El empleo divino del castigo con el fin de promover nuestro bienestar general

Resumen

El castigo en esta vida es una expresión del amor de Dios para que no tenga que ser una expresión de Su ira en la eternidad.

Vivimos en una sociedad indulgente que alberga disgusto creciente por el concepto del castigo. Como nación, queremos disfrutar cada pecado (e. g., la lascivia, la fornicación, el adulterio) y vicio (e. g., el cigarro, la bebida, el juego de apuestas) sin experimentar las consecuencias. Por algunas décadas, nuestro sistema federal de castigo ha estado prácticamente limitado a la «privación de la libertad» para el criminal. Pero, al mismo tiempo, nuestro establecimiento penitenciario se ha convertido en una cadena de «hoteles» masivos superpoblados donde los criminales toman un «descanso» antes de ser liberados nuevamente para cometer el siguiente crimen.[1]

Aparte de nuestro sistema judicial, el castigo en la sociedad en general no ha tenido una mejor recepción. Ya no tiene lugar en nuestro sistema educativo; los maestros son instructores impotentes que deben someterse a los caprichos de sus estudiantes jóvenes. El grito intenso contra el castigo se ha oído en el hogar; los psicólogos modernistas desalientan el empleo del castigo como una forma de disciplina para los hijos.[2] La aversión del castigo también se ha abierto camino en el campo religioso mientras la disciplina cristiana rápidamente llega a ser el mandamiento olvidado.

Sin embargo, a pesar de esta tendencia moderna, el castigo, implementado diligente y adecuadamente, ha sido empleado por Dios a través de la Biblia para la promoción de la enseñanza, la disciplina y el bienestar general de la sociedad.

La definición de «castigo»

Se define «castigo» como la «introducción de un estímulo adverso o la remoción de un estímulo de refuerzo después de la respuesta, lo cual guía a la disminución o supresión de la respuesta».[3] Esta definición sugiere dos formas de castigo:

  • El castigo positivo se relaciona al «estímulo adverso», en el cual se implementa una consecuencia desagradable para mitigar la mala conducta. Los ejemplos de castigo positivo pueden oscilar desde el regaño a un niño hasta la pena capital de un criminal.

  • El castigo negativo se relaciona a la «remoción de un estímulo de refuerzo», en el cual se quita un privilegio o concesión para mitigar la mala conducta. Los ejemplos de castigo negativo pueden oscilar desde el «tiempo de silencio» para un niño hasta la remoción de la libertad de un criminal.

En ambas formas de castigo, las palabras «positivo» y «negativo» no se relacionan a la idoneidad del castigo, sino se relacionan al método de implementación (un enfoque activo o «positivo») o remoción (un enfoque pasivo o «negativo»). Dios empleó ambas formas de castigo a través de la Biblia.

La aplicación del castigo

La Biblia muestra que el castigo ha tenido un rol importante desde el comienzo de la historia humana. Poco después que leemos en cuanto a la creación del mundo, que culmina con la creación del hombre y la mujer a la imagen de Dios (Génesis 1:26-27), somos informados de la desobediencia humana y el castigo divino que llegó como resultado (Génesis 3). Desde ese evento desafortunado registrado en las páginas introductorias de la Biblia, el resto de la Inspiración Divina es una exhibición constante de la vara de castigo de Dios. El último libro de la Biblia concluye la revelación de Dios prometiendo Su castigo sobre los enemigos del cristianismo. Podemos considerar el castigo en cuatro áreas:

1. El castigo en la sociedad

Primeramente, debemos entender que el castigo nunca fue la voluntad de Dios para la humanidad; la necesidad del castigo llegó como resultado de las acciones pecaminosas del hombre y la naturaleza santa de Dios que Le impide ignorar el pecado (Habacuc 1:13). Ya se puede ver un indicio del castigo social en la era patriarcal (Génesis 4:14; 9:6; 34), pero en la era mosaica vemos claramente un sistema organizado de leyes y penalidades que reflejan la voluntad de Dios para la sociedad.

