El Liberalismo y el Rol de las Mujeres
Resumen | Dios, Cristo, el hombre, la mujer: este es el orden divino (1 Corintios 11:3), pero el liberalismo lo ha pervertido. |
El poder de las mujeres en cada área de la vida desafía toda descripción. Los esfuerzos por describir la influencia poderosa de las mujeres en el mundo no alcanzan la realidad. El proverbio, “la mano que mece la cuna gobierna el mundo”, no es una exageración. Desde el mismo comienzo del tiempo, aunque a menudo sin nombrarse y fuera de la vista del público, las mujeres han tenido un rol principal en los eventos que han moldeado la historia humana. No existe nada más hermoso que la mujer que se viste con la belleza de la santidad. Por otro lado, no existe nada más repulsivo que la mujer que se dedica a la maldad.
Génesis 4:16 declara, “Salió, pues, Caín de delante de Jehová”. Cuando Caín salió de la presencia de Dios, produjo un linaje de gente profana que corrompió totalmente el curso de la humanidad al participar de su naturaleza. Al describir a los descendientes de Caín, Génesis 4:17-24 señala su completa naturaleza secular y materialista. Ya que carecían totalmente de espiritualidad, ellos se dedicaron completamente a los asuntos de la carne. Lamec caracteriza a los descendientes de Caín. Al tomar dos esposas, Lamec violó el patrón divino para el hogar, la unidad básica de la sociedad. Además, se jactó de su naturaleza violenta.
Génesis 4:25 presenta el linaje recto de Set. Cuando nació Enós, el hijo de Set, en crudo contraste a Caín y sus descendientes, la inspiración bíblica afirma, “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4:26). Los descendientes de Set entraron a la presencia de Dios para adorar y tener comunión. Génesis 5 es un registro de los descendientes justos de Set. Enoc y Noé ilustran la clase de gente que vino de los lomos de Set. Trágicamente,
cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas (Génesis 6:1-2).
El flujo ininterrumpido del contexto clarifica que los “hijos de Dios” eran los descendientes justos de Set, y que las “hijas de los hombres” eran las descendientes impías de Caín. Por ende, el estado desastroso de la humanidad que Génesis 6:5 relata, y que inevitablemente produjo el juicio divino en la forma de un diluvio, fue el resultado directo de la influencia arrolladora de las mujeres del linaje de Caín sobre los hombres del linaje de Set. Con la excepción de ocho personas, ellas destruyeron la descendencia justa de Set. Si este incidente no tuviera una situación similar, sería por si solo un testimonio suficiente del inmenso poder que las mujeres ejercen.
Balaam codició la riqueza y honor que Balac, rey de Moab, le ofreció como recompensa por maldecir a Israel (Números 22). Pedro dijo que él “amó el premio de la maldad” (2 Pedro 2:15). Sin embargo, tres intentos después, sin poder maldecir “al que Dios no maldijo” (Números 23:8), “se levantó Balaam y se fue, y volvió a su lugar” (Números 24:25). Lamentablemente, la historia no termina allí. Balaam conocía muy bien la influencia extraordinaria que las mujeres podían ejercer sobre los hombres. Por ende, enseñó “a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación” (Apocalipsis 2:14). Balaam aconsejó a Balac a hacer que las mujeres de Moab sedujeran a los hombres de Israel para llegarse a ellas y luego a sus ídolos, sabiendo que tal conducta invocaría el juicio de Dios.
[E]l pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab, las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses; y el pueblo comió, y se inclinó a sus dioses (Números 25:1-2).
El resultado fue catastrófico. “Y murieron de aquella mortandad veinticuatro mil” (Números 25:9).
Salomón fue el hombre más sabio que el mundo ha conocido con excepción de Jesucristo. Su nombre es sinónimo de sabiduría. “Tan sabio como Salomón” es una expresión proverbial pronunciada a menudo incluso por los labios de gente no-religiosa. Como es característica de la humanidad, con seguridad se hubiera exagerado muchas veces las historias de la sabiduría, la riqueza y la grandeza de Salomón para el tiempo que alcanzaron los oídos de la reina de Sabá. Sin embargo, el texto bíblico dice:
Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído (1 Reyes 10:6-7).
