Un Ladrón que Nos Ha Robado a Todos

Las estadísticas indican que en algún punto de nuestras vidas, todos seremos víctimas de un robo (vea Truman y Rand, 2010). Tal vez las manos de un visitante no-invitado ya han tomado ventaja de su auto, casa o algún ser querido. Podemos decir con seguridad que hay un ladrón que se ha burlado de cada persona madura. Su nombre es el Pecado.

El pecado roba la inocencia de nuestras mentes.

Adán y Eva eran inocentes como bebés y puros como la miel en el panal, hasta…que el ladrón les robó la inocencia como el viento arrebata el polvo (Génesis 3). La pérdida de su pureza sin paralelo llegó a ser irremediable como un huevo quebrado. Ellos se escondieron del Dios que había sido su compañía favorita. Su culpabilidad les separó de Dios, y Dios les separó de su paraíso. La era de la inocencia llegó a su fin.

A través de circunstancias diferentes, y grados diferentes, el mismo ladrón nos ha robado la inocencia a todos. Nuestra pureza dura hasta…hasta que el pecado entra a través de la ventana rota de nuestras mentes o fuerza la puerta de nuestros corazones. Cuando se va, lleva dentro de su colección el tesoro irreemplazable conocido como la inocencia. El ladrón no está contento hasta que nuestros labios no hayan probado la amargura del alcohol, hasta que nuestros pulmones no hayan respirado el humo de la nicotina, hasta que la adrenalina de la apuesta no haya cruzado por nuestras venas, hasta que nuestros ojos no se hayan divertido con lo indecente, hasta que nuestros dedos no hayan tocado la ganancia deshonesta, hasta que nuestros pies no hayan conocido las arenas del sendero prohibido, hasta que nuestros cuerpos no hayan dormido en la cama de la fornicación, hasta que nuestras lenguas no hayan conocido el desprecio de la maldición, hasta que nuestras manos no se hayan cerrado en un puño de ira, hasta que nuestras rodillas no se hayan inclinado en oración al dios equivocado. Hasta… Luego no se puede decir (o pensar) otra vez, “No sé cómo es el pecado”.

El pecado roba la comodidad de nuestras almohadas.

Jacob recostó su cabeza sobre una piedra y encontró descanso (Génesis 28:18), pero el hombre robado puede recostar su cabeza en su almohada de plumas y no tener descanso (Proverbios 13:15; cf. Eclesiastés 2:23; Romanos 3:16-18). “No hay paz para los malos, dijo Jehová” (Isaías 48:22). La mujer robada yace en su cama deseando que pudiera borrar el pasado, pero sabiendo que no se puede revertir el reloj de la vida. Finalmente tiene un dormitar irregular y despierta pensando primeramente en el pecado que está ante ella. El hombre robado cierra sus ojos para tratar de cambiar el tema, pero su mente da vueltas solamente para aterrizar una vez más en la carne putrefacta de la memoria del pecado. “Todos sus días, el impío es atormentado de dolor, y el número de sus años está escondido para el violento… Tribulación y angustia le turbarán, y se esforzarán contra él como un rey dispuesto para la batalla” (Job 15:20,24). El descanso huye de la conciencia que es acusada por miles de pensamientos de culpabilidad. ¡Cuán malo y amargo es el pecado (Jeremías 2:19)!

El pecado roba la auto-confianza de nuestros ojos.

Los ojos pueden revelar mucho en cuanto a lo que un hombre piensa de sí mismo. Jesús dijo, “La lámpara del cuerpo es el ojo” (Mateo 6:22). Cuando el pecado abruma el alma de una persona, algunas veces se muestra en el contacto visual. Donde antes había un cristiano que tenía confianza en sí mismo para salir victorioso en la batalla contra Satanás, ahora hay un pecador que se siente como un prisionero de guerra. Donde antes había una gimnasta que nunca caía, ahora balancea una joven que duda de su gracia. Donde antes había un boxeador orgulloso cuyas rodillas nunca se habían doblado, ahora hay un hombre que espera poder proteger su mentón. Él es vulnerable, inseguro y teme que el pasado pueda repetirse en el presente. A Job se le robó su confianza durante su sufrimiento. Él dijo, “Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo” (Job 9:20). Aunque Jesús no les miró en el rostro, se encontró con ciertas personas que no podían mirarle porque sus consciencias les acusaban: “Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio” (Juan 8:9; cf. Romanos 2:1).

El pecado roba la influencia de la vida de una persona.

El empleado cristiano que una vez tenía el respeto de sus compañeros, ahora se siente como un hipócrita entre sus amigos (cf. Romanos 2:21-24). El amigo leal a quien se le buscaba para recibir consejos, ahora no tiene a nadie que anhele su orientación. El padre cuyos hijos una vez ansiaban caminar por sus pasos, descubre que ellos tienen otros héroes. El esposo que una vez disfrutaba la devoción sin reservas de su esposa, ahora descubre que ella alberga sospecha y desconfianza. El consejero de David, Ahitofel, se unió a la conspiración de Absalón contra su amigo. Él aconsejó que se persiguiera a David y se terminara con su vida mientras estaba débil, pero Absalón rechazó la sabiduría del traidor y aceptó el consejo de Husai. “Pero Ahitofel, viendo que no se había seguido su consejo, enalbardó su asno, y se levantó y se fue a su casa a su ciudad; y después de poner su casa en orden, se ahorcó, y así murió, y fue sepultado en el sepulcro de su padre” (2 Samuel 17:23). El pecado había robado su influencia, así que él sintió que su vida no valía la pena. ¡Qué trágico!

La influencia es uno de los tesoros más valiosos del cristiano. Se la debe conservar cuidadosamente. Nehemías dijo hace mucho tiempo: “… ¿No andaréis en el temor de nuestro Dios, para no ser oprobio de las naciones enemigas nuestras?” (5:9). La luz del cristiano nunca debe perder su chispa (Mateo 5:14-16); su sal nunca debe perder su sabor (Mateo 5:13); su levadura nunca debe perder su influencia (Mateo 13:33). Él debe usar “palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros” (Tito 2:8). No debe dar “al adversario ninguna ocasión de maledicencia” (1 Timoteo 5:14). Los cristianos deben mantener “buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Pedro 2:12; cf. 2:15; 3:16). Debemos ser vigilantes para que el pecado no nos robe el poder de guiar a otros a Cristo.

¿Le ha visitado el ladrón? ¡Deshágase de sus pecados! La maravillosa gracia de Dios tiene un plan para los que no son cristianos (la fe, Juan 3:16; el arrepentimiento, Lucas 13:3; la confesión de Cristo, Mateo 10:32; el bautismo, Hechos 2:38) y para los que son cristianos (el arrepentimiento, la confesión y la oración, Hechos 8:22; Santiago 5:16). ¡Deshágase de su culpabilidad! Una vez que Dios le haya perdonado sus pecados, hágase un favor a sí mismo, ¡también olvide sus pecados! “[P]ues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios” (1 Juan 3:20-21).

Esto restaurará la inocencia de su alma, la comodidad de su almohada, la confianza de sus ojos y la influencia de su vida.

Referencia

Truman, Jennifer y Michael Rand (2010), “Estadística Criminal, 2009” [“Criminal Victimization, 2009”], Departamento de Justicia de los EE.UU., http://bjs.ojp.usdoj.gov/content/pub/pdf/cv09.pdf.