tiempo. ¿Qué características de personalidad? “[E]l fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). A la vez, se debe quitar otras características de la personalidad inmadura, incluyendo: una mente y boca sucia (impureza), actividades lascivas (lujuria), odio, pleitos, contenciones, ira, divisiones, herejías y envidias (Gálatas 5:19-21). Se implica que se puede lograr estas cosas debido al mandamiento de Dios a hacerlo (Filipenses 4:13; cf. Isaías 45:21).

Charles Spurgeon una vez remarcó que tomaba “fotos” de sus hijos en sus cumpleaños para que pudiera verles desde su infancia hasta su juventud y adultez. Suponga que Dios tomara fotos de Sus hijos (¡usted y yo!) durante los años. ¿Se pudiera ver un progreso notable de madurez, o todavía luciríamos como niños pequeños o adolescentes? No solamente podemos cambiar nuestras personalidades, sino debemos cambiarlas para calzar con la imagen de Cristo.

La Biblia implica que podemos cambiar al mandarnos que demos un buen ejemplo a otros.

Se requiere que los cristianos consideren sus acciones a la luz de la manera en que otros consideran esas acciones (Proverbios 4:18; Isaías 58:8; Romanos 14:13). Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16).

En un sentido, cada cristiano vive en una casa transparente, está bajo el microscopio y se encuentra en la primera banca de la iglesia. ¡Qué oportunidad! ¡Qué responsabilidad! Si un hijo del Rey pierde su paciencia en el partido de fútbol y usa lenguaje soez o muestra un espíritu deportivo malo, avergüenza al nombre real. Los jóvenes deben ser “prudentes; presentándo[se] en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros” (Tito 2:6-8).

Si una hija de Dios se jacta, miente, chismosea, exhibe su figura o hace alarde de su riqueza, entonces la gente llega a tener un concepto más bajo de su Padre. Pablo instó a las jóvenes a que “no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia” (1 Timoteo 5:14). El Señor explicó la seriedad de esto: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).

Por otra parte, si una persona controla su temperamento, soporta la presión, es humilde, comprensivo con otros y muestra buen espíritu deportivo, entonces la gente tendrá un concepto más alto de la religión que puede cambiar tanto a una persona.

La Biblia implica que podemos cambiar al requerir que añadamos las virtudes cristianas.

Debemos ser diligentes en añadir a “vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:5-8).

El uso de la palabra “añadir” (epicoregeo, “suplir o equipar”) en este texto tiene un trasfondo interesante. Coffman dice que hace referencia a la antigua Atenas donde se consideraba un gran honor que un ciudadano costeara los gastos de una ceremonia pública, abasteciera un barco de guerra para el estado o proveyera entretenimiento para la comunidad (Coffman, 1983-1999). Se usaba especialmente para hacer referencia a proveer un “coro” (que se deriva de esta palabra griega, como lo es coreógrafo). Guy N. Woods señala que las gracias que adornan el carácter cristiano deben ser

coreadas en una gran sinfonía para el deleite y placer de Aquel que nos formó e hizo para Su propia satisfacción. Hay ocho gracias, y por ende forman una octava de tonos del alma, siendo la primera la fe, y la última el amor—una nota octava más alta. Cuando se juntan en armonía y se tocan por medio del Espíritu divino, la desarmonía desaparece y las discordancias de la vida se desvanecen. ¡Deberíamos regocijarnos que se nos haya dado el privilegio de proveer tal instrumento en la mano de Dios! (Woods, 1979, p. 150).

Varias de estas gracias destacan como características de personalidad.

  • “Virtud” (arete) se usa solamente cuatro veces en el Nuevo Testamento: Pablo lo usó una vez (Filipenses 4:8), y Pedro lo usó tres veces (1 Pedro 2:9; 2 Pedro 1:5). Denota valentía. Nuestra palabra “virtud” se deriva del latín vir, que significa “hombre”. Pero solamente describe una cierta clase de hombre. (Homo era la palabra más común para “hombre”). Vir denota a un hombre que es “cortado de arriba”, un hombre de fortaleza moral, valentía y carácter supremo. Esto todavía se puede ver en nuestras palabras “virtud” y “virgen” que se usan como sinónimos de pureza. La persona virtuosa tiene el valor de ponerse en pie por Cristo a pesar de las circunstancias, hablar por Él sin importar el costo, incluso morir por Él de ser necesario. Puede añadir esta característica de personalidad si carece de ella, y si la tiene, puede incluso mejorarla.
  • “Templanza” se encuentra solamente dos veces más en el Nuevo Testamento (Hechos 24:25; Gálatas 5:22). Hace referencia al dominio propio—“controlarse a sí mismo” (enkrateia, de en y krates, “alguien que se controla, que tiene a sí mismo en sus manos”). La disciplina de un atleta es un ejemplo de templanza (1 Corintios 9:24-27; cf. Proverbios 16:32; 25:28; Filipenses 3:12-16; 1 Timoteo 4:7-8). Jeremy Taylor declaró esto memorablemente al decir que la templanza es “la razón fajada como también la pasión embridada”. Crisóstomo dijo que significaba “dominar la pasión de la lengua, la mano y los ojos libres”. Félix se espantó cuando Pablo le habló de controlar los excesos de la personalidad (Hechos 24:25). Un santo no es aquel que escapa del mundo, sino que está en el mundo pero no deja que el mundo entre en él.