Dios empleó las dos formas de castigo. En la etapa inicial de la nación judía, Dios empleó el castigo negativo para prevenir que la generación murmuradora que salió de Egipto disfrutara la herencia de la tierra prometida (Números 14:20-35). Cuando la Ley fue dada y el castigo positivo llegó a ser prominente, las penalidades llegaron a ser variadas, siendo la pena capital el castigo por las ofensas más serias.[4]

2. El castigo en el hogar

El quinto mandamiento del Decálogo llegó a ser el fundamento legal para el castigo en el hogar. Se esperaba que los hijos honraran y obedecieran a sus padres, y no hacerlo provocaba el castigo divino y/o parental. Se puede ver un ejemplo de castigo negativo en el hecho de que Jacob privó a Rubén de la primogenitura por envilecer el lecho de su padre (Génesis 49:3-4). Por otra parte, el libro de Proverbios es una fuente de instrucción para el castigo positivo en la crianza y disciplina de los hijos (e. g., 13:24; 22:15; 29:15, 17).

Un asunto de rebeldía extrema en el hogar, cuando un hijo de edad responsable menospreciaba las palabras y el castigo de sus padres, podía ser elevado y traído a la atención de la sociedad. En tal caso, la comunidad debía aplicar la pena capital por medio del apedreamiento (Deuteronomio 21:18-21). El Nuevo Testamento guarda silencio en cuanto a las medidas de castigo en el hogar, pero sus preceptos (Romanos 1:30-32; Efesios 6:1-3) parecen seguir el entendimiento del Antiguo Testamento.[5]

3. El castigo en la iglesia

En los primeros años del cristianismo (Hechos 5), Dios mismo castigó (en este caso, con la pena capital) a una pareja de cristianos fraudulentos que, si no eran parados pronto en su comportamiento hipócrita, hubieran (1) insinuado que el Espíritu omnisciente y Sus mensajeros inspirados podían ser engañados (Hechos 5:3, 9), (2) transformado la justicia en una simple expresión de obra farisaica externa y carente de pureza de corazón (Mateo 5:20), (3) transformado el espíritu cristiano de generosidad y compasión en una búsqueda mundana de alabanza humana (Mateo 6:1-2, 5, 16), y (4) amenazado la misma identificación del cristianismo con una expresión corrupta de amor (Juan 13:35).

Ya que la intervención divina directa y la era apostólica/milagrosa llegarían a su fin (1 Corintios 13:8-10), las instrucciones en cuanto al castigo en la iglesia fueron perpetuadas en los registros de los escritores del Nuevo Testamento. El castigo (la disciplina), como un mandato divino para regular el comportamiento en la iglesia, debía consistir en amonestaciones amorosas para el cristiano errado, como también en la remoción de la comunión en el caso de la impenitencia persistente (Mateo 18:15-20; 1 Corintios 5:2; 2 Tesalonicenses 3:6). Esta era una mezcla de castigo negativo y positivo ya que la iglesia no solamente debía apartarse pasivamente del pecador impenitente, sino también debía entregar espiritualmente a tal persona «a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Corintios 5:5), limpiarse «de la vieja levadura» (vs. 7) y quitar, por medio de la excomunión, «a ese perverso de entre [ellos]» (vs. 13).

4. El castigo en la eternidad

Un aspecto final del castigo se relaciona al estado futuro de condena eterna: el infierno de fuego y azufre. Aunque la palabra «infierno» no aparece en el Antiguo Testamento (a menos que se lea algunas versiones donde «infierno» es una traducción incorrecta del hebreo sheol),[6] se puede ver la expectación del castigo eterno a través de sus páginas (Deuteronomio 27; Salmos 73:17; Isaías 66:24). Este entendimiento «rudimentario» (aunque satisfactorio) permitió que Jesús hablara del infierno como un estado reconocido de castigo (Mateo 5:22, 29, 30; 10:28; 18:8, 23:33). El Señor describió este estado como «eterno» (Mateo 25:46).

Como en el caso de las otras áreas de castigo, el castigo eterno tiene aspectos negativos y positivos. Se puede ver el aspecto negativo en el hecho de que los desobedientes serán excluidos de las bendiciones del cielo, «excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tesalonicenses 1:9), y el aspecto positivo en el hecho de que ellos serán afligidos en un lugar de oscuridad, donde «será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 8:12).

La necesidad del castigo

Ya que Dios mismo aprobó, mandó, implementó y prometió el castigo, y ya que el modus operandi de Dios nunca es frívolo, entonces se puede concluir que el castigo debe ser una necesidad legítima apremiante. Este artículo corto no puede abordar todos los beneficios del castigo, pero se puede proponer lo siguiente:

El castigo previene la anarquía

Esta «moneda» tiene dos caras: (1) El castigo sin instrucción adecuada produce rebelión; y esta falta de instrucción adecuada puede ser la razón real detrás del rechazo social del castigo.[7] (2) Por otra parte, la instrucción sin castigo adecuado produce anarquía. Dios sabe que un sistema que solo puede ofrecer la expectativa de refuerzo y recompensa por el comportamiento piadoso no funcionará en un mundo donde «el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud» (Génesis 8:21).