Adicionalmente, Salomón fue un hombre profundamente religioso. Su esmero al implementar la naturaleza exacta del patrón divino para el templo que abarcó siete años de construcción, y su oración y sus declaraciones subsiguientes en la dedicación del templo portan testimonio del gran amor que Salomón tenía por Dios, de su preocupación por la verdad y de su espíritu humilde (1 Reyes 6-8). Se pensaría que este hombre estuviera casi más allá del alcance de la influencia de las mujeres inclinadas a la maldad. Tristemente “cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos” (1 Reyes 11:4). Las palabras de Nehemías 13:26 son dignas de mención: “[A]un a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras”.
Jeroboam corrompió el patrón de Dios en cuanto a la adoración para el reino del norte de Israel, y colocó a la nación en el camino a la ruina (1 Reyes 12). Las acciones de Jeroboam prepararon el terreno para la segunda gran desviación del reino israelita de los mandamientos de Dios. Acab continuó el trabajo de Jeroboam e introdujo la adoración a Baal en la vida religiosa de Israel (1 Reyes 16:31-32). La inspiración bíblica declara que Acab hizo “más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel” (1 Reyes 16:33). ¿Qué condujo a Acab a tal exceso de iniquidad? “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba” (1 Reyes 21:25).
Josías fue el último rey justo que reinó en Judá. En el treceavo año de su reinado, Dios llamó a Jeremías para proclamar su tema, “Arrepentíos o Pereceréis”. Se le prohibió a Jeremías que se casara, asistiera a funerales y que se involucrara en eventos de festividad (Jeremías 16:1-9). Su misma vida fue símbolo de la condición espiritual de la nación y el juicio que se aproximaba, excepto por el pronto arrepentimiento nacional. Cuatro décadas después, los peores temores del profeta llegaron a hacerse realidad mientras el martillo del juicio divino destrozaba la nación de Judá y la gente era llevada cautiva a Babilonia.
No obstante, un remanente de los sobrevivientes migró a Egipto. Con los gritos de muerte que todavía sonaban en sus oídos y con las cenizas consumidas de Jerusalén que todavía penetraban sus fosas nasales, ellos persistieron en la misma idolatría que había invocado el juicio de Dios sobre la nación. Jeremías levantó su voz e hizo un último ruego para regresar a Dios (44:1-14).
Entonces todos los que sabían que sus mujeres habían ofrecido incienso a dioses ajenos, y todas las mujeres que estaban presentes, una gran concurrencia, y todo el pueblo que habitaba en tierra de Egipto, en Patros, respondieron a Jeremías, diciendo: La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno (Jeremías 44:15-17).
Las esposas y madres de Judá tuvieron un rol importante en la degradación espiritual de la nación, lo cual trajo como consecuencia el juicio de Dios.
Pablo predicó un poderoso sermón en Antioquía de Pisidia (Hechos 13). Comenzó con el éxodo de Egipto y terminó con una cita de Habacuc 1:5 como una exhortación para su audiencia a someterse al Evangelio. El interés en el Evangelio fue tan grande que el siguiente sábado una gran parte de la ciudad se reunió para oír la Palabra de Dios.
Pero los judíos instigaron a mujeres piadosas y distinguidas, y a los principales de la ciudad, y levantaron persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron de sus límites (Hechos 13:50).
No hay duda que las mujeres estuvieron involucradas completamente en los esfuerzos por impedir la difusión del Evangelio en el mundo del primer siglo. Además, algunas mujeres que se rebelaban a los principios de autoridad (1 Corintios 11:1-16) y que actuaban inadecuadamente en la reunión de adoración (1 Corintios 14:34-35) afligían a la iglesia en Corinto. Dos mujeres estaban perturbando la paz y unidad de la iglesia en Filipos (Filipenses 4:2), y el único criticismo a la iglesia en Tiatira se enfocaba en una mujer cuyo carácter era semejante al del mundo pagano (Apocalipsis 2:20-23). El poder de la mujer para perturbar, dañar y destruir realmente es grande.
En un mundo de disipación indescriptible, ocho personas hallaron gracia ante los ojos del Señor (Génesis 6). Estas ocho personas eran parte de una familia, y cuatro de ellas eran mujeres. Por ende, cuatro mujeres justas tuvieron un rol crítico en la preservación divina de la raza humana. De manera entendible, como jefe de la familia, el registro bíblico se centra en la fe de Noé. Pero ¿quién cuestionaría la afirmación que la fe de la esposa de Noé fue igualmente grande? Noé fue un “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5). Por más de un siglo, mientras construía el arca, predicó a un mundo cuyo apetito por el pecado era insaciable. Si alguna persona se convirtió bajo la predicación de Noé, ésta murió antes del Diluvio. ¿Quién no puede señalar a un predicador que abandonó el púlpito bajo circunstancias menos desalentadoras? No hay duda que Noé hubiera sido el primero en admitir que sus logros por la gracia maravillosa de Dios se debía en gran parte a la ayuda y ánimo espiritual de su esposa devota.
