No Os Conforméis al Hogar de Este Siglo
El mundo reconoce que la familia es el fundamento de la sociedad; sin familias fuertes no pueden existir sociedades fuertes. Los cristianos reconocemos que la familia es una parte integral de la iglesia; sin familias fuertes no pueden existir iglesias fuertes. De manera interesante, Satanás también reconoce esta verdad, y desde el principio ha tratado de destruir la institución familiar. Tristemente, sus tácticas han sido exitosas.
Los estudios en la iglesia del Señor sugieren que ahora los cristianos estamos perdiendo algo del 40-50% de nuestros jóvenes después que ellos se gradúan de la secundaria (Yeakley, 2008, p. 14; Goad, 1981, 98[19]:9; Lewis, et.al., 1965). Y aunque las estadísticas en cuanto al divorcio en la iglesia del Señor son menores al promedio nacional, todavía son lamentables (Yeakley, pp. 18-20). ¿Cómo se puede revertir este proceso? ¿Cómo se puede restaurar la institución matrimonial y familiar?
EL ESTÁNDAR PARA LA FAMILIA CRISTIANA
En Romanos 12:1-2, el apóstol Pablo escribió: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Note: “No os conforméis a este siglo”. En Juan 17:14-16, nuestro Señor oró a favor de Sus seguidores con estas palabras: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Note otra vez: “No son del mundo”. En 1 Juan 2:15-17, el apóstol inspirado escribió: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Note por tercera vez: “No améis al mundo”.
Así que lo primero que se debe señalar en cuanto a la familia cristiana es que el estándar no está en el mundo. Entonces, ¿por qué conformarse al mundo? ¿Por qué mirar al mundo como ejemplo para la familia cristiana? ¿Por qué permitir que la televisión nos enseñe la manera en que debemos guiar a nuestras familias? ¿Por qué confiar completamente en el consejo de la psicología secular? ¿Por qué permitir que nuestros vecinos establezcan el patrón para nuestras familias?
Considere otro pensamiento igualmente solemne: el estándar tampoco está en la familia de mi hermano o en la familia del predicador. Se debe admitir que hay muchas cosas buenas que podemos aprender al observar a las familias cristianas en nuestras congregaciones. Muchos consejos son dignos de escuchar, y muchos ejemplos son dignos de imitar. Pero lo cierto es que muchas familias cristianas están siguiendo al mundo. Las familias de muchos predicadores han fracasado. Muchas familias cristianas se están desintegrando. Si buscamos el patrón fundamental allí, entonces es muy probable que nuestra familia también fracase.
Si el estándar no está en las mismas familias cristianas, y definitivamente no está en el mundo, entonces, ¿dónde está? Respuesta: Está en la mente del Diseñador de la familia; y la mente de tal Diseñador se revela en la Biblia. Como un escritor ha sugerido, “[e]n vez de buscar a la familia perfecta que imitar, debemos reconocer los principios colectivos que se encuentran en la Palabra de Dios como el mejor plan para el hogar” (en Bagents, 2009, p. 103). ¿Qué dice la Biblia?
LA FAMILIA CRISTIANA EN LA MENTE DE DIOS
Lo primero que debemos entender en cuanto a la familia cristiana en la mente de Dios es que fundamentalmente la familia es de Dios, no es nuestra familia. Es decir, no se trata de mí, sino se trata de Dios (Salmos 127:1). No se trata de esta tierra, sino se trata del cielo (Filipenses 3:20). No se trata de una casa terrenal, sino de una morada celestial (Juan 14:1-4). Se trata de los deseos de Aquel que diseñó a la familia. Si no entendemos este concepto, fracasaremos, nuestra familia fracasará, y nosotros habremos defraudado al Amo de la familia.
¿Pero por qué se trata de Dios? Dios es el Creador de cada alma (Zacarías 12:1). En este sentido original, es el Padre de cada miembro de la familia (cf. Hechos 17:28), y por ende cada miembro de la familia Le pertenece.
La integración familiar también es la bendición de Dios. Dios fue Quien creó al esposo en el principio: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). El esposo pertenece a Dios.
Dios también es Quien unió al hombre con su mujer: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él… Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis 2:18,21-22). Salomón escribió: “La casa y las riquezas son herencia de los padres; mas de Jehová la mujer prudente” (Proverbios 19:14). La esposa también pertenece a Dios.
Y Dios es Quien da a los hijos. La primera madre entendió este concepto, y dijo: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Génesis 4:1). El salmista escribió: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre (Salmos 127:3). Cuando Job perdió casi todo lo que tenía, incluyendo a sus hijos, adoró diciendo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).
Ya que Dios es el que crea y une a los miembros de la familia, entonces también es el que decreta para la familia.
