Solamente los fuertes envejecen

Resumen

Se conoce a las personas de edad por su experiencia, sabiduría y paciencia. La iglesia todavía los necesita y aprecia.

Algunos ancianos en un asilo estaban hablando intensamente de sus frecuentes dolores y enfermedades. Uno tenía artritis, otro sufría de indigestión, otro tenía úlceras, otro tenía insomnio, y otros tenían muchos problemas más. Finalmente, un hombre de ochenta años dijo: «Piensen en esto, amigos. ¡Todo esto prueba que la senectud no es para los cobardes!».

Dios ha honrado de muchas maneras a los ancianos. En Génesis 5, vemos que antes del Diluvio la gente vivía cientos de años. Así que muchos de los patriarcas vivieron muchos años, siendo más fieles a Dios con el paso del tiempo. Dios dio a Abraham ciento setenta y cinco años, a Isaac ciento ochenta años, a Jacob ciento cuarenta y siete años, y a José ciento diez años. Moisés es conocido por vivir ciento veinte años, los cuales se pueden dividir fácilmente en tres periodos de cuarenta años cada uno. Josué vivió ciento diez años. Job vivió ciento cuarenta años, y murió «viejo y lleno de días» (Job 42:17).

A la luz de estos ejemplos, leemos en Proverbios 16:31: «Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». De manera similar, en Proverbios 20:29, el sabio escribió: «La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez».

Energía, ideas nuevas, resistencia, perseverancia—estas son cualidades que frecuentemente están asociadas con la juventud. Experiencia, sabiduría, paciencia, perspicacia—estas son las cualidades que frecuentemente están asociadas con las personas de edad.

La iglesia del Señor necesita a ambas personas. Necesitamos a los «Timoteos» que son jóvenes, creativos y optimistas en cuanto a la obra de Cristo. No debemos menospreciar a los jóvenes, sino debemos admirar su buen ejemplo en palabra, conducta, amor, fe y pureza (1 Timoteo 4:12). También necesitamos a los «Pablos», los que tienen más edad, y debemos escuchar sus palabras de sabiduría. No debemos pensar que su tiempo de apogeo ya ha llegado a su fin. Ellos todavía tienen conocimiento que compartir y prudencia que revelar—incluso si sus cuerpos les reducen el paso y sus mentes no son tan claras como las fueron antes.

A todos nuestros ancianos, queremos darles las gracias por estar con nosotros. Sabemos que frecuentemente están presentes en el servicio a pesar de sus dolores y problemas. Muchas gracias por ser parte de la iglesia. Su misma presencia es un ánimo para nosotros.