El periodo de los jueces fue un tiempo triste en la historia de Israel. Dos veces el registro divino declara, “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6; 21:25). Israel necesitaba grandes líderes espirituales. Samuel satisfizo esa necesidad. En cuanto a su rectitud personal, Samuel estaba por encima del reproche. Cuando se presentó ante el pueblo y dio la bienvenida a cualquier criticismo justificado, el pueblo confirmó su vida de integridad impecable (1 Samuel 12:1-5). Samuel ejerció una influencia tremenda para lo bueno en la nación de Israel.
Sin embargo, no hubiera existido un Samuel si no hubiera existido una Ana. Ana había sido estéril por años. Ella era objeto de burla continua a causa de su estado de infertilidad (1 Samuel 1:6-7). La oración ferviente anheló el final de su infortunio, y Ana fue bendecida con Samuel. Varios años después, al cumplir su promesa, Ana llevó a Samuel al Señor (1 Samuel 1:10-28). ¿Cuán difícil fue para Ana llevar a cabo su promesa? Solo una madre o un padre pueden responder esa pregunta. Samuel fue el regalo de una madre para la nación de Israel. ¿Qué regalo más grande pudo haber dado? Si hubiera experimentado la muerte martirial, su influencia por la causa de la verdad y la justicia no hubiera sido tan grande como la que se ejerció a través de la vida de Samuel. Ana contribuyó inmensamente a la vida espiritual de Israel a través del regalo insuperable de su hijo.
Nabal era un hombre rico pero carecía completamente de personalidad. Su propia mujer le describió como un “hombre perverso” (1 Samuel 25:25). Mientras los siervos de Nabal cuidaban sus rebaños en los campos, los hombres de David eran una pared protectiva alrededor de ellos. David comisionó a diez de sus hombres a ir a Nabal con la esperanza que él le brindara ayuda en su tiempo de necesidad. Nabal injurió a David y envió a sus hombres con las manos vacías. David ordenó que 400 hombres se prepararan para la batalla y declaró sus intenciones de matar a todo varón de la casa y el personal de Nabal. Habiéndosele informado de la conducta de Nabal, Abigail su esposa preparó provisiones para satisfacer las necesidades de David, alcanzó a David antes que él pudiera consumar su objetivo, y razonó con él en cuanto a la naturaleza desacertada de su curso. David expresó gratitud a Dios por Su intervención providencial, elogió a Abigail por su consejo sabio, recibió los regalos de su mano y regresó a su lugar de morada.
El registro inspirado describe a Abigail como una mujer “de buen entendimiento y de hermosa apariencia” (1 Samuel 25:3). Se salvó muchas vidas, se preservó muchos hogares, se evitó la muerte de muchos esposos y de muchos padres debido a la acción de esta mujer sabia y perspicaz. Además, se evitó que David derramara sangre inocente, y que actuara a causa de la venganza personal en un momento de ira desmedida, por ende llevando la culpa de un desliz temporal de auto-control a su tumba. No se puede numerar las veces en el curso de la historia humana en que las mujeres devotas y entendidas han salvado a los hombres de sí mismos.
La influencia de Acab y Jezabel en el reino del norte de Israel fue desastrosa. Desafortunadamente, su influencia no estuvo limitada a Israel. Su hija Atalía se casó con Joram, rey de Judá. El registro bíblico afirma que cuando Joram ascendió al trono del reino del sur, “anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab, porque una hija de Acab fue su mujer; e hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Reyes 8:18). Había llegado el tiempo para que el juicio de Dios cayera sobre la casa de Acab. Se designó a Jehú, uno de los oficiales del ejército de Israel, para dirigir la exterminación de los descendientes de Acab. Dios dijo, “Y perecerá toda la casa de Acab” (2 Reyes 9:8). Después que Jehú mató a Joram, rey de Israel, ordenó la muerte de Ocozías, rey de Judá, el nieto de Acab y Jezabel. “Mató entonces Jehú a todos los que habían quedado de la casa de Acab en Jezreel, a todos sus príncipes, a todos sus familiares, y a sus sacerdotes, hasta que no quedó ninguno” (2 Reyes 10:11).