El castigo desalienta la mala conducta

«La prevención es mejor que la intervención». Pero en un mundo de humanos de vista corta que están ansiosos de experimentar el pecado y ver cuán lejos los lleva, la intervención punitiva es una necesidad real. A pesar de los «hallazgos» recientes sobre el tema,[8] el Dios de la Biblia señala claramente que el castigo, aplicado pronta y adecuadamente (las palabras «pronta» y «adecuadamente» indicando el fracaso de nuestro sistema punitivo), es una fuerza disuasoria para el comportamiento impío (Deuteronomio 13:11; 17:13; 21:21; 1 Timoteo 5:20; cf. Hechos 5:11).

El castigo elimina la maldad implacable

Si se pudiera probar que el castigo —en sus formas menos severas— no es una prevención real para la maldad, el castigo —ejecutado adecuadamente en la pena capital— todavía serviría para eliminar tales elementos insensibles que pusieran en riesgo la supervivencia de la sociedad (cf. 1 Corintios 5:6). Dios reconoció esto cuando analizó la población antediluviana y concluyó que «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6:5), dejándolo sin más opción que raer «de sobre la faz de la tierra a los hombres» (vs. 7; cf. Deuteronomio 13:5; 17:7; 19:13, 19, 21:21).

El castigo satisface la justicia

Hay un elemento del castigo que, en vista de la naturaleza de Dios (y de la justicia misma), lo constituye completamente necesario. Dios es «justo y recto» (Deuteronomio 32:4), el mismo cimiento de Su trono es «[j]usticia y juicio» (Salmos 89:14), y «Él ama justicia y juicio» (Salmos 33:5); por tanto, «de ningún modo tendrá por inocente al culpable» (Números 14:18). Como Pablo argumentó, «es justo delante de Dios pagar con tribulación» a los impíos (2 Tesalonicenses 1:6). Este principio de la justicia demandó la muerte del Hijo de Dios en la cruz para ofrecer perdón a la humanidad injusta (Romanos 3:21-26), y este mismo principio de la justicia demanda que las violaciones de la ley aplicable enfrenten castigo adecuado en la sociedad, el hogar y la iglesia.

Las conclusiones

Este artículo no ha tenido la intención de lidiar con los supuestos efectos psicológicos y conductuales negativos del castigo. Sí, es cierto que la ignorancia, la incompetencia y el abuso en la implementación del castigo han sido contraproducentes para la sociedad (y los Estados Unidos en general claramente es culpable de tal abuso),[9] pero esto no significa que no haya un empleo adecuado del castigo que sea necesario y beneficioso para la sociedad.[10] Por tanto, se ha presentado brevemente la perspectiva bíblica sobre el tema y el razonamiento detrás del empleo del castigo. En vista del ideal de Dios para la justicia en general (no la aplicación imperfecta del hombre de tal ideal), es adecuado hacer las siguientes conclusiones:

  • El castigo, en las formas apropiadas que la Biblia presenta, todavía es relevante. Ya que la naturaleza desafiante del hombre no ha cambiado desde el comienzo de la historia humana, entonces la necesidad de castigo todavía permanece en pie. De hecho, hay algo en cuanto a la misma psiquis del hombre que clama por la expectativa de castigo para garantizar la idoneidad de su propio comportamiento. El Creador conoce esta necesidad humana interna, y por ende señaló que no implementar el castigo adecuado es una razón principal para que «el corazón de los hijos de los hombres est[é] en ellos dispuesto para hacer el mal» (Eclesiastés 8:11).

  • El castigo, extendido a cada faceta de la vida humana, todavía es relevante. El hecho de que la sociedad en general se haya apartado de la instrucción de Dios y ya no implemente castigo adecuado, no significa que se debe olvidar el castigo. En realidad, ninguna comunidad puede sobrevivir solamente con un sistema de refuerzo y recompensa. ¿Cuántos criminales dejarían sus actos viles si se reemplazara completamente la expectativa de castigo con una recompensa (tal vez un bono cada año para el ladrón que no robe un solo artículo, una medalla honorífica cada año para el violador que no acose sexualmente a una mujer, o vacaciones pagadas cada año para el homicida que no mate a ninguna persona)? ¿Qué lograría algo similar en el hogar o en la iglesia? La remoción del castigo solamente nublaría la distinción entre lo bueno y lo malo, produciría un número incrementado de ofensores que estarían más interesados en los placeres del pecado que en la recompensa, y, en el mejor de los casos, haría de la recompensa el fundamento de la conducta apropiada.