El Matrimonio en la Mente de Dios
Después de la decisión de llegar al cristianismo, no hay decisión más importante que el matrimonio. La decisión de “con quién compartirá su vida en esta tierra” influenciará grandemente la realidad de “con quién compartirá su vida en el más allá”. Sansón perdió su fuerza, sus ojos y finalmente su vida ya que se unió sentimentalmente con una mujer pagana (Jueces 16). El escritor inspirado registró que entre los reyes de Israel, “ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba” (1 Reyes 21:25). Y Safira perdió su vida ya que su esposo Ananías le involucró en una mentira temeraria contra Dios (Hechos 5).
Si queremos tener buenas familias, debemos tener buenos matrimonios; y si queremos tener buenos matrimonios, entonces debemos regresar al principio.
- El matrimonio es entre un hombre y una mujer (Mateo 19:4-5; 1 Corintios 7:2). Desde luego, esto descarta la homosexualidad y el lesbianismo. El gobierno puede llamar “matrimonio” a tales arreglos, pero el Dios del cielo aborrece las uniones entre el mismo sexo (Levítico 18:22; 1 Corintios 6:9; Pinedo, 2013). Esto también descarta las relaciones polígamas; el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Los cristianos actuamos inconsistentemente cuando aprobamos que nuestros jovencitos se involucren sentimentalmente con varias personas al mismo tiempo, y excusamos nuestra indulgencia al sugerir que eso está bien ya que ellos no están casados. La idea del mundo es que los jovencitos deben citarse con varias personas, pero este consejo es una invitación a la poligamia y las relaciones abiertas. El matrimonio entre un hombre y una mujer también descarta el adulterio (Romanos 7:1-3; Hebreos 13:4). Si un novio o una novia no puede conservar la pureza de su corazón y cuerpo para aquella persona con quien se unirá en matrimonio, entonces es muy probable que tampoco lo hará en el matrimonio.
- El matrimonio es para toda la vida (Mateo 19:6; Romanos 7:2). Si tuviera varias prendas de vestir delante de usted, y alguien le dijera que puede escoger un juego completo, pero que si escoge uno, entonces esa será la ropa que tendrá que usar por el resto de su vida, ¿cómo escogería? Desde luego, con mucho cuidado. Escogería algo decente, ya que tendrá que asistir a funerales y ceremonias con tal ropa. Escogería algo cómodo, ya que tendrá que trabajar con tal ropa. Escogería algo de buena calidad, ya que tal ropa tendrá que durarle por años. El matrimonio es una elección más importante, y es para toda la vida, ¿pero de qué manera escogemos? ¿Escogemos al mundo (cf. 2 Corintios 6:14; Pinedo, 2012b)? ¿Escogemos con el divorcio en nuestras mentes (Malaquías 2:16; Mateo 19:9)? ¿Escogemos con poca o ninguna consideración al aspecto espiritual (cf. Gálatas 5:16-25)?
Los Esposos en la Mente de Dios
Michael Shank escribió un libro titulado Músculo y Pala. En ese libro cuenta de la vez que visitó a una iglesia comunitaria antes de su conversión al cristianismo. Un domingo asistió a una clase bíblica enfocada en las parejas casadas. Por algo de 20 minutos, no se había abierto la Biblia en absoluto. Casi todo comentario comenzaba con, “Bueno, yo opino”, pero no se presentaba nada de la Biblia.
Shank escribió: “El instructor de la clase pidió que diera mi opinión, pero yo no estaba allí para dar mi opinión; ni tampoco estaba allí para escuchar la opinión de ellos” (2011, p. 140). Luego leyó Efesios 5:21-33:
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.
El machismo y el feminismo son herramientas exitosas del enemigo en una sociedad donde reina el orgullo humano. Estas son recetas infalibles para el desastre conyugal. El patrón de Dios implica amor, comprensión, comunicación, abnegación, perdón y sumisión mutua. El ejemplo supremo para el esposo es Jesucristo; el ejemplo supremo para la esposa es la iglesia.
Muchos esposos son rápidos en afirmar que morirían por sus esposas (cf. Efesios 5:25), pero se incomodan cuando sus esposas les piden que saquen la basura, no pueden hablar a sus esposas con delicadeza, no se interesan de la santidad y espiritualidad de sus esposas, y presumen que ellas y sus trabajos domésticos son inferiores a ellos y sus trabajos seculares. Esto es hipocresía cruda. Cristo pudo morir por Su iglesia ya que primeramente vivió por ella. Ser cabeza del hogar no se trata del poder, sino del amor, el servicio y la responsabilidad.