“Cuando Atalía madre de Ocozías vio que su hijo era muerto, se levantó y destruyó toda la descendencia real” (2 Reyes 11:1). La brutalidad de Atalía incluyó a sus propios nietos. Si Atalía hubiera tenido éxito en destruir a todos los descendientes de David, no hubiera llegado “nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Romanos 1:3), por ende no hubiera existido ningún rey espiritual en el trono de David (Hechos 2:29-30). Como resultado, se hubiera frustrado el plan de Dios para redimir al mundo por medio de la “simiente de la mujer” (Génesis 3:15), la “simiente de Abraham” (Génesis 12:3) y la “simiente de David” a causa de una mujer impía.
Pero Josaba hija del rey Joram, hermana de Ocozías, tomó a Joás hijo de Ocozías y lo sacó furtivamente de entre los hijos del rey a quienes estaban matando, y lo ocultó de Atalía, a él y a su ama, en la cámara de dormir, y en esta forma no lo mataron (2 Reyes 11:2).
Josaba arriesgó su propia vida para salvar al remanente del linaje de David. Ese riesgo abarcó seis largos años (2 Reyes 11:3). Atalía tenía el poder del trono de Judá a su disposición, pero eso no igualaba el poder del trono del Cielo en manos de la piadosa Josaba. El plan de redención colgaba de la vida de un solo bebé. Dios reservó esa vida y el linaje antiguo por el que Su Hijo nacería de una mujer. Existe poder inmenso en la influencia de una mujer piadosa que camina con Dios.
Y todos los siervos del rey que estaban a la puerta del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había mandado el rey; pero Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba (Ester 3:2).
La conducta de Mardoqueo provocó que Amán hiciera planes para la aniquilación de la raza judía (Ester 3:6). La destrucción del pueblo judío hubiera abrogado el sistema para la redención humana a través de la “simiente de Abraham” (Génesis 12:3; Gálatas 3:16). Sin embargo, Ester realmente había llegado al reino “para esta hora” (Ester 4:14). Con el comienzo del problema del pecado en Génesis 3:6, la consumación de Juan 19:30 era inevitable. El libro de Ester es el anuncio de Dios al mundo de Su intención de alcanzar el Calvario y de la inutilidad de los esfuerzos de la gente como Amán por frustrar ese propósito. Ester tuvo una parte integral en la continuación del plan de Dios para redimir al hombre de sus pecados.
En las palabras de Hebreos 11:32, “el tiempo me faltaría contando de” Sara quien por la fe “recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11:11); Débora, quien fue “como madre en Israel” (Jueces 5:7); Jael, quien mató al enemigo de Israel (Jueces 5:24-27); la viuda de Sarepta, cuya fe sobrepasó a la de las viudas de Israel (Lucas 4:25-26); la mujer de Sunem, quien ayudó al profeta de Dios (2 Reyes 4:8-10); la joven criada de Israel, quien inició la limpieza y conversión de Naamán (2 Reyes 5:2-4); María, “de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:16); Ana, quien “no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Lucas 2:37); las mujeres que fueron las últimas en dejar la cruz y las primeras en llegar a la tumba; Priscila, quien ayudó a enseñar a Apolos el camino de Dios más perfectamente (Hechos 18:26); Febe, una sierva de la iglesia del Señor en Cencrea (Romanos 16:1); y Pérsida, quien trabajaba “mucho en el Señor” (Romanos 16:12). Desde el comienzo del tiempo, las mujeres piadosas han contribuido grandemente a la causa de Dios, la verdad y la justicia.
No obstante, aunque la influencia de la mujer en la enseñanza, el trabajo, la adoración y el servicio es poderosa, ella debe actuar dentro de un sistema de sumisión. “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Timoteo 2:12). El término “ni” (oude) es explicativo en naturaleza. Las mujeres están mandadas a enseñar (Tito 2:3-4). Priscila ayudó a Aquila en la enseñanza de Apolos (Hechos 18:26). Por consiguiente, en vez de dar una prohibición general en contra de la enseñanza, Pablo procede a explicar la clase de enseñanza que se le prohíbe a la mujer: la clase de enseñanza que le colocaría en una posición de autoridad o dominio sobre el hombre.