La templanza es lo opuesto de la filosofía liberal del mundo salvaje alrededor nuestro. Los que no se auto-dominan son controlados por el antojo de los amigos o de la mayoría. En contraste, la personalidad de Cristo estaba controlada hasta el punto de darse a Sí mismo solamente a Dios (Juan 8:29; cf. Romanos 6:13), como deberíamos hacerlo nosotros. Esta entrega produce dominio propio de las expresiones y personalidades: (1) Nuestro temperamento (Efesios 4:26; cf. Génesis 43:31); (2) Nuestra lengua (Santiago 3:1-12; Salmos 39:1-2). (3) Nuestros pensamientos (Mateo 15:19) o nuestras pasiones (e.g., los deportes) [Filipenses 3:12-16; Tito 2:12]. Una persona de buen carácter se abstiene totalmente de cosas prohibidas y del exceso de las cosas permitidas (1 Corintios 6:12). El segundo punto es más difícil para la mayoría de nosotros. Por ejemplo, podemos evitar la embriaguez, pero se necesita más esfuerzo para mantenerse dentro de los límites apropiados de la comida, el ejercicio, el entretenimiento y el descanso.

  • “Paciencia” (jupomone, “permanecer bajo”) es la habilidad de resistir el mal y soportar las circunstancias difíciles (Santiago 1:3; 5:7-11; Romanos 2:7; 5:3-5). Significa “permanecer cuando otros se hayan marchado; no huir”. Thayer dice que describe a una persona “inquebrantable de su propósito deliberado,…incluso en medio de las pruebas o sufrimientos más grandes” (1887, p. 644). Un corredor que se da por vencido no puede ganar una carrera (2 Timoteo 4:7-8). El dominio propio es la capacidad de controlar los placeres de la vida; la paciencia es la capacidad de soportar a la gente problemática. Frecuentemente el que cede a los placeres se dará por vencido bajo la presión y “explotará” con la gente. Jesús dijo: “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” (Lucas 21:19). La paciencia no viene automáticamente; debemos trabajar para alcanzarla (cf. Santiago 1:2-8).
  • “Amor” (agape) es la virtud suprema. El amor encabeza la lista de Pablo en cuanto al fruto del Espíritu (Gálatas 5:22); el amor concluye la lista de virtudes de Pedro. Pablo escribió: “[E]l mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13; cf. Colosenses 3:14). Agape es el nivel más alto de amor, la clase de amor que Dios muestra a los hombres pecadores e indignos (Romanos 5:8). Es el amor que se describe en 1 Corintios 13 y el que el Espíritu produce en nuestros corazones (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). A través del amor fraternal, amamos a causa de nuestra semejanza con otros; a través del amor agape, amamos a pesar de nuestras diferencias con otros. Esto tampoco viene naturalmente; debemos esforzarnos por alcanzarlo.

¿Podemos cambiar nuestras características de personalidad? ¡Absolutamente! ¡Comencemos a hacerlo!

Referencias

“Buenas Nuevas” [“Good News”] (2008), The Gospel Tract Harvester, Gospel Tract Society, enero.

Coffman, James (1983-1999), Comentario de James Burton Coffman [James Burton Coffman Commentaries], sobre 1 Pedro 1:5-7, Study Light, http://www.studylight.org/com/bcc/view.cgi?book=2pe&chapter=001.

Thayer, Joseph (1887), Un Léxico Griego-Inglés del Nuevo Testamento [A Greek-English Lexicon of the New Testament] (Nueva York: Harper & Brothers).

Woods, Guy (1979), Comentarios del Nuevo Testamento: 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan y Judas [New Testament Commentaries: 1 and 2 Peter, 1, 2 and 3 John, and Jude] (Nashville, TN: Gospel Advocate).