Por otra parte, algunas esposas afirman ser la ayuda idónea de sus esposos (cf. Génesis 2:18), pero codician el liderazgo familiar, aman tomar decisiones que afectan a toda la familia, despojan a sus familias de sus fondos económicos, y reprimen la intimidad sexual como castigo para sus esposos (cf. Pinedo, 2012a). Esto también es hipocresía cruda. La iglesia solamente puede amar a Cristo al reconocer Su liderazgo. Ser la ayuda idónea del esposo se trata del amor, la sumisión y el respeto.
La Crianza en la Mente de Dios
En el principio, Dios creó un huerto paradisíaco y encomendó al hombre su cuidado y labranza (Génesis 2:15). Hoy Dios sigue concediendo regalos valiosos al hombre, pero tales regalos implican responsabilidades solemnes. “[H]erencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3), pero sin “cuidado y labranza familiar”, los padres solamente devolverán “mala hierba” al Creador.
¿Qué implica la crianza adecuada de los hijos? Implica la transmisión y el ejercicio de los siguientes principios:
- El amor. Este es el principio en el cual todas las demás virtudes descansan y dependen (Gálatas 5:22-23; 2 Pedro 1:5-7). El amor “es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14), la mayor de todas las virtudes (1 Corintios 13:13), y la expresión de la naturaleza perfecta de Dios (1 Juan 4:8). Si los padres cristianos aprenden a amar a Dios con su todo (Mateo 22:37), entonces sabrán amar a sus hijos adecuadamente. Los padres cristianos deben permitir que sus hijos vean el amor de Dios a través de ellos.
- El ejemplo. Edgar Guest escribió: “Preferiría ver un sermón que escuchar uno en cualquier momento; preferiría que alguien anduviera conmigo en vez de simplemente señalarme el camino. El ojo es un alumno mejor y más dispuesto que el oído; el consejo bueno puede ser confuso, pero el ejemplo siempre es claro” (en Rupert, 2013, p. 169). Tal vez en ninguna otra área de la vida este poema sea más cierto que en la crianza de los hijos. Los padres son cartas abiertas para sus hijos (cf. 2 Corintios 3:2), y ellos no pueden enseñar eficazmente a sus hijos lo que no han aprendido y practican (cf. Mateo 23:3).
- El conocimiento. Los niños deben ser instruidos en la amonestación del Señor (Efesios 6:4). Esta instrucción debe ser constante (Deuteronomio 6:6-7), personalizada (Proverbios 22:6) y práctica (cf. Juan 13:3-17). El tiempo que los padres tienen con sus hijos es breve, y ellos deben asegurarse de que sus hijos absorban conocimiento espiritual adecuado antes que dejen el hogar. Los hijos necesitan aprender en cuanto a la gracia y el amor de Dios, el sacrificio del Hijo, la iglesia de Cristo, la responsabilidad del hombre, la adoración verdadera, el pecado y sus consecuencias, la vida y la santidad cristiana, etc.
- La disciplina. La disciplina tiene dos componentes: (1) la instrucción y (2) la corrección. La instrucción sin corrección genera anarquía; la corrección sin instrucción genera resentimiento. Nadie objeta el primer componente de la disciplina, pero algunos (incluso en la iglesia del Señor) fruncen el ceño ante la corrección, especialmente el castigo corporal. Ellos han abrazado la “sabiduría” secular moderna que sugiere que el castigo corporal adecuado y necesario es una forma de abuso infantil. Tales cristianos deben escuchar el consejo del Dios que castiga al que ama, y que azota a todo el que recibe por hijo (Proverbios 3:12; Hebreos 12:6; cf. Proverbios 13:24; 19:18; 22:15; 23:13-15). La obsesión de algunos padres por ser “amigos” de sus hijos evita que asuman su rol de padres. Pero en realidad, el mejor amigo que un hijo puede tener es un padre que cumple su rol de padre.