Es evidente que solo se prohíbe una cosa en este pasaje: “que una mujer ejercite autoridad sobre el varón”. No se prohíbe la enseñanza misma, sino la clase de enseñanza que colocaría a una mujer en una posición de dominio sobre un hombre. Pablo pudo haber enumerado muchas otras actividades, pero su punto principal todavía hubiera sido que en cuanto a esas cosas específicas, como también en otras, una mujer no debe emplear sus talentos en una posición de autoridad sobre el hombre.
Independientemente de cualquier aspecto cultural, Pablo sostiene esta verdad divina concerniente al rol sumiso de la mujer al remontarse al principio y señalar el orden de la creación y el engaño de Satanás a la mujer (1 Timoteo 2:13-14). Por ende, nunca ha sido la voluntad de Dios que la mujer ocupe una posición autoritativa sobre el hombre. Primera Timoteo 2:12 es simplemente una extensión de una ley que Dios estableció en el mismo principio. Incluso antes de su trasgresión, el rol de Eva tenía una naturaleza sumisa. Eva fue creada como una ayuda para Adán, no Adán para Eva (Génesis 2:18). La mujer es la gloria del varón; ella es del varón y fue creada para el varón (1 Corintios 11:7-9). Pablo describe al hombre como la imagen y la gloria de Dios, y a la mujer como la gloria del hombre (1 Corintios 11:7).
Pablo no estaba afirmando que solamente el hombre lleva la imagen de Dios, ya que Dios creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen. Sin embargo, existe un sentido en que el hombre refleja la imagen y la gloria de Dios, y la mujer no lo hace. El hombre refleja la imagen de Dios como gobernante, como alguien en autoridad. La mujer no hace esto y no puede hacer esto. En el principio, Dios diseñó a la mujer para realizar un rol subordinado al hombre, y cualquier esfuerzo por su parte para ejercer dominio sobre el hombre es una usurpación de la autoridad conferida divinamente, un acto de rebelión.
En cuanto a las posiciones de liderazgo, dominio y autoridad, Dios siempre ha seleccionado a los hombres sobre las mujeres. En el principio, Dios creó al hombre primero y le colocó en dominio sobre la mujer. Cuando Dios destruyó el mundo y comenzó uno nuevo, escogió a un hombre para cumplir el rol de líder. Durante la Era Patriarcal, Dios escogió al hombre para cumplir el rol de liderazgo. Las cabezas de las doce tribus de Israel fueron hombres. Después de años de esclavitud, Dios escogió a un hombre llamado Moisés para liberar a Su pueblo de Egipto. Durante los siglos, entre la muerte de Josué y el reino de Saúl, Dios seleccionó varios individuos para servir como libertadores y jueces de Israel. Cada elección fue un hombre excepto por Débora, una elección que surgió de la necesidad debido al fracaso del hombre por cumplir su responsabilidad (Jueces 4:8).
Cuando Israel rechazó el gobierno de Dios, Dios seleccionó a un hombre llamado Saúl como rey, el primero de 38 reyes, siendo la única excepción la usurpadora Atalía. Aunque no seleccionó personalmente a cada rey, Dios puso en movimiento un sistema que colocaba a hombres en el trono. Mientras Israel y Judá se deslizaban en el pecado, Dios comisionó a hombres como profetas para proclamar mensajes a Su pueblo. Las mujeres como Hulda (2 Reyes 22), quienes sirvieron como profetizas, lo hicieron en una manera silenciosa y subordinada sin violar la voluntad de Dios.
Después de 400 años de silencio profético, Dios escogió a un hombre, Juan el Bautista, para servir como un pregonero para Su Hijo. Cristo escogió doce apóstoles, todos hombres, para tener una relación especial consigo mismo y con la iglesia, la cual ninguna otra persona disfrutó. Todos los siete siervos especiales de Hechos 6 fueron hombres. Su trabajo involucraba autoridad. En cuanto a su elección, los apóstoles dijeron, “[A] quienes encarguemos de este trabajo” (Hechos 6:3). Por instrucción divina, solo los hombres pueden servir como ancianos y diáconos de la iglesia. La Biblia misma es la obra de Dios por medio de la pluma del hombre. A través de todo el registro bíblico se testifica el principio que 1 Timoteo 2:12 expresa.