  • El castigo, debido a sus implicaciones en el reino espiritual, todavía es relevante. Los preceptos visibles de Dios tienen repercusiones en la realidad espiritual invisible, y esta realidad es más importante que nuestra comodidad presente. El castigo en la tierra es un tema monumental ya que refleja la realidad del castigo en la eternidad. Los componentes relacionados al castigo clarifican adicionalmente este punto: (1) La justicia en el castigo es un reflejo de la naturaleza perfecta de Dios y la naturaleza detestable del pecado (Salmos 5:4-5); (2) el temor en el castigo es un reflejo del honor reverente que el hombre Le debe a Dios (Salmos 96:4); (3) la culpabilidad en el castigo es un reflejo del entendimiento correcto de la ley de Dios que el hombre debe procurar (Jeremías 6:15-16); (4) y la consecuencia en el castigo es un reflejo del estado eterno deplorable que el hombre debe evitar (Mateo 18:8-9).

Realmente, el castigo en esta vida es una expresión del amor de Dios (Hebreos 12:5-6) para que no tenga que ser una expresión de Su ira en la eternidad (Romanos 2:5; 5:9; 1 Tesalonicenses 1:10; 5:9). Ya que Dios ha infundido el deseo de eternidad en el corazón humano (Eclesiastés 3:11), y ya que la eternidad no solamente es un estado de felicidad sino también de sufrimiento (Mateo 25:46), entonces es apropiado que nuestro Dios amoroso promueva una manera de impresionar en nuestras mentes finitas la necesidad urgente de evitar el lado oscuro de la eternidad. El castigo cumple este propósito.

[1] Eric Schlosser, «El complejo penitenciario-industrial» [«The prison-industrial complex»], The Atlantic Monthly, diciembre (1998): 51-77, https://www.theatlantic.com/magazine/archive/1998/12/the-prison-industrial-complex/304669/.

[2] Vea E. T. Gershoff, et al., «La fuerza de la evidencia causal en contra del castigo físico de niños y sus implicaciones para los padres, psicólogos y legisladores» [«The strength of the causal evidence against physical punishment of children and its implications for parents, psychologists, and policymakers»], American Psychologist (2018): 73, 626-638.

[3] Jeffrey S. Nevid, Fundamentos de la psicología: Conceptos y aplicaciones [Essentials of Psychology: Concepts and applications], 6.ª ed.  (Boston, MA: Cengage: 2022), 200.

[4] Dave Miller, «La pena capital y la Biblia», EB Global, 2013, https://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/la-pena-capital-y-la-biblia.

[5] Desde luego, se debe tener en cuenta que Israel no solamente era el pueblo de Dios, sino también era un pueblo civil y podía imponer leyes civiles. La iglesia (incluyendo a los padres en ella) es el pueblo espiritual de Dios. Sus miembros deben imponer las leyes espirituales de Dios en el Nuevo Pacto, pero las leyes civiles, incluyendo la pena capital, está reservada para el gobierno civil (Romanos 13).

[6] E. g., la RVA, la JBS, la NBV y la NTV.

[7] Vea K. Richard Young, et al., «Un enfoque educativo para la disciplina: Una alternativa para el castigo» [«A teaching approach to discipline: An alternative to punishment»], Marriage & Families, (2000): 9-15.

[8] Vea Daniel S. Nagin, «Disuasión en el siglo veintiuno» [«Deterrence in the twenty-first century»], Crime and Justice 42.1 (2013): 199-263, https://www.journals.uchicago.edu/doi/10.1086/670398.

[9] Vea Anne-Marie Cusac, Cruel e inusual: La cultura del castigo en América [Cruel and unusual: The culture of punishment in America] (New Haven, CT: Yale University Press, 2009).

[10] Vea Saul Axelrod y Jack Apsche, eds., Los efectos del castigo en el comportamiento humano [The effects of punishment on human behavior] (Nueva York: Academic Press, 1983).