- La moralidad. Solamente basta encender la televisión o visitar el centro comercial en cualquier momento del día para notar la necesidad de instrucción moral. La tentación está al asecho y más cerca que nunca (Génesis 4:7; 1 Pedro 5:8)—está a un clic del ratón de la computadora, en el siguiente canal de televisión o la siguiente página del periódico o la revista, en el anuncio publicitario de la próxima tienda, en el juego deportivo del viernes, e incluso en las bancas de reunión del servicio del domingo. Los padres deben enseñar a sus hijos la importancia de la honestidad (Efesios 4:25,28), la modestia (1 Timoteo 2:9-10) y la sobriedad (Efesios 5:18) [cf. 1 Corintios 6:9-10]. Ellos deben ser los guardas de la santidad de sus hijos, “sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
Los Hijos en la Mente de Dios
Aunque es cierto que los padres tienen responsabilidad solemne delante de Dios por la crianza de sus hijos, cada alma es individualmente responsable ante el Padre de todos (Ezequiel 18:20). Por tanto, los hijos que llegan a la etapa de madurez intelectual y espiritual en que pueden discernir la voluntad de Dios y responder a tal voluntad (referida como la edad de la responsabilidad), están sujetos a las demandas del cielo. Ellos deben entender que:
- El amor no es una opción. El amor al prójimo (que incluye a los padres) es el segundo mandamiento más grande de la ley de Dios (Mateo 22:39). El Decálogo proveía una cláusula con promesa que demandaba la honra a los padres (Éxodo 20:12), y el Nuevo Testamento reitera tal demanda (Efesios 6:2). Para llegar a amar al Padre celestial, un hijo primero debe aprender a amar a su padre terrenal (cf. 1 Juan 4:20).
- La obediencia no es una opción. Los padres que no enseñan obediencia a sus hijos, les enseñan a pecar; esto es injusticia delante de Dios (Efesios 6:1). La obediencia a los padres no se basa en la aptitud o el desempeño de los padres, sino en el cumplimiento de las demandas del Amo de la familia. El Antiguo Testamento prescribía castigo severo para el hijo que maldecía a sus padres (Éxodo 21:17; Levítico 20:9) o despreciaba el buen consejo de sus padres (Deuteronomio 21:18-21). El Nuevo Testamento no es menos severo al describir el desagrado divino ante tal rebeldía familiar (Romanos 1:30,32). La sumisión a la autoridad de los padres abre el camino a la sumisión ante la autoridad civil y la sumisión ante la autoridad del Cielo.
- La gratitud no es una opción. Ya que los padres proveen cuidado, protección y bienestar a los hijos, entonces es justo que los hijos honren a sus padres en todo aspecto (Efesios 6:2). Jesús aplicó tal honra a la ayuda financiera de los padres, y condenó la hipocresía de los líderes judíos que consentían la indiferencia de los hijos bajo el pretexto de la oblación religiosa (Marcos 7:9-13). Aunque el gobierno y la iglesia pueden ofrecer alivio para los necesitados (incluyendo a los padres), los hijos deben recordar que es la responsabilidad fundamental de ellos proveer el cuidado y mantenimiento de sus padres que experimentan vejez, enfermedad o necesidad (1 Timoteo 5:4).
CONCLUSIÓN
Los cristianos no deben conformarse al patrón familiar del mundo. Ellos deben entender claramente que el estándar para la familia no se encuentra en el mundo que no ama y no conoce a Dios, pero también deben entender que el estándar tampoco reside inherentemente en ellos. Por sí mismo, ninguno de nosotros está capacitado con el genio suficiente y adecuado para liderar a la familia así como nadie está capacitado para liderar a la iglesia sin la dirección del Señor. El desarrollo familiar es un asunto de dependencia completa en Dios y Su estándar. Así como albañiles y carpinteros, debemos depender del Arquitecto encargado de los planos y la obra familiar. En el fondo, “[s]i Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmos 127:1). Nosotros somos solamente instrumentos de Dios (2 Timoteo 2:21); somos barro en las manos del Alfarero (Jeremías 18:6); en Él “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
¿Pero cómo nos sometemos a Aquel que puede garantizar el éxito familiar? Nos vaciamos de nosotros mismos para llenarnos de Él y Su Palabra (Mateo 16:24). Abandonamos nuestro orgullo y recibimos con humildad la Palabra implantada (Santiago 1:21). Determinamos aprender y enseñar todo el consejo de Dios (cf. Hechos 20:27), no solamente aquellas cosas que nos agradan o que nos parecen convenientes. Renunciamos al timón de nuestras vidas y permitimos que Él nos guíe (Juan 14:6). Hacemos morir a nuestro yo para que Él viva a través de nuestros pensamientos, palabras y hechos (Colosenses 3:1-17). Rechazamos el egoísmo y adoptamos el servicio como nuestra misión cristiana (cf. Mateo 20:28). Y sobre todo, aprendemos a liderar a nuestras familias al usar el poder del amor en vez del amor al poder (1 Corintios 13).
En cuanto a nuestras familias, tenemos una elección que hacer entre el estándar de Dios o el estándar del mundo. “[E]scogeos hoy a quién sirváis…; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).
Referencias
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Rupert, Kenneth (2013), La Dinámica de la Vida Abundante [The Dynamics of Abundant Life] (Bloomington, IN: CrossBooks).
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Yeakley, Flavil (2008), Buenas Noticias y Malas Noticias [Good News and Bad News] (Searcy, AR: Harding University).
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