El Universo y todas las cosas en él fueron hechos de acuerdo a un diseño. Se creó el Sol para gobernar el día, y la Luna para gobernar la noche. Si el hombre tuviera la capacidad de manipular los cuerpos celestes como lo hace con todo aspecto de la enseñanza bíblica, hubiera destruido la Tierra y a sí mismo hace mucho tiempo. Pero ya que están apartados de la naturaleza entrometida del hombre, los gobernantes de los días y las noches terrenales realizan sus obligaciones en armonía perfecta con el diseño de Dios. Aunque comparten similitudes, el hombre y la mujer son tan diferentes como el Sol y la Luna. Las distinciones físicas externas e internas son vastas y complejas, de igual manera las diferencias psicológicas y emocionales. Ellos no piensan de la misma manera. No sienten las mismas cosas. En cuanto al mismo tema, a menudo son polos diferentes en su pensamiento y sentimiento.
Dios diseñó a la mujer para servirle y servir a la humanidad en un rol subordinado. Su misma esencia modelada por Dios le capacita para esta obligación. Por naturaleza, la mujer es más delicada, sensible, gentil y emocional que el hombre. Estas no son características de debilidad, sino atributos de hermosura que Dios creó y que los hombres cuyos sentidos están afinados adecuadamente aprecian grandemente. Una mujer que emplea las complejidades de su naturaleza encantadora en armonía con el diseño de Dios es un retrato de belleza inexpresable. En el hogar o en la iglesia, no existe nada como el toque de una mujer, el sonido de la voz de una mujer o el fruto del trabajo de una mujer. Mil hombres con la rectitud de Noé, la fe de Abraham, la sabiduría de Salomón y el valor de Pablo no pueden lograr lo que una mujer devota a Dios puede lograr. La mujer es reina en su propio mundo diseñado por Dios. El hombre no puede funcionar en la esfera de la mujer así como un ave no puede volar sin alas. Esto sería como pedir al Sol que hiciera el trabajo de la Luna.
No obstante, el plano de Dios para la mujer no contiene una habitación designada “autoridad sobre el hombre”. Por tanto, cuando una mujer entra a esa habitación, pone en riesgo su naturaleza y, si llega a ser una actividad permanente, pone en riesgo su alma. Dios diseñó esa habitación con el hombre en mente. Dios diseñó esa habitación para acomodar al hombre y al hombre para calzar en esa habitación así como diseñó el agua para el pez y el pez para el agua. ¿Puede un ave nadar en el mar? ¿Puede un pez volar en los cielos? Sería irrazonable esperar que la naturaleza sea intercambiable como esperar que el hombre y la mujer operen con eficacia comparable en el rol del otro.
El intento de una mujer por entrar a la esfera de dominio es una intrusión flagrante de un reino prohibido. Ella no tiene derecho de estar allí. Se ha dispuesto en contra de Dios. Puede reclamar el derecho de entrada en virtud de la invitación de un ancianato. Si lo hace, entonces ambas partes están desafiando a Dios. Los ancianos que invitan a las mujeres a enseñar, orar, cantar y servir sobre los hombres se han vestido con el manto autoritativo y legislativo que le corresponde a la Deidad. Han invitado a las mujeres a un área donde Dios ha colocado la señal “Prohibido la Entrada” de un lado a otro en la Biblia. Tales hombres poseen la actitud de Caín, Coré y Nadab y Abiú quienes, motivados por sí mismos, no vacilaron entremeterse atrevidamente en un área que la autoridad divina prohibía o restringía expresamente.
Este es el espíritu imprudente, presuntuoso e irreverente del liberalismo. El liberalismo se deleita abriendo las puertas que Dios ha cerrado. Carece de respeto por las limitaciones que Dios ha establecido para las mujeres. Solamente el espíritu del liberalismo auto-exaltado y atrevido osaría reemplazar el aviso de “Prohibición” por el aviso de “Bienvenida”. El liberalismo no cree en los límites. No existen fronteras en el mundo del liberalismo. Un hombre que vive bajo la influencia del liberalismo, cuya conciencia todavía siente la presión de las limitaciones divinas, todavía no está convertido completamente; por otra parte, él es completamente inconsistente. Su grado de liberalismo permite la implementación de algunas prácticas inautorizadas o incluso prohibidas expresamente, mientras que no permite esa misma libertad a otros cuyas conciencias tienen pocos o ningún límite. Si alguien acepta el espíritu que afirma, “No es un gran problema”, ante cualquier aspecto de la enseñanza bíblica, debe conceder ese mismo derecho a todos concerniente a todo tema bíblico a menos que la misma filosofía que ha adoptado le señale como hipócrita. No es necesario ser un genio para discernir el final al que este tipo de pensamiento guía.
¿Qué es 1 Timoteo 2:12? Es un grandioso resumen de la voluntad de Dios para la mujer en su relación con el hombre y con la autoridad desde el comienzo del tiempo hasta el final del tiempo. Es un esfuerzo divino por preservar la naturaleza de la mujer. Es una expresión del amor de Dios por la mujer al proveerle una ley que armoniza con las mismas características de su ser y creación. Es la gracia de Dios que busca la felicidad, satisfacción y sentido de realización de la mujer. Es el esfuerzo de Dios por motivar a que la mujer siga un curso consistente con el propósito del Creador. Es una prevención divina que alienta a la mujer a ejercer sus talentos en una manera compatible con su misma esencia que Dios diseñó. Es una pared de limitación construida divinamente para prevenir que la mujer entre en un reino que destruiría su naturaleza, rol y alma. Es una pared de protección y preservación que mantiene a la mujer confinada a su propio mundo: un mundo sin presión masculina, un mundo donde cría a los grandes líderes espirituales, un mundo sin manos comparables de amor y ternura, un mundo donde se calma los temores, donde se sana las heridas y donde se alienta los corazones, y un mundo donde ella puede emplear sus talentos más eficazmente en el servicio a Dios y al hombre como la mano divina ha establecido.
Las siguientes palabras están atesoradas entre las muchas ricas verdades en el último discurso de Moisés a Israel: “Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy” (Deuteronomio 6:24). El hermoso sentimiento “para que nos vaya bien todos los días”, es una característica de cada ley que Dios ha dado para gobernar, dirigir, controlar y limitar la mente, voluntad, emociones y conducta humana. Sea directiva o prohibitiva, cada ley divina está escrita de comienzo a final con la tinta del amor divino, y tiene como propósito el beneficio continuo del hombre.
Por consiguiente, 1 Timoteo 2:12 es el amigo de la mujer, no su enemigo. Es para su beneficio. Su propósito no es limitar y restringir solo por el placer de limitar o restringir. Dios no establece órdenes solo para probar que puede hacerlo. La ley divina no tiene semejanza a un alfarero que dice a la arcilla, “Te hice, soy más fuerte que tú, y por ende, te puedo decir qué hacer”. La ley divina es una expresión del amor y la gracia de Dios que tienen como meta el mejor beneficio del hombre. El liberalismo nunca ha entendido este principio. Por esta razón ata espadas en las manos de la gracia y la ley, y las coloca en el campo de batalla como si fueran enemigas.
La autoridad es inherente en el ancianato. Dé a algunos hombres un poco de autoridad y ellos construirán una montaña de orgullo. La prohibición de Dios en cuanto a un inexperto en el ancianato es una ley de amor que tiene como propósito evitar que un nuevo convertido se enorgullezca y por ende caiga en condenación (1 Timoteo 3:6). A menudo los hombres son atraídos al ancianato, no por el deseo de servir a Dios y a Su rebaño, sino para levantar el azote autoritativo sobre las cabezas del rebaño. Algunos hombres humildes que tienen una preocupación genuina por las almas han entrado al ancianato y han sido conquistados por el poder seductor del orgullo. El orgullo está al acecho de los reinos de autoridad como una bestia salvaje que busca devorar a su presa. Un hombre que sirve en un oficio de autoridad debe luchar con el orgullo, y a menudo el orgullo le vence. ¿Cuán más susceptible a la derrota es una mujer, quien por naturaleza carece de las características esenciales para actuar en el reino del dominio? Como en el caso de 1 Timoteo 3:6 para el nuevo convertido, 1 Timoteo 2:12 es una ley divina de amor que intenta evitar que el orgullo consuma a la mujer, por ende cayendo en condenación.
El intento de la mujer por quebrantar el yugo de sumisión y gobernar su propia vida ha iniciado un curso a la ruina. Mientras Eva miraba fijamente el fruto prohibido, meditaba en las palabras de Satanás, “Seréis como Dios” (Génesis 3:5). Unrol prohibido en la forma de deseo poco a poco comenzó a establecerse en su corazón. Cuán mejor ser su propio dios en vez de la ayuda idónea para un hombre—ser su propia gloria que la “gloria del varón” (1 Corintios 11:7), ser para sí misma que “para el varón” (1 Corintios 11:9). Esta clase de pensamiento destruyó su inocencia y dio comienzo a una ola de maldad que afectaría a toda generación hasta el fin del tiempo. La mujer que mira con ojos codiciosos el trono del dominio está mirando un fruto prohibido. Si rechaza detener su camino por medio del arrepentimiento, se dirigirá al mismo camino que Eva emprendió. Esto es lo que 1 Timoteo trata de prevenir. Este principio divino de limitación es el aliado de la mujer, no su adversario.
El liberalismo no respeta a la mujer. Si el liberalismo respetara a la mujer, respetaría la ley de la limitación que Dios ha puesto para ella. Consideraría esta ley como un escudo que protege a la mujer de los males que acarrea el intento de operar en una esfera para la cual no ha sido diseñada. El liberalismo desecha ese escudo e invita a que la mujer se una al hombre como su igual en asuntos relacionados a la autoridad. Además, el liberalismo no cree que la mujer tenga suficiente trabajo y responsabilidades que cumplir en su función ordenada por Dios. El liberalismo quiere que la mujer asuma el rol y las tareas del hombre en adición a las de ella.
El liberalismo corrompe la feminidad. ¿Qué palabras describen adecuadamente las cualidades femeninas de la mujer espiritual de Dios? Cuando generalmente se usa palabras para abordar este tema, pareciera que todavía faltara algo. Al considerarse como una obra de Dios en el vientre de su madre, David dijo, “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien” (Salmos 139:14). Todo hombre cuya mente ha sido modelada por principios divinos estuviera de acuerdo que estos sentimientos tienen un significado más profundo cuando se los aplica a una mujer piadosa. Existe un misterio y profundidad en la feminidad a la cual las palabras no pueden descender para hacer una descripción adecuada.
La eficacia en el reino del domino demanda características peculiares de masculinidad. Solo una persona desprovista de razón o cegada por el espíritu del liberalismo rechazaría este punto. Cuando el liberalismo persuade a una mujer para cambiar su manto de la sumisión por el manto del dominio, ella se embarca en un camino que erosiona cada vez más su feminidad. Gradualmente disminuye su suavidad, ternura y sentido de decoro. Progresivamente adopta más características masculinas. Si su presencia se prolonga en el mundo del dominio, esto puede alterar la conducta completa de la mujer.
¿Por qué es esto difícil de entender? Este mismo principio se aplica a hombres piadosos que entran a un ambiente de trabajo completamente ajeno a los valores espirituales. El mundo odia al hombre espiritual, y es su enemigo constante (Juan 15:19). Por ende, cualquier ambiente que la gente mundana gobierna posee el potencial de socavar las prioridades espirituales del hombre. Además, existen algunos ambientes que son tan hostiles al cristianismo que sería imprudente que un cristiano entrara en ellos. Tales ambientes corromperían las características espirituales del hombre así como el ambiente de dominio adulteraría la feminidad de la mujer. Al abrir las puertas del dominio a la mujer, el liberalismo se encuentra en rebelión con un principio eterno de Dios, y manipula la misma naturaleza femenina establecida por Dios.
Algunas mujeres reaccionan negativamente ante la idea de la sumisión debido a un concepto falso en cuanto a su naturaleza. Ellas comparan sumisión con inferioridad. Sienten que un rol subordinado es una forma de semi-esclavitud que destruye la identidad personal de la mujer. Al considerar otros roles subordinados, tales como los empleados ante un empleador, los ciudadanos ante la autoridad civil o los miembros ante los ancianos de la iglesia, se puede percibir la falacia de esta interpretación. Otros desaprueban el rol sumiso porque consideran la dirección como una posición de honor en vez de un rol que involucra gran responsabilidad que conlleva consecuencias severas en el caso del fracaso.
Dios, Cristo, el hombre, la mujer: ese es el orden divino (1 Corintios 11:3). Nos hemos alejado mucho de este principio. Son muchos los problemas que han venido a causa de esta desviación. En muchos casos, el espíritu del liberalismo ha buscado revertir el arreglo divino de Dios para el hombre y la mujer. “Mas al principio no fue así” (Mateo 19:8).
Derechos en español © 2010 por www.ebglobal.org. Traducción por Moisés Pinedo. Título original en inglés, “Liberalism and the Role of Women”, en The Spirit of Liberalism, pp. 